Como conté en el texto anterior titulado Puerto Lempira (V), esa localidad cabecera del Departamento de Gracias a Dios, también conocido como La Mosquitia, en Honduras, presentaba en el momento de nuestra visita (año 1999) grandes contrastes.
Por un lado, una parte notable de la población vivía en la pobreza o trataba de subsistir sobre la base del comercio de ropa reciclada, fundamentalmente, y del otro estaban los representantes de empresarios adinerados hondureños que eran dueños de dos o tres hoteles con habitaciones en muy buenas condiciones y comodidades diversas, y también ricachones llegados de Estados Unidos o Europa, matrimoniados con bellas indias misquitas, mujeres con piel trigueña, finas facciones y pelo largo y muy negro.
Contaban en Puerto Lempira que las misquitas guardaban un secreto exclusivo: el de la Sica. Se trataba de un bebida que ellas preparaban con raíces (y vaya a saberse con qué más), daban a los hombres y los “ponían a sus pies”, rendidos de amor. Si era cierto, no tuve certeza alguna; solo me llegaron comentarios. Pero la realidad era que ellos habían dejado atrás París, Ámsterdam o Nueva York para asentarse en un lugar muy alejado de la civilización y la vida citadina.
Tanto este asentamiento poblacional, puerta principal a la zona selvática, como las muchas aldeas enclavas en diferentes puntos de esta fueron muy abatidas por los vientos del devastador huracán Mitch, sobre todo por las inundaciones de los ríos, entre ellos el Patuca, con 500 kilómetros de longitud y un caudal enorme, y el Plátano, con 85 km de largo.
A esos lugares los médicos hondureños no querían ir ni a cumplir el servicio social. Solo unos pocos trataban de mantener en funcionamiento el hospital de Puerto Lempira, pero les resultaba imposible garantizar la atención a sus más de 20 mil pobladores, a los que se sumaban los establecidos en las aldeas, los que totalizaban casi 90 mil.
Solo la llegada de una brigada médica cubana le devolvió la vitalidad al centro asistencial, un viejo caserón en no muy buen estado. De inmediato se incorporaron a trabajar especialistas en Medicina General Integral (MGI), Cirugía General, Ginecología y Obstetricia, Epidemiología, Fisiatría… Del trabajo en esta última rama de la Medicina le voy a contar.
Sucede que muchos de los hombres de La Mosquitia, sobre todo de Puerto Lempira, se dedicaban ─y aún deben dedicarse─ a la captura de langostas para enviarlas hacia las grandes urbes. Las faenas, muy mal pagadas por cierto, las ejecutaban buceando, en ocasiones a grandes profundidades. Confidencialmente, el capitán jefe de la policía en el lugar me contó que los patrones de los barcos hasta les suministraban drogas fuertes para elevarles el ímpetu y el valor.
En toda la zona no había ni una sola cámara hiperbárica para oxigenar el organismo de los pescadores después de las inmersiones. ¿Las consecuencias? Muchos quedaban parapléjicos, en sillas de ruedas y sin atención especializada.
El arribo de una doctora camagüeyana y un técnico habanero fueron tablas salvadoras para todos los afectados, a quienes se les facilitaba la atención médica sin costo alguno. Las filas (colas) eran notables. Eso pude comprobarlo en varias ocasiones. Con el tratamiento continuo mejoraban algo, pero nunca llegaban, por razones obvias, a un restablecimiento total.
Cerca de 12 horas trabajaban diariamente los colabores cubanos. Los regocijaba, según me contaron, el agradecimiento de los familiares y los enfermos, en su mayoría jóvenes. Algunos ni siquiera llegaban a los 20 años de edad.
Por La Mosquitia hondureña se habían hecho sentir con fuerza el paso destructor del huracán Mitch, pero también cruzaban todos los días las garras explotadoras del capitalismo cruel.