Son palabras de Martí en su estudio de la Guerra de los Diez Años, génesis de su concepción unitaria
Ibrahim Hidalgo Paz, Doctor en Ciencias Históricas
José Martí no pudo incorporarse al Ejército Libertador en la Guerra de los Diez Años, pero el adolescente se hizo hombre en el combate con las armas de las ideas. El desarrollo de la contienda en los campos de Cuba fue para él objeto de estudio, afanado en exaltar la memoria heroica, y en comprender las causas que impidieron el triunfo, no obstante la disposición de hombres y mujeres al sacrificio por la patria, y del talento militar adquirido en el bregar combativo. ¿Qué había faltado?, se preguntaban algunos.
¿Qué había fallado?, interrogaban otros. Para Martí, las respuestas se hallaban en la compleja realidad de un país sometido durante tres siglos por una potencia colonial que había impuesto estructuras sociales y políticas excluyentes y discriminatorias, sustentado en el trabajo esclavo, contra las cuales se alzó el pueblo cubano, decidido a liberarse del dominio ibérico. Visto el proceso de conjunto, estimó como el elemento decisivo que contribuyó al fracaso de aquel intento, el centro de todos los errores, la falta de unidad de las fuerzas disímiles que coincidían, sin embargo, en el propósito de alcanzar la independencia y abolir la esclavitud.
La concepción unitaria martiana tiene su génesis en el estudio del proceso revolucionario iniciado en Demajagua. El joven patriota no era un observador pasivo, ni un analista desapasionado o imparcial. Era, en sus profundas convicciones, en sus sentimientos y en su cuerpo marcado por el grillete carcelario, un hombre del 68, un combatiente civil de aquella larga contienda. Sus conclusiones eran el fruto del análisis de los grandes acontecimientos y de la vida cotidiana, de las contradicciones políticas y de los hombres en pugna, de los más puros intereses y de los egoísmos criminales, el espionaje y las traiciones. Sus indagaciones carecían de los juicios previos que otros anteponían al examen de personalidades o de actitudes ante los hechos más diversos en que aquellas se vieron inmersas.
Con relación a la década heroica había reunido información suficiente para escribir un libro que quedó, como muchos de sus propósitos autorales, en hojas extraviadas. A mediados de 1878, “tenía casi terminada (…) la historia de los primeros años de nuestra Revolución!” (J.M.: Epistolario, t. I, p. 124). Sus conversaciones con testigos de los hechos le permitieron el acercamiento a temas controvertidos. En un borrador de carta, escrito en 1877, indaga sobre la deposición del Presidente: “Qué cargos principales pueden hacerse a Céspedes, qué razones pueden darse para su defensa”; y pide datos referentes a otro asunto no menos complejo, que revela las diferencias entre los patriotas: “Necesito saber qué fue una carta que Ignacio Agramonte envió a Céspedes sobre renuncia de mando y mantenimiento de pensión.—” (J.M.: Epistolario, t. I, pp. 83-84).
No eludía las contradicciones internas, los enfrentamientos en el seno del proceso revolucionario, lo que da la medida de su información sobre las causas conducentes al final de la contienda, así como la profundidad con que valoraba estas tensiones políticas, confiado en que su estudio podría “enaltecer a los muertos y enseñar algo a los vivos” (J.M.: Epistolario, t. I, p. 125).
Esto pretendió en su exposición analítica conocida como Lectura en Steck Hall, continuada y ampliada en otros muchos discursos, artículos y en anotaciones personales. No hay en Martí una visión idílica de la Guerra Grande, desligada de los intereses que movían a los diferentes sectores en pugna; al contrario, devela las bases económicas de actitudes vergonzosas de quienes prefirieron “salvar la vida y proteger el crecimiento del caudal”, sobre todo en el occidente del país, donde “con la mayor seguridad de la producción fue en beneficio suyo”, de aquellos dueños de riquezas incrementadas a costa del sufrimiento de las mayorías sometidas al régimen colonial. Los continuadores de esta política, al término de la contienda, habían “convertido hoy en cuestión de finanzas azucareras todas las graves cuestiones de la Isla” (J.M.: Epistolario, t. I, p. 197).
