Las últimas dos décadas del siglo pasado comenzaron a mostrar estadísticas cada vez más escalofriantes relacionadas con estos asesinatos. Tales hechos ocurren en todos los continentes y se dan indiscriminadamente en cualquier clase social.
Organismos internacionales e instituciones relacionadas con las féminas comenzaron a ocuparse del asunto, sobre todo por la preocupación que en los diferentes países evidenció la opinión pública.
Realmente es difícil determinar cuándo se inició este fenómeno, porque la plaga, tal y como lo identificara el papa en su última gira por América Latina y el Caribe, existe desde tiempos remotos, aunque es en el siglo XVIII que apunta a romper todos los récords posibles.
Se trata del feminicidio, es decir, la muerte de una mujer a manos de su pareja sentimental o, sencillamente, de un hombre, muchas veces luego de someterla por la fuerza a tener relaciones sexuales.
Hace años el asunto era tema de las llamadas crónicas rojas de los periódicos, en especial de los sensacionalistas, y siempre se catalogaban como crímenes pasionales. En algunas naciones estos hechos resultaban fuertemente enjuiciados por las autoridades, pero las leyes locales eran y son benévolas con los asesinos.
Este fenómeno tiene múltiples causas, entre estas, la degradación de la mujer a un simple objeto sexual. Incluso fuentes de la Iglesia Católica criticaron a las víctimas cuando en documento público señalaron que sus muertes acontecen “porque ellas se suben al auto de cualquiera”.
Durante su gira latinoamericana el papa Francisco pidió “reconocimiento y gratitud” a las féminas, que son bastión en las vidas de nuestras ciudades y llamó a luchar contra “una plaga que afecta a nuestro continente americano y a lograr una legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia”.
El hecho es que la violencia en contra de la mujer se ha vuelto “noticia cotidiana” en los medios y aunque causen conmoción e indignación, muchas de las veces se quedan sin denunciar y los culpables no reciben castigo.
Nos están matando
Esta es una de las tantas consignas que las mujeres latinoamericanas han hecho populares en las grandes ciudades de la región y hasta en los más apartados lugares.
Si los gobiernos no toman medidas más severas contra este tipo de crimen, miles serán las mujeres que morirán de forma violenta. El primer día del presente año encontraron muerta a una menor de edad en el municipio colombiano de Cereté, Córdoba, con signos de abuso sexual, en avanzado estado de descomposición y totalmente desnuda.
Un mes después, en el barrio de Junín, muy cerca de Buenos Aires, otra niña salía de su casa para nunca volver. Fue hallada cuatro horas después de llamar a la policía, estrangulada y forzada sexualmente.
En esta ocasión la prensa local reseña que es el último caso de una larga lista que “mantiene la sensibilidad de los argentinos a flor de piel”, pues cada año suman decenas las violaciones y asesinatos de niñas y mujeres, algunas a manos de sus parejas sentimentales y otras por violadores.
Argentina, por ejemplo, registró 292 feminicidios durante el 2017, según un informe publicado ese año por el Defensor del Pueblo de la Nación. Esto explica la intención de los vecinos de la víctima de intentar ahorcar a un violador y organizar de inmediato una nueva marcha en contra de esa plaga bajo el lema Nos están matando.
Otra nación que sufre es México. El 18 de enero en Chiapas, el cuerpo de una joven de 24 años fue encontrado dentro de un pozo y de acuerdo con la autopsia murió por estrangulamiento.
Ese mismo día en el otro extremo de la nación, en Baja California, fue hallado un cuerpo en estado de descomposición de otra víctima reportada como desaparecida días antes. Ambas jóvenes también violadas.
La lista pudiera ser infinita y escasas las excepciones porque casi ningún país latinoamericano escapa a esta macabra estadística.
Según datos de ONU Mujeres y el Observatorio Ciudadano Nacional contra el feminicidio, entre cinco y siete mujeres son asesinadas a diario como promedio en México, lo que dio como resultado que el pasado año casi 3 mil mujeres perdieron la vida en acciones violentas, aunque solo 313 se tipificaron como feminicidio.
Señalo estos dos países porque realmente están entre los que aparecen con más crímenes, como vemos en informes de solo hace dos años que muestran, con crudeza, la crítica situación.
En octubre del 2016, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, aseguraba en un documento que “cada día mueren como promedio al menos 12 latinoamericanas y caribeñas por el solo hecho de ser mujer”.
Dos años antes, el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG) de las Naciones Unidas, indicaba que en 25 países de la región, un total de 2 mil 89 mujeres fueron víctimas de feminicidio.
Ni una menos
Según el reporte “Mapa de la violencia 2015. Homicidio de mujeres en Brasil” de la organización intergubernamental Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y que es citado por la ONU Brasil, ese país posee la quinta tasa de feminicidio más alta del mundo.
Ya en el 2012, un informe de Small Arms Survey (un proyecto de investigación del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de Ginebra), citado por la ONU, indicaba que más de la mitad de los 25 países con las mayores tasas de feminicidios estaban en América Latina y el Caribe.
ONU Mujeres se unió al llamado de ¡Ni una menos! e instó a erradicar con urgencia la violencia machista y los feminicidios en América Latina y el Caribe.
“Bajo el lema Ni una menos, ONU Mujeres se une a las voces de la sociedad civil, y hace un llamado de urgencia a todos los sectores en la región para poner alto al feminicidio”, dice la nota del organismo. Un reclamo enmarcado en los 16 días de activismo para erradicar la violencia machista.
Los datos son de nuestra región fundamentalmente, pero ocurre en todos los continentes. En un diario mexicano consultado para la edición de este material un colega le preguntaba a quien recién había asesinado a su esposa por qué lo había hecho y este le respondio: “Yo podía hacerlo porque era mía”.
La violencia contra mujeres no solo es una de las violaciones de los derechos humanos más persistentes sino también es la forma de discriminación más extrema y que tiene como máxima expresión el feminicidio.
Constituye un problema de salud pública y es considerado el fenómeno social más devastador y que más vidas de mujeres cobra por año en todo el mundo. Cada día una mujer va a la cama con su pareja sin saber si será la próxima víctima.