Como le conté semana pasada, al llegar al aeropuerto de Puerto Lempira, “capital” del Departamento hondureño de Gracias a Dios, después de una larga y peligrosa estancia en la selva de La Mosquitia, vi un avión a todas luces militar por su inscripción en la parte media del fuselaje: U.S Air Force. Lo custodiaba, de pie (el pobre) un agente de la Policía.
No pregunté. Los deseos de llegar a los pequeños cuartos de madera donde vivían los colabores cubanos, quienes tan bien nos acogieron y compartieron con nosotros lo que tenían para alimentarse, era superior en ese momento a la indagación periodística.
La gentileza de los coterráneos fue tanta que nos esperaron con una cena exquisita, a la cubana, preparada de manera especial. Ya conocían todo lo que habíamos pasado. La comimos como lo que fue: un manjar de los Dioses.
En la tertulia posterior, después de contar las peripecias y el estado de sus colegas en las aldeas intrincadas, pregunté: ¿Y ese avión de color verde que está en la “pista”?
“Es de los Estados Unidos. Ayer llegó una brigada médica para atender a los necesitados, según afirmaron. Vinieron cirujanos, oftalmólogos, especialistas en medicina interna, enfermeros… Se hospedan en el hotel que está en el centro. Aseguran que todos los años vienen y están unas horas atendiendo a la gente”, explicó una doctora cubana.
Al amanecer fui a recorrer Puerto Lempira. El personal médico estadounidense estaba frente al hotel de referencia. Eran unos 20, más o menos. Y con ellos estaban (¡desde luego!) varios equipos de canales de televisión, fotógrafos y periodistas, al parecer tanto de la prensa escrita como de la radio. Esa cantidad de colegas sonrientes y hospedados en el mismo hotel (muy confortable, por cierto) me supo a fanfarria mediática.
Encaminé los pasos hacia el hospital, toqué a la puerta de la oficina de la directora y entré. Indagué por la brigada llegada de los EE.UU. Con una admiración desmedida (común en muchos hondureños) me habló de la labor que anualmente realizan esos colaboradores, quienes brindan “una ayuda solidaria inestimable en bien de los más pobres”, y bla, bla, bla, bla… Confieso que me “picaron” sus palabras, porque nunca le escuché decir algo semejante sobre los cubanos que ya llevaban más de dos meses en ese centro asistencial, atendiendo a cientos de pacientes cada día, sin pedir nada cambio, con pocos recursos y medios de diagnóstico, sin publicidad periodística alguna, y viviendo en unos cuartuchos de madera que daban más deseos de escapar que de permanecer en ellos.
Esperé en la consulta de Fisiatría, atendida por una doctora y un técnico cubanos. Llegó el cirujano, un joven especialista de Camagüey y me dijo que su homólogo estadounidense había pedido operar junto con él. “Los pueblos genuinos no tienen nada que ver con el manejo absurdo de la política de un gobierno hegemónico”, le dije.
En ese propio local establecieron la consulta de Oftalmología, la en cual hacían simplemente una refracción visual y entregaban a los necesitados unos espejuelos plásticos, evidentemente bastante baratos. Pero bueno, algo es algo para quienes no tienen nada.
Los periodistas, camarógrafos y fotógrafos se movían como hormigas locas de un lado a otro recogiendo testimonios, tomando imágenes para reportajes y entrevistas que serían publicadas de inmediato en sus medios. Parecía que para ellos los cubanos no estaban allí. “Es que nos dijo el jefe de información que nos ocupáramos exclusivamente de la brigada norteamericana”, me dijo un colega cuando lo increpé de profesional a profesional. Preferí no responderle, porque él no era el responsable principal de la encomienda que no visibilizaba la realidad.
Transcurrieron las horas. Yo me fui hasta la llamada Municipalidad para entrevistar al alcalde, según habíamos acordado. Eso sí, el tema fue uno solo: la labor de los colaboradores cubanos. El funcionario público sí se deshizo en elogios. En un momento quiso hablar también de la brigada estadounidense, pero se percató que había apagado la grabadora, porque no me haría cómplice del show mediático montado.
Al atardecer fui hasta un restaurante-bar que estaba pegado a las aguas de la Laguna de Caratasca con el fin conversar un poco con los lugareños. Antes decidí pasar por el aeropuerto, aunque me queda algo distante, para preguntar si habían llegado unas cajas con alimentos para los colaboradores cubanos, enviadas por amigos solidarios desde la ciudad de La Ceiba. Serían más o menos las 4 de la tarde. Miré hacia el final de la “pista” y ya la aeronave verde de U.S Air Force no estaba. ¿Sería un avión fantasma?
Evidentemente, los integrantes de la brigada estadounidenses se habían marchado. El show mediático había terminado. Los enfermos y necesitados seguían en Puerto Lempira.
(Continuará)