Con frecuencia escuchamos quejas sobre la poca disciplina laboral en algunos colectivos o sectores de la economía, como si este fuera un problema crónico casi sin solución en nuestra contemporaneidad. Pareciera que ser disciplinado es una leyenda de otros tiempos.
Este asunto ha transitado por diversos enfoques, desde los legalistas que han procurado garantizar la disciplina en el trabajo a través de normas jurídicas, hasta los que ponderan más los valores como basamento para su consecución.
Y es que mantener una disciplina adecuada como trabajador o trabajadora nace de muchos pocos que deberíamos acumular a lo largo de nuestras vidas.
La laboriosidad posiblemente surge como valor desde las más tempranas edades, y los hábitos de conducta que la deben acompañar también.
A diferencia de otros ámbitos de la vida social donde tal vez la exigencia y el cumplimiento de una disciplina es posible garantizarlos mediante determinados controles externos, no hay sistema de reglas que por sí solo pueda conseguir que cada persona individualmente sea cumplidora con su trabajo.
Porque en última instancia la disciplina laboral es un resultado de un proceso. Parte de la comprensión y el disfrute de la responsabilidad que significa crear, aportar y hacer bien lo que mejor sabemos hacer y para lo cual acumulamos habilidades y conocimientos prácticos o profesionales.
El individuo indisciplinado en el trabajo afecta a la economía, a la entidad donde labora y a otras muchas personas que se desempeñan a su lado o reciben los beneficios de su labor. Pero sobre todas las cosas, el daño principal es para sí mismo, para su satisfacción y realización más íntima.
Es cierto que también hay personas con destrezas, capacidades e inteligencia para algunas tareas a las que les cuesta mantener una disciplina adecuada durante su ejercicio, pero hasta tales sujetos suelen llegar a sentir que despilfarran esas condiciones naturales cuando no son capaces de aplicarse con esmero a la labor que realizan.
Pero junto con la subjetividad del individuo y sus valores intrínsecos, no caben dudas de que los sistemas organizacionales, las relaciones interpersonales dentro de un colectivo, los métodos de dirección y solución de conflictos, también constituyen elementos que influyen en el logro de una disciplina laboral consciente, compartida y fructífera.
Y subrayo fructífera, porque hasta que no consigamos como sistema económico y social que ser una persona disciplinada impacte directamente en la plenitud y realización de la gente, en su mejoramiento espiritual y también material, dependeremos de las ofensivas coyunturales mediante legislaciones, medidas y reglamentos, que por su carácter coercitivo solo pueden paliar, y muy pobremente, la falta de una disciplina verdadera.
No obstante ello, este es un tema que valdría la pena profundizar como parte de los debates del proceso orgánico del XXI Congreso de la CTC, ahora en la fase de sus conferencias provinciales, y quizás hasta en sus sesiones finales.
La labor del sindicato en todos sus niveles, fundamentalmente en la base, como eslabón para compulsar, reconocer y persuadir sobre la trascendencia de la disciplina laboral, debe vincularse con la búsqueda, junto con las administraciones, de métodos y formas de trabajar que tiendan a formar trabajadores disciplinados.
Los sistemas de pago, la normación del trabajo, los reglamentos internos, la exigencia y el control administrativos, el funcionamiento sindical y de otras organizaciones profesionales y políticas, todos son componentes que pueden propiciar, o no, la existencia de una disciplina que sea provechosa para todas las partes.
Porque solo cuando la disciplina laboral reporte frutos tangibles, diferenciados y enriquecedores en todos los sentidos, no tendremos que volver de vez en cuando a retomar el tema con esa urgencia pasajera de las campañas, para hacernos la vieja pregunta: ¿se acuerdan de aquello de la disciplina laboral?