Apenas eran las nueve de la mañana y el efusivo calor de aquellas montañas nos recibía. Ellas ya estaban de pie cinco horas antes; sin embargo lucían fuertes, dispuestas y sin resquicios para el cansancio, el hambre o el desvanecimiento, aun cuando la noche anterior quedaron labores pendientes y decidieron reanudarlas temprano “para no perder tiempo”. La mayoría sobre los 40 y 50 años, mas parecían relámpagos femeninos.
Ahí fue cuando advertí que su historial glorioso como recolectoras en Cuba y otras notas de celebridad no eran exagerados. Y lo confirmé allí mismo, con pobladores de Palizada, municipio de El Salvador en Guantánamo: “Cualquier jornada en la que no se escuchan entre los cafetales aderezando la armonía campestre es un día perdido”.
Camisas, mangas largas, pantalones, botas bien asidas, pañuelos bajo los sombreros, rostros que asoman entre lo tostado del sol arrugas, marcas del duro bregar y la sonrisa, místico cariz de una mujer que en ellas deja ver resolución y fe robusta. Por primera vez no tuve a interlocutoras ansiosas para satisfacer mi cuestionario predeterminado, fueron incluso tan espontáneas que hasta pude formular y responder de solo verlas en plena faena.
Cinco carreras cada una
Fue “Poca”, como cariñosamente llaman a su líder Dignora Plutín, quien repartió las tareas. Daba igual si a Juana o Carmita tocaran mejores carreras, todas aceptaban el encargo con humildad, sin menester a la meditación o las cuentas sacadas antes de empezar. Nada podía perturbar el final prodigioso, el remate del esfuerzo y lo bien hecho, que satisface y da frutos.
Seleccionar y acopiar les lleva unos segundos, el café cae al morral como quien llega confiado a casa. Ni un comentario mientras trabajan. Absortas, pero animadas, modelan una obra que aunque les envuelve hace más de 30 años no dejan de adorar y perfeccionar. Morral lleno se descarga y en cierne el otro, para no amainar espíritus.
Luego el afán sobresaliente, su cómplice de las más de 250 mil latas de café recogidas y casi un cuarto de siglo como Vanguardias Nacionales del Sindicato de Trabajadores Agropecuarios y Forestales.
Como son alrededor de una docena, mientras terminan la meta individual, en poco más de dos horas se reparten otras tareas: lo mismo en la siembra, fertilización, escarda, cosecha, trilla, cuidado de animales, limpieza de comunidades y reparando caminos, que en la venta de productos.
Precisamente, por semejante historia laboral, viene su savia fraguada desde las serranías del territorio en 1982, cuando por sugerencia de Vilma Espín Guillois, otrora presidenta nacional de la FMC, quien preguntó a las campesinas si eran capaces de competir en productividad con los hombres, se convirtieron en el colectivo más destacado de acopiadoras de café en el país.
Desde el principio, aunque sin proponérselo, asumieron reales y extraordinarias proezas productivas, les tocaba porque sí: “Fíjate tú que éramos creadas por Vilma y con nada más y nada menos que el nombre de Tania la Guerrillera, la única mujer que integró la guerrilla de Ernesto Che Guevara en Bolivia”, me respondió Poca, en nuestro intercambio, poco antes de integrarse a las demás.
Primero con Petra y junto a ella, años después enaltecen el término de “mujeres rurales”, y por absoluta propiedad a las más de 10 mil existentes en la provincia. Las distinguía el no solo limitarse a labores agrícolas, también tareas imprescindibles de la economía, pruebas que hasta hoy confirman su incontenible reducto de productividad y un admirable despliegue de potencialidades femeninas. De esas que vierten con igual vigor en los quehaceres domésticos y obligaciones naturales de madres, abuelas, esposas, tías…, una cuenta que al final transforma sus vidas en una doble o triple jornada.
“Ya casi está el café”, me anunció Poca, y el casi no duró mucho…, alguien dijo: “Allá viene Petra”, y mi vista fue hacia las lomas desde donde descendía, briosa, una mujer enjuta de 1.54 centímetros de estatura aproximadamente.
¡El café es en mi casa!
Le adjudiqué unos 70 años, pero respondió rápidamente que 88. Después de saludar a todos y darnos una vez más la bienvenida nos señaló su casa, y ese gesto, más la invitación de su voz férrea y una brava figura, por supuesto no encontró reparos.
Así de sencilla y grande conocí a Petronila Neyra, jefa histórica de la brigada, condecorada con el título de Heroína del Trabajo de la República de Cuba en el año 2002 y aun militante del colectivo, del cual me confesó se siente “jubilada, mas nunca retirada”.
Actualmente cumple funciones de recolectora, crea viveros en época de cultivo, es usufructuaria de una finca de producciones varias y asesora a Poca, a quien cedió el mando en el año 2004.
Más de 60 calendarios de arduo y difícil trabajo bajo el sol tiene esta mujer, y ese es el orgullo que tiene de vivir, un aliento que en Las Tanias cuenta con más que aprendices, cómplices y fieles promesas.