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El vigoroso negocio del arte

Para muchos, en particular los que no pertenecen al sector, la cultura y la economía andan por caminos separados, idea tal vez sustentada en las percepciones divergentes sobre ambos conceptos y porque tradicionalmente se ha entendido la cultura como algo improductivo, relacionado con el placer y el consumo, y no con la realización de bienes y la inversión.

La cultura se define por el conjunto de saberes, creencias, costumbres, conducta e idiosincrasia de un individuo, un grupo social, una comunidad o un pueblo; mientras que el arte se revela mediante la espiritualidad de cada persona, visto desde su imaginación, sensibilidad, para dejar su impronta en alguna de las diferentes manifestaciones artísticas, y su gusto por las bellas artes y las humanidades.

Al trascender, por la calidad y buen gusto, al grupo, la comunidad, o al pueblo, ese arte —que también puede ser expresión colectiva, como en la música, la danza, el teatro…— deviene un bien de consumo, es decir, de servicio en beneficio del enriquecimiento de la vida. Entonces, puede hablarse de mercado, de venta del producto generado por los creadores, iniciándose un proceso que incluye, entre otros, la evaluación de las propuestas artísticas, su promoción, distribución y negociación nacional e internacional.

La industria del arte constituye hoy en día una de las más vigorosas de la economía mundial, marketing aprovechado por los grandes empresarios capitalistas para incentivar e introducir la globalización de la cultura imperialista en detrimento de los valores autóctonos y de las herencias de los demás países; en especial los del llamado Tercer Mundo, a los que les venden “enlatados” de su ideología a través de la televisión, el cine, los diseños de vestuario, la literatura y otros medios.

En el país, con una sólida política orientada desde la dinámica del Ministerio del Cultura (MINCULT); que rige este sector, las riquezas que se mercadean —junto con los deportes— sobrepasan el 4 % del PIB nacional. Se trata de valores espirituales fundamentalmente dirigidos al pueblo, con énfasis en uno de los más importantes consumidores, los jóvenes. Según la calidad de esas utilidades, del rigor con que están concebidas desde el punto de vista artístico, conceptual o generador de ideas y conocimiento, en tanto propicien el mejoramiento del gusto estético de los receptores, los autores son remunerados por sus obras.

Por supuesto, en nuestro devenir artístico aún persisten laceraciones que atentan contra esos fines y que corresponde a las entidades del MINCULT encararlas por medio de valoraciones periódicas, de manera tal que en el comercio del arte no reaparezcan las criticadas y dañinas figuritas de yeso, los cuadros con motivos asiáticos, la música grosera y agresiva hacia la mujer y la puesta de obras escénicas que denigren las conquistas y los programas de la Revolución, lastres que arremeten contra la formación integral de las nuevas generaciones y la protección de los valores que tantas veces, debido a la insuficiente promoción, permanecen ocultos y apenas son conocidos en sus ámbitos locales.

Esas y otras adversidades, de las que tiene dominio el MINCULT y que están presentes en el proceso de renovación económica y social que impulsa desde hace varios años, en ocasiones obstaculizan los nobles objetivos de la política cultural, asunto en el que mucho tiene que ver la capacidad que puedan tener los especialistas y cuadros para asumir ese programa, y propiciar entre los creadores el cambio de mentalidad en relación con obsoletas tradiciones en el funcionamiento empresarial del sistema de la cultura cubana.

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