Alrededor de 20 millones de pesos se han invertido en el proceso de restauración, reparación y reanimación de los centros gastronómicos de la capital, que se inició hace alrededor de dos años, y “prevemos continúe el tiempo que sea necesario”, según explicó a Trabajadores el director provincial de Gastronomía, Jorge Luis Vázquez.
De acuerdo con el funcionario, las labores consisten en la reparación constructiva, las mejoras en el mobiliario, en los equipos de refrigeración, etc.
“Lo que queremos es garantizar a nuestros clientes el máximo confort posible y, a su vez, tratar de que los empleados se sientan motivados al apreciar un ambiente renovado en su centro”, dijo.
Estas transformaciones son más que perceptibles al alcance de la vista; como también lo es que, en algunos espacios, de poco han servido, porque la prosperidad oscurece ante las prácticas nocivas del día a día. Ello indica lo mucho que debemos trabajar para revertir esa realidad.
La misma historia de siempre
Son las seis de la tarde del domingo 8 de julio. Comenzó el verano, y la calle 23 —la arteria principal del Vedado y una de las más populares de La Habana— está abarrotada de familias y grupos de jóvenes buscando algo que hacer fuera de casa.
La pizzería Buona Sera tiene ocupadas las mesas situadas bajo techo y vacías las del portal (cubiertas con sombrillas). Parece comprensible, porque a esa hora el sol todavía molesta. Pero no, ocurre algo más que pronto descubriremos.
Debieron desocuparse las mesas para que pudieran pasar los que, dado el orden de la cola, les correspondía y, una vez dentro, el panorama quedó claro. Un solo dependiente estaba trabajando ese día. Por eso, la primera medida fue que nadie ocupara las mesas de afuera, las de las sombrillas. Eso —ciertamente— hubiese sido demasiado para él.
Él, joven amable y bien educado, debía hacer el pedido, servir y cobrar. Y encima, en medio de esta tarea titánica, algo en otra parte reclamó su presencia, por tanto, dejó de atender a sus clientes durante casi 15 minutos.
Por suerte regresó rápido para colocar a disposición de los usuarios un producto asequible para los salarios de los cubanos, pero de poca calidad: comida italiana con queso agrio y con una pasta que apenas servía para “maquillar” los espaguetis.
Además, todo en pequeñas dosis, como si el objetivo fuera no satisfacer a los comensales.
A todo eso se une el ambiente del lugar. Según refirió el director de la Empresa Provincial de Gastronomía, “en los diseños de los establecimientos participan diferentes especialistas de esta área”. Sin embargo, Buona Sera no conecta, no invita. El diseño, ni en el exterior ni en el interior dialoga con los visitantes.
Para colmo, no había ese día siquiera un poco de música que recordara que el 8 de julio era un domingo de verano, para disfrutar Cuba.
¿La excepción de la regla?
Son las tres de la tarde y el restaurante La Pelota —situado en la céntrica esquina de 23 y 12— está casi vacío. No obstante, una persona uniformada espera a la entrada, invita a pasar y gentilmente abre la puerta a cada cliente.
Las consolas están funcionando. La limpieza es notable y la decoración alegórica al deporte nacional, junto al color azul, le otorgan un sello distintivo que también fue reparado en fechas recientes.
Apenas unos instantes tardó una señora de mediana edad en llegar a la mesa para hacer el pedido, con gestos discretos, rostro bonachón y timbre bajo al conversar.
La comida, también barata y bien servida tampoco demoró, y la cerveza y el refresco estaban fríos. Nada más que por el ambiente daba gusto permanecer en aquel sitio donde no faltaban las gracias y los permisos.
“Para las unidades reparadas seleccionamos al administrador que consideramos idóneo, es decir, que fuera responsable y, a su vez, que conociera las características del servicio”, explicó Jorge Luis Vázquez. Y, al menos en el caso de La Pelota parece —de acuerdo con la experiencia de ese día— que se eligió al indicado.
¿Y la Resolución 54 qué?
Dice el director provincial de Gastronomía que en las diferentes unidades está prevista la realización de 150 asambleas, en donde deben participar todos los trabajadores. “El objetivo es que cada uno conozca lo que estipula la Resolución 54 referida a la protección al consumidor”.
El análisis más superficial indica que la pésima calidad de los servicios en algunas unidades es multifactorial y no va a desaparecer de un día para otro, con o sin resolución. Sin embargo, cuando faltan los elementales derechos, nos damos cuenta de la profundidad de las raíces de los males que sufrimos.
En ninguno de los establecimientos referidos con anterioridad los dependientes colocaron la carta. Las ofertas fueron transmitidas oralmente. ¿Se adulteraron los precios? ¿Había otras ofertas disponibles?… ¿Quién sabe?
¡Oh, La Habana!
Desde inicios del mes de julio un equipo de este periódico ha visitado varios centros gastronómicos, tanto estatales como privados. La experiencia de dejar a un lado las cámaras y las grabadoras y recibir desde el anonimato cualquier servicio, ha sido, en principio, esclarecedora.
No hay ni habrá documento que —por sí solo— pueda corregir las malas costumbres acumuladas que ya forman parte de una cotidianidad a ratos vergonzosa.
Mientras que las campañas de protección al consumidor no se sedimenten en el sistema educacional continuaremos únicamente conformándonos con la palabra inefectiva.
Si encima de eso las administraciones no velan porque se cumpla lo establecido, la impresión es que trabajamos para contar el cuento de la buena pipa. ¿Por qué, justo cuando suceden situaciones como esta, no hay ningún directivo de gastronomía o comercio presente? Son las “casualidades” permanentes.
Injusta sería una comparación entre lo que ocurre en La Habana y en otras provincias del país. La experiencia de Trabajadores en entidades gastronómicas de Santiago de Cuba —solo por citar un ejemplo— fue más que gratificante. Pero lo cierto es que en La Habana el número de unidades es mucho mayor y, como sucede con todas las capitales, las irregularidades son otras.
No obstante, habría que aprender de la educación en esas tierras, de las buenas maneras, de la complicidad, del decorado. Y también sería bueno aprender de esos dirigentes que, así, sin previo aviso, aparecen allí donde no los esperan.
Afirmar que en materia de atención a la población, de confort y de calidad de las propuestas el sector no estatal tiene la delantera es dar información consabida.
Las deficiencias en los espacios privados son otras, pero cuando se trata de “mimar al cliente”, definitivamente saben cómo hacerlo. Aun así, esta comparación también sería injusta.
“Es verdad que tenemos dificultades y hemos tratado de eliminarlas poco a poco; considero que se han tomado medidas disciplinarias y otras acciones cuando ha sido necesario”, sostuvo el director provincial de Gastronomía Jorge Luis Vázquez.
Pero al parecer, las cadenas de faltas son demasiado largas. El problema no es una mala experiencia en Buona Sera o una buena en La Pelota. No es lo privado o lo estatal. No es La Habana ni otras provincias.
El problema es que a estas alturas parece imposible que a corto o mediano plazo sean más las experiencias positivas que las negativas en los establecimientos de gastronomía y comercio estatales.
Y eso, a mediados del 2018, entre tantas disposiciones de por medio, es más que alarmante e indica que algo no estamos haciendo bien.