| Daniel Martínez
Ni siquiera el tiempo, el mayor enemigo de la existencia, ha logrado cerrar la herida. 42 años es lapso extenso y doloroso, más aún cuando a hijos de la Patria les fue arrancado de cuajo y sin piedad, el porvenir de una joven y prometedora vida.
Fue la voladura de un avión de Cubana en 1976, intensa agresión de la patética y cruel jauría, que desde territorio estadounidense urdía acciones contra una Isla que había decidido trazar su propio destino. Buena parte de los tripulantes del vuelo que estalló sobre los cielos de Barbados eran herederos de la semilla que germinó el 1 de enero de 1959.
Sus ilusiones e inquietudes, trazados por triunfos templados con el acero de sus espadas, floretes y sables, eran espejo de un país, cuyas cuatro letras, nombradas Cuba, florecían como ejemplo y luz para América Latina.
La injusticia temblará por siempre. Semejante inmoralidad todavía indigna al pueblo cubano. La impunidad
con la que los autores del abominable crimen se enorgullecieron de su despreciable y mortal acción, es cicatriz eterna.
En sus entrañas habitó lo peor de la espacie humana. Y lo más triste es que las autoridades estadounidenses siempre les brindaron su farsante amparo. Cuba nunca bajará los brazos en cuanto a exigir justicia, su respuesta ante tamaña ceguera y terquedad ha sido mantener su camino de lucha y superación.
Nuestra sociedad y la totalidad de sus sectores salvaguardan y perfeccionan sueños y conquistas. Nuevos caminos de progreso se perfilan en el horizonte. Cada medalla, logro y avance social que se labren en esta nación serán fiel y necesaria estocada, para que la injusticia tiemble.