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Mariana Grajales: Madre nuestra

Foto: Agustín Borrego Torres.

Foto: Agustín Borrego Torres.

Detalle del monumento a Mariana Grajales. | foto: Agustín Borrego
Detalle del monumento a Mariana Grajales. | foto: Agustín Borrego

A propósito del natalicio de Mariana Grajales

Por: Betty Beatón y Alina Martínez 

“¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unión hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida que cuando se escribe de ella es como de raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”

Son palabras de José Martí sobre Mariana Grajales, y un sentimiento similar nacido de la admiración por quien no dudó en abandonar la seguridad del hogar para lanzarse a la manigua junto a sus seres más queridos, a quienes les hizo jurar que pelearían por liberar la patria o morir por ella, surge al contemplar el monumento erigido en su memoria en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba.

El escultor Alberto Lescay Merencio supo resumir en la obra de 4,60 metros de altura, fundida en bronce proveniente de casquillos de cañones de artillería de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, la elevada estatura moral de la abnegada patriota, erigida en símbolo de las cubanas que desde los tiempos fundacionales de nuestras luchas hasta hoy han estado dispuestas a entregarlo todo por la causa de su pueblo.

Y como una manera de enlazar para siempre a Mariana con la estirpe que forjó, el artista ubicó el monumento encima de un redondel con tierra traída especialmente desde la finca Majaguabo, en el municipio santiaguero de San Luis, sitio que por largo tiempo sirvió de residencia a los Maceo-Grajales, y la circunda un sendero de piedras de la localidad de Palmarito de Cauto, lugar de andanza de esa familia.

Cómo no recordar ante la enhiesta figura de la madre heroica el episodio muchas veces narrado pero siempre impresionante, de su reacción cuando le llevaron a Antonio Maceo malherido y las mujeres presentes, al ver su grave estado, se echaron a llorar: “¡Fuera, fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas!”. Y le ordenó a Marcos, el hijo más pequeño: “¡Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento!”.

Nos parece imaginar a aquella mujer que tejió su propia historia en la guerra, influyendo en la tropa con la fuerza de su personalidad y su ejemplo, como la describió Martí: “¡Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de los Maceo con su pañuelo a la cabeza y se le acababa el temblor!”.

Fue el periodista e historiador santiaguