Cerrar los ojos y caminar sobre la yerba fresca que intenta ocultar el pasado puede resultar una experiencia inolvidable, más si vas acompañada por el historiador César Martín García, quien conoce cada piedra, árbol y sonido de aquel paraje en la finca Demajagua, esa que entró en la historia de Cuba 150 años atrás.
El espacio tuvo un trapiche, un barracón de esclavos, una casona señorial y un muelle propio por donde embarcaban el azúcar… Nada de ese próspero ingenio de Carlos Manuel de Céspedes queda hoy, todo sucumbió a las llamas de la furia ibérica. Pero el verbo encendido de César nos permite imaginar.
Cuando habla parece un juglar, convierte la historia en leyenda, da vida a lo que narran libros, cartas y testimonios diversos con los cuales construyó una versión propia de lo ocurrido el 10 de octubre de 1868… Se escucha el repique de la simbólica campana; el roce de las telas del largo vestido de Cambula, la amante de Céspedes; el discurso emotivo del primer Presidente de la Cuba en Armas; y la ovación de aquella multitud de hombres libres por primera vez.
El Parque histórico militar Demajagua debería convertirse en sitio de culto. Allí deberíamos poder ir todos los cubanos al menos una vez en la vida. Y si está César, mejor, para juntos revivir aquel pasaje de cuando empezó todo.