Dicen los críticos, entre las tantas cosas que dicen, que Daymé Arocena, la negra cubana que canta con los pies descalzos, adora a los santos de la religión afrocubana y gusta vestir de blanco, es la combinación más perfecta de esas grandes divas de todos los tiempos.
Los críticos dicen más, mucho más. Hablan incluso de la próxima Whitney Houston. Ya la califican como la mejor voz femenina de Cuba y auguran que, en un futuro no demasiado lejano, ocupará una posición privilegiada en el máximo altar de los dioses vivos de la música. Daymé sabe que todo eso dicen de ella. Tal vez lo supo desde siempre. Tal vez alguien, de este mundo, o de otro, ya le había anunciado eso que algunos llaman destino, su destino.
Aun así, Daymé parece no saber nada. Y no es que pretenda ignorar ese regalo que se llama talento y que la vida le dio. Tampoco es que ande por el escenario con la mirada baja, mezclando entre canción y canción, frases que la hagan parecer modesta. No. Daymé sabe de lo que es dueña y tiene varias formas de cuidar su tesoro: mantener la planta de sus pies pequeños, bien firmes sobre los escenarios que tantas glorias le regalan; dar siempre las gracias, a los vivos, a los muertos y a los inmortales; sonreír con esa gracia natural que no se ha visto en año en la escena musical del archipiélago…
Ella, cubana que desarma, es la encarnación de la mezcla más acabado de diferentes géneros musicales. La sandunga de Formell, el azúcar de Celia Cruz, la pasión de la timba y de la rumba, el misterio del jazz, el encanto del soul y hasta la vibra de Pérez Prado y su mambo espectacular armonizan sobre una mujer que, sencillamente, es capaz de hacer lo que quiera con su voz, en la cual, también se reconoce los acordes de la barriada de Diez de Octubre, donde escuchó sus primeros tambores.
Dice su madre que lo de ella es natural, que Daymé es hija de la suerte. Uno sabe lo que dice su madre por La Rumba me llamo yo, canción más popular de su disco Cubafonía. Y uno, oyéndola cantar en un teatro, en una plaza abierta o donde sea, no puede menos que dar parte de razón a su madre. Porque aunque Daymé estudió y se formó en las academias de la escuela cubana, ha recibido el respaldo de importantes personalidades de la música internacional y es dueña de un don natural, lo cierto es que nada de eso es suficiente.
Eso pudiera explicar su éxito. Pero, cómo decir lo que provoca, cómo sentir esa sensibilidad que emana, cómo interpretar que se aplaudan sus canciones aun cuando a veces no se entiendan, cómo expresar que uno, cuando la ve o la escucha sobre el escenario, sienta —al menos por un instante— que lo único que hay para hacer es prestar atención a Daymé Arocena.