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Adolescencia: edad de euforias y abismos

En octavo grado descubrí a Heinrich Brückner y su libro  ¿Piensas ya en el amor? Por las buenas me lo prestó una prima y por las malas nunca se lo devolví. Tanto me deleitaron sus capítulos sobre la sexualidad y sus atrevidas ilustraciones, tanto sus informaciones que respondían a mis preguntas, tanto su luz que reducía mi ignorancia, que me lo leí como quien bebe un vaso de agua.

Mi curiosidad era gigante. Crecía mi cuerpo y mi mente no se quedaba atrás. Meses antes, la mancha roja en mi ropa interior y un grito de alegría habían informado a la familia de mi evolución. Me creía grande, madura; pensaba que lo sabía todo o casi todo de la adolescencia. Sin embargo, algunos cambios de la pubertad me cogieron desprevenida, con la guardia baja. A menudo me sentía triste, extraviada, indefensa ante los procesos físicos y psíquicos que experimentaba mi organismo.

Sucede que el inicio de la pubertad trae felicidad para muchos, pero junto a ese deseado desarrollo ocurren también transformaciones que pueden generar complejos. De acuerdo con la literatura especializada, observar cómo crecen los senos o se hinchan las tetillas, cómo se ensanchan las caderas o la voz se vuelve grave es la dicha misma; pero no sucede igual, por ejemplo, ante la salida de acné o celulitis, el desarrollo excesivo o insuficiente de los senos o las variaciones en la talla y el peso.

Según los especialistas, es raro encontrar adolescentes sin complejos e inseguridades. Normalmente, requieren un tiempo para adaptarse a las modificaciones del cuerpo y sentirse satisfechos consigo mismos. En este tránsito de la niñez a la adultez, el individuo puede padecer estrés, depresión y ansiedad. Algunos acuden al alcohol u otras drogas, e incluso presentan problemas de conducta. Cada cambio físico puede conllevar problemas de identidad y aceptación.

Los  adolescentes  deben  entonces aprender a sobrevolar estos problemas mediante el desarrollo de la autoestima. No pueden dejar que los complejos disminuyan el sentido del valor personal. Abatirse y perder la seguridad puede ser fatal.

No olvidemos que en la pubertad se forjan el carácter y la personalidad y cada paso en falso repercute en el futuro. Una visión optimista de la vida es la mejor manera de esquivar los traspiés en la adolescencia. Los especialistas aconsejan recordar con frecuencia los pequeños éxitos, identificar las cualidades y puntos fuertes, aceptar las debilidades, aprender de los errores y no dejarse derrumbar por las opiniones negativas de los demás. De igual forma, potenciar la comunicación con los padres es una carta de triunfo.

En mi caso, los cambios de la pubertad se sucedieron poco a poco, a veces sin notarlos; otras, sufriéndolos. Después, el tiempo y la experiencia me demostraron que el mejor camino a la felicidad es aceptarse tal y como somos, con esa carga de defectos, pero igual peso de virtudes.

Por eso, de vez en vez vuelvo sobre el libro que tanto amé durante los primeros años de adolescencia, y en la página 35 leo las mismas palabras que un día me alentaron: “Cada uno de nosotros está insertado en una vertiente de la vida, que corre según las leyes de la naturaleza y la sociedad. Mientras mejor conozcamos y respetemos estas leyes, mejor conduciremos nuestra ‘barquita’ personal entre los escollos, los remolinos y las rocas”.

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