En 1869 ocupó la presidencia estadounidense Ulises Grant (1869-1877), quien había combatido con las tropas norteñas muy cerca de Lincoln, por lo que se esperaba una actitud amistosa hacia la causa cubana; sin embargo, no fue así. Si bien en el Congreso estadounidense se presentaron varias iniciativas respecto a Cuba que mostraban diversas posiciones, como el reconocimiento de la beligerancia, el de la independencia para propiciar la anexión, la opinión de esperar para hacer el reconocimiento de la Isla cuando tuviera un gobierno de facto y otras variantes que ascendieron a una veintena entre 1869 y 1870, no se tomó acuerdo definido y, por tanto, no hubo reconocimiento de la beligerancia de los cubanos como sí habían hecho algunos países latinoamericanos. La simpatía que despertó la lucha cubana en sectores diversos de la población se reflejó en las propuestas al Congreso, sin alcanzar resultado concreto. En los debates congresionales, por el contrario, se expresaron algunos criterios que mostraban la aspiración de obtener a Cuba, pero sin precipitarse. Así lo dijo el representante de Indiana, Orth, haciendo presente la política de la fruta madura enunciada en 1823:
La Isla de Cuba debe inevitablemente gravitar hacia nosotros (…) su proximidad a nuestras costas, su posición geográfica, la creciente debilidad del gobierno español (…) señalan más claramente el último destino de esa rica joya de las Antillas. Cuando la manzana esté madura caerá; y caerá en nuestras manos. No es sabia política, en vista de lo inevitable, apresurar prematuramente su caída.[1]
A pesar de las diferentes miradas que se pusieron de manifiesto, el presidente Grant fue bastante consecuente con sus pronunciamientos ante el Congreso en sus mensajes anuales. En 1869 ya fijó su posición cuando se refirió a la lucha por la independencia y la libertad en una valiosa provincia española, vecina cercana, para luego negar que aquel esfuerzo hubiera alcanzado la condición de una guerra en el sentido de la ley internacional, ni que tuviera una organización política de facto que justificara el reconocimiento de la beligerancia; por tanto, los Estados Unidos no tenían intención de interferir en las relaciones de España con sus posesiones coloniales en el continente. Definía así la posición, pero hizo más: anunció que había propuesto sus buenos oficios para poner término al derramamiento de sangre en Cuba, aunque España no había aceptado. En ese primer momento notificó el propósito de aplicar la ley de la neutralidad, lo que nunca hizo.[2] Desde la perspectiva pública, esa fue la actitud que se reiteró ante el Congreso en los años siguientes, aunque con algunas variantes en los argumentos, ya que adujo que la persistencia de la esclavitud era un factor de desorden en Cuba, al tiempo que anunciaba la posibilidad de una política española de reformas para restaurar la paz, mantenía la mención de la inquietud acerca de un conflicto cercano a las costas estadounidenses, mencionaba las reclamaciones de personas con ciudadanía norteamericana por daños sufridos debido a la guerra en Cuba, pero siempre reiterando la no interferencia en problemas de otros poderes. Todavía en 1875, en su mensaje anual hablaba de la permanencia de la guerra en Cuba, pero que, en su opinión, un reconocimiento de su independencia era “impracticable e indefendible”, al tiempo que afirmaba no haberse producido ningún cambio en cuanto a que el conflicto de los cubanos hubiera ganado la proporción de guerra para el reconocimiento de la beligerancia.[3]
El funcionario que elaboró la política a seguir con Cuba en su guerra independentista fue Hamilton Fish, el secretario de Estado, quien preparó el plan de mediación al que se refirió Grant, y que España no aceptó. Sin embargo, a pesar de las declaraciones de neutralidad, de no interferencia, Estados Unidos mantuvo el suministro de armas a España, como las treinta cañoneras entregadas en diciembre de 1869, lo cual no fue suficiente: el 12 de octubre de 1870 el presidente dio a conocer una proclama que anunciaba medidas drásticas contra quienes utilizaran el territorio estadounidense para empresas militares contra territorios o dominios de potencias con las cuales Estados Unidos se hallaba en paz, con lo cual condenaba las actividades de los patriotas cubanos desde territorio norteamericano. Grant declaraba la persecución y castigo riguroso a quienes en Estados Unidos prepararan expediciones militares contra territorios o dominios pertenecientes a potencias con quienes estuvieran en paz y anunciaba que esas personas no tendrían derecho a esperar clemencia del Ejecutivo. El presidente exhortaba a las autoridades a apresar, juzgar y castigar a quienes cometieran ese delito. Grant endurecía su posición respecto a Cuba.
Esta actitud oficial no significaba que fuera la de todo el pueblo norteamericano, pues hubo incorporación de combatientes de aquel país a las filas mambisas, entre los cuales se destacan Thomas Jordan, quien llegó a ser jefe de Estado Mayor del Ejército Libertador durante algún tiempo y, sobre todo, ha quedado en la memoria de manera muy simbólica Henry Reeve, apodado “El Inglesito”, quien llegó a Cuba con 19 años, combatió junto a Ignacio Agramonte y luego con Máximo Gómez, y murió a los 26 años al caer en Yaguaramas el 4 de agosto de 1876 con el grado de brigadier. Otros estadounidenses también formaron parte del ejército mambí, en actitud totalmente diferente a la política seguida por su gobierno.
El desarrollo de la guerra en Cuba llevó a la administración de Grant a asumir una posición más activa coyunturalmente. El intento de invasión a Occidente en 1875 parecía anunciar una posición más ventajosa de los mambises cubanos, lo que no podía contemplarse con indiferencia por el poder vecino, de ahí que se considerara la contingencia de una posible intervención. La situación del campo insurrecto cubano, sin embargo, se complicó por razones internas, lo que detuvo el avance mambí y, con ello, cesó la preocupación norteña. Durante el resto de la guerra, Estados Unidos mantuvo su posición de no reconocimiento de la beligerancia cubana y de hostilidad hacia los independentistas.
Dentro del Gabinete norteamericano, sin embargo, en los primeros tiempos hubo una figura que procuró el apoyo a la causa cubana; fue el general John A. Rawlins, quien también había combatido junto a Grant durante la Guerra de Secesión y asumió la Secretaría de la Guerra al iniciar su gobierno. Su defensa de la independencia cubana dentro del Gabinete implicó el enfrentamiento con el secretario de Estado Hamilton Fish, Rawlins fue reconocido como el único amigo de Cuba en aquella circunstancia dentro del equipo de Grant, así lo hicieron José Martí y Manuel Sanguily. Ese solitario apoyo se perdió cuando el amigo murió el 6 de septiembre de 1869, aunque en medio de su gravedad había recomendado a un compañero de gabinete, Crewell, que mantuviera la atención a la “martirizada Cuba” y que permaneciera a favor de los cubanos pues Cuba debía ser libre e independiente.[4]
Como puede observarse, el combate independentista cubano despertó simpatías dentro del pueblo norteamericano, que se expresaron en apoyo y combatientes; pero el gobierno sostuvo una política hostil en correspondencia con los intereses que representaba y la histórica aspiración de apoderarse de Cuba formalmente expresada en la política de la fruta madura..
[1] Citado por José María Céspedes y Orellana: La doctrina de Monroe. Imprenta La Moderna, La Habana, 1893, p. 203.
[2] http://www.american-presidents.com/ (consultado el 2 de septiembre de 2011)
[3] Ibíd.
[4] Citado por Manuel Márquez Sterling: La diplomacia en nuestra historia. Instituto del Libro, La Habana, 1967, pp. 48-49.