La imagen fue tomada en el Vivac de Santiago de Cuba y se convirtió en un símbolo: el jefe de las acciones del 26 de Julio aparece delante un retrato de José Martí, a quien calificó, en el juicio seguido posteriormente a los asaltantes, como el autor intelectual del Moncada.
Fidel había llegado vivo hasta allí, casi milagrosamente. El 1.° de agosto junto a José Suárez Blanco, Pepe, jefe de la célula de Artemisa, y Oscar Alcalde, habían sido sorprendidos mientras dormían en un varentierra, donde exhaustos y hambrientos se habían refugiado.
Los militares, enardecidos por la mentira difundida por el tirano de que los moncadistas habían degollado a los soldados enfermos en el hospital, estaban sedientos de sangre y ansiosos de matar. Pero el teniente Pedro Sarría que comandaba la patrulla, logró contenerlos, mientras repetía por lo bajo, como en un susurro: “Las ideas no se matan”.
“Aún hoy, recordó Fidel posteriormente, conmueve pensar en un hombre de una integridad y valor tales como para repetir dicha frase como quien enarbola un principio o una bandera”.
En determinado momento, Fidel, que inicialmente había dado un nombre falso a sus captores, le reveló su verdadera identidad al teniente, quien le pidió, por su seguridad, que no se lo dijera a nadie más. No lo mencionó entonces, pero conocía a Fidel de la universidad.
Aquel digno y honesto oficial negro se negó igualmente a entregar a los prisioneros cuando se le interpuso en el trayecto el sanguinario comandante Pérez Chaumont —que pretendía trasladarlos al Moncada—, y los llevó al Vivac de Santiago de Cuba, un lugar céntrico.
Allí, el principal responsable de los asesinatos del 26 de Julio, Alberto del Río Chaviano, se presentó para interrogar a Fidel, quien con gran serenidad y aplomo expuso frente a este y otros oficiales los objetivos del Movimiento, cómo se habían adquirido las armas y organizado la acción, la idea de levantar a la población y de lanzar un programa revolucionario.
Luego permitieron el acceso a la prensa, y las declaraciones del detenido aparecieron en titulares y se trasmitieron en espacios radiales estelares. Había sido un error de la dictadura que trató de silenciar los medios. “Comencé ganándoles la batalla política aquel mismo día”, diría Fidel.
Si algo quedó demostrado en esa dramática coyuntura fue que a pesar del lógico sentimiento de frustración debido al hecho de que razones fortuitas hubiesen impedido el triunfo de un plan tan cuidadosamente elaborado y la indignación ante el crimen cometido contra sus compañeros, Fidel mantuvo la decisión de luchar.
En el momento de su detención los militares encontraron a un hombre agotado físicamente pero no vencido, que estaba intentando llegar a la bahía santiaguera para atravesarla en un bote e internarse en la Sierra Maestra. Los combatientes los iría reclutando con el tiempo y las armas aparecerían después.
Al hacer un balance de la situación de los involucrados en las acciones del 26 de Julio, el historiador Mario Mencía apuntó que del contingente de 159 movilizados 61 perdieron la vida, lo que representó casi el 40 %; 32 fueron llevados a juicio y condenados, equivalente al 28 %; 22 tuvieron que partir al exilio y los otros pasaron a la clandestinidad o suspendieron total o temporalmente toda actividad revolucionaria. En cuanto a los 10 dirigentes reveló que, cinco, la mitad, perdieron la vida, cuatro fueron apresados y condenados (a 15 años, Fidel, y a 13 y 10 años los otros tres); solamente uno pudo escapar y salir hacia el extranjero.
Resulta difícil pensar que ante tal descalabro se podía continuar la lucha, pero la decisión de Fidel, en medio de la adversidad se mantuvo firme. Lo demostró su diálogo con el coronel Chaviano, quien le dijo que estaba loco al creer que con un ejército como el del régimen sus “cuatro gatos” podrían hacer algo, y la prueba era que casi todos habían muerto y los otros fueron capturados, a lo que el líder de los asaltantes respondió que si tuviese oportunidad repetiría la acción, y triunfaría.
Siempre tuvo absoluta confianza en el futuro, como la tuvieron los que lo acompañaron en aquella gloriosa jornada. Sabían que podían caer en el empeño, pero sus ideas no se podían matar. Ellas continuarían inspirando la acción de los continuadores de su obra, hasta la victoria final.