Barranquilla.- Este domingo terminó el béisbol de los XXIII Juegos Centroamericanos y del Caribe. La victoria 3-1 de nuestra selección contra los anfitriones colombianos dejó el agridulce sabor de la plata y la tabla salvadora de la clasificación hacia los Juegos Panamericanos de Lima 2019.
Sin embargo, la película, por más que lo reitere, era un final casi idéntico al vivido en la XIV edición de La Habana 1982. Segundo lugar, derrotas ante dos selecciones (Puerto Rico y Dominicana ayer; Puerto Rico y Venezuela hoy); y para rematar, una gran incógnita se abrió paso sin pedir permiso, pero muy segura de las intenciones: ¿Pasará algo después de esto como sí ocurrió hace 36 años?
Por aquel entonces la inamovible dirección de Servio Borges al frente del equipo nacional terminó su cometido; se establecieron nuevas exigencias para las preparaciones de nuestros conjuntos y se potenció el renacer de todas las categorías, entre otras ideas que reportaron años esplendorosos y luego, cual rutina de trabajo sin contrapartida eficiente, volvió a sucumbir por errores humanos.
¿Es acaso el béisbol el ombligo del deporte cubano? Quizás sea muy exagerado el término, pero más de un 70 % de la cara más visible del INDER hacia el pueblo sí lo es, en tanto constituye una expresión cultural de unidad, cubanía, tradición, identidad, historia y firmeza que apenas resiste la competencia de otras manifestaciones artísticas o sociales, igualmente intrínsecas en la raíz de nuestro gran ajiaco, al decir de nuestro Fernando Ortiz.
La pérdida del cetro regional es la última señal de una copa que viene rebosándose desde hace mucho rato. Sería muy iluso responsabilizar solo a Carlos Martí con este nuevo revés, aunque su dirección pueda haber cometido imprecisiones en Barranquilla; como tampoco debiéramos buscar en los números finales (294 bateo colectivo, 2,08 en promedio de carreras limpias y 993 en fildeo) el argumento perfecto para exponer que la preparación de casi tres meses fue la ideal, pues la mejor fórmula para validar un sistema de entrenamiento, desde épocas remotas, han sido los resultados. Y para el nivel de este torneo regional, el único resultado posible era revalidar la corona.
¿Acaso un segundo lugar ante peloteros boricuas agrupados a la carrera y que juegan en una liga doble A en su país; o de veteranos venezolanos que ya vivieron sus mejores años en la Liga Profesional y casi se unieron en el aeropuerto; o de colombianos que apenas cuentan con una liga seria de béisbol hace menos de 20 años, por solo citar tres ejemplos, puede considerarse aceptable para una selección nacional como la nuestra?
Volvamos a las esencias y no a lo que pueda entorpecer los análisis futuros. Es cierto que hay un éxodo de peloteros hacia las Grandes Ligas y a otras de mayor remuneración económica que la nuestra sin la participación o contrapartida de la Federación Cubana de Béisbol por las leyes del bloqueo de Estados Unidos.
Es innegable también que la emigración de una fuerza técnica calificada hacia el exterior ha desprovisto a este deporte (y a otros tantos) de muchos entrenadores en la base y por tanto disminuye la búsqueda de talentos y se frena el desarrollo en todas las categorías.
Es realidad como un templo que faltan implementos para la práctica masiva y que los que existen o se pueden adquirir en las tiendas no van a parar a manos, en muchos casos, de los que más virtudes tienen para jugar, sino de los que más poder adquisitivo reúnen hoy en nuestra sociedad.
Es igualmente imposible pensar en echar hacia delante un carro como este si dejamos a la espontaneidad los planes de entrenamiento de cada provincia para las series nacionales, tal y como ha ocurrido en las últimas campañas.
Y así pudiéramos seguir mencionado variables, una más, otras menos, que andan poniendo minas a las bolas y los strikes desde hace más de dos décadas. Por eso, más allá de lo que se ha logrado a través de contratos internacionales en Japón, Italia o Canadá; o de cambios de estructuras para mejorar un poco más la calidad en una segunda fase, el béisbol cubano necesita, lo implora, una revisión a fondo, casi un Congreso, con todos los actores sociales que intervienen, tocan o rozan su vitalidad y salud, liderados por el INDER.
El segundo lugar obtenido en el estadio Edgar Rentería es peor que el tercero de los Juegos Panamericanos de Toronto 2015; deja atrás la espina de no haber clasificado para el mundial sub 23 (por cierto, la sede de esa lid del orbe se la acaban de dar a Barranquilla) y hace olvidar los lugares discretos alcanzados en los dos últimos Clásicos Mundiales (2013 y 2017), por solo citar tres de los últimos eventos oficiales, sin que por eso obvie los terceros y cuartos puestos en las Series del Caribes más recientes.
Lo preocupante a la par de todo lo anterior en materia deportiva es que el pueblo llegue a perder la fe en sus peloteros y en las Series Nacionales que por tantos años han sido el principal espectáculo sociocultural del país. O que llegue a la resignación de que no disputaremos más los puestos cimeros internacionalmente porque “ya no nos tocan”.
Si esta plata de Barranquilla no remueve los cimientos de nuestro béisbol mañana habrá pantalla en el estadio Latinoamericano y Alfredo Despaigne seguirá quizás su imponente paso por la Liga Profesional de Japón, pero dentro de cada niño, joven, mujer o adulto que vibra con un swing, un jonrón o un fildeo se irá apagando, poco a poco, una de las pasiones y orgullos más grandes que hemos tenido como cubanos desde finales del siglo XIX.
Todavía estamos a tiempo. Todos.