Dirigió su atención a las contradicciones presentes desde el arranque mismo del enfrentamiento bélico, pues las fuerzas revolucionarias de Oriente, Camagüey y Las Villas manifestaban marcadas diferencias, vencidas, solo en parte, cuando los representantes de estas regiones coincidieron en Guáimaro y llegaron a acuerdos beneficiosos para los intereses de la patria en peligro, con la finalidad de unir voluntades y recursos, lo que fue plasmado en la Carta Magna, uno de cuyos objetivos era someter a la ley supuestas o reales ambiciones dictatoriales y tendencias caudillistas. Pero la primera Constitución contenía deficiencias y limitaciones advertidas por Martí: “En los modos y en el ejercicio de la carta se enredó, y cayó tal vez, el caballo libertador”. No obstante el error de “ponerles pesas a las alas, en cuanto a formas y regulaciones”, valoró como justas las intenciones de los autores de las páginas guiadoras, en las cuales “puede haber una forma que sobre, pero donde no hay una libertad que falte” (OC, t. 4, pp. 383 y 386).
En el ejercicio de aquellas libertades surgieron inevitables divergencias y contradicciones. Las relaciones entre Céspedes y Agramonte ofrecían un ejemplo del enfrentamiento de opiniones dentro de un mismo sentimiento patriótico. Señaló en uno y otro diferencias de carácter, de procederes, de actitudes, bondades y defectos, pero ambos eran hombres indispensables para el bien de la patria, pues “en el arranque del uno y en la dignidad del otro” quedará para la valoración histórica “asunto para la epopeya” (OC, t. 4, p. 358).
Las puras motivaciones no fueron suficientes para impedir el fracaso, “porque no estuvo al nivel de los arranques del sentimiento la organización de la política”. El Maestro, cuya larga estancia fuera de Cuba le permitió conocer pasado y presente de su entorno, consideraba que durante la Guerra Grande había sido funesto el divorcio entre las emigraciones y quienes luchaban en territorio insurrecto o colaboraban con estos desde las ciudades. La conclusión, cuando organizaba el nuevo intento bélico, era un llamado de alerta y un programa de acción: “Lo que sucedió en las emigraciones, no volverá a suceder. La guerra no irá por un lado, y las emigraciones por otro” (OC, t. 2, p. 279). En la Isla y fuera de esta, la guía política debía coincidir en el propósito de dedicar esfuerzos y recursos a la contienda, sin temores infundados.
Martí no distribuía culpas ni absoluciones al valorar el fracaso de la década heroica, sino analizaba la presencia de intereses en pugna dentro del campo insurrecto como causa principal de la división interna que hizo posible prevalecer la tendencia contraria a la continuación del enfrentamiento bélico. Habían surgido, del crisol de la guerra, nuevas fuerzas de origen popular que pugnaban por lograr objetivos no coincidentes con quienes, aunque ocupaban posiciones en la dirección revolucionaria, se mostraban temerosos de un futuro incierto para sus aspiraciones, en caso de que aquellos elementos de variada pigmentación —exesclavos y libertos, campesinos y trabajadores, letrados e iletrados—, ascendieran aún más en la escala social y política gracias a sus méritos en las batallas, y marcaran el rumbo tras la posible victoria sobre el colonialismo.
Consideraba que en las pugnas internas “pudieron más (…) los intereses y hábitos criados en su ejercicio (de la guerra), y las pasiones de mando y de localidad que desfiguran y anulan los más bellos arranques”. Fueron estos, entre otros, “los elementos que produjeron antes nuestro desorden y derrota” (OC, t. 4, p. 249). La espada combativa no fue arrebatada por el adversario: “No nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos” (OC, t. 4, p. 248). Los valerosos combatientes “rindieron las armas a la ocasión funesta, no al enemigo” (OC, t. 1, p. 31).
El Pacto del Zanjón fue consumado “por causas más individuales que generales (…) y que a engaños y a celos se debieron, más que a cansancio y flojedad de los cubanos”. El término de las hostilidades no había sido el resultado de un proceso de confrontación de voluntades conocidas, sino “una paz tan misteriosamente concertada, tan inesperadamente hecha, y por unos y otros tan recelosamente recibida” (OC, t. 4, p. 197), que provocó el rechazo de los patriotas más intransigentes, representados por el general Antonio Maceo, quien encabezó la Protesta de Baraguá, gesto cuyo simbolismo patriótico y revolucionario llega hasta nuestros días, calificado por Martí como “de lo más glorioso de nuestra historia” (OC, t. 2, p. 329).
El concepto de unidad patriótica y revolucionaria, junto a los métodos de dirección democráticos que lo sustentan, hallan su génesis en el estudio de la Guerra Grande y se encuentran presentes en toda la obra política de José Martí.
Versión abreviada del texto José Martí: unidad patriótica.
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