No creo que ingresemos al CDR solo a los 14 años. Desde pequeños ya andamos revoloteando en las fiestas, recogiendo viandas, fisgoneando en las caldosas y aportando humildemente nuestro poquito de ruido en las reuniones. Simplemente nacimos y los CDR estaban allí, y se nos hace difícil desligarlos hoy, a sus 58 años, de la idiosincrasia del cubano.
Germinaron con fuerza una noche de contrarrevolución y explosiones para gritarle al enemigo que con el pueblo no se jugaba, y desde entonces han sido celosos guardianes. Primero fueron el ojo vigilante de la patria, buen sereno siempre expectante, y de a poco se convirtieron en una tormenta hecha de pueblo, de barrio, de sueños, de solidaridad…
Los abuelos recuerdan con pasión las furias cederistas de los primeros tiempos, las noches de vigilia, las recogidas de materia prima, la gente volcada, unida, feliz, rehaciendo una y otra vez la vida en cada barrio. Más de medio siglo ha pasado desde aquellos días iniciáticos y las esencias continúan. Sin embargo, el futuro impone retos: nuevos estilos de trabajo, diferentes maneras de convocar a las masas, estrategias para atraer a los más jóvenes… No hay mejor receta para que la gran familia renazca y redoble su paso.
“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, y no podemos esperar que la mayor y más heterogénea organización del país se cocine en los mismos moldes del pasado. Al porvenir le hace falta la unidad comunitaria, la fuerza indestructible del pueblo, los ánimos renovados, que solo crecen con la autenticidad y la conciencia ciudadana.
En la jornada de este jueves, cuando apenas faltaban horas para que el calendario marcara el 28 de septiembre, cada familia aportaba un poquito de lo suyo para procurar la fiesta colectiva y reafirmar que, frente a la unidad, no importan escasos valores económicos. Cuba, simplemente celebró los CDR.
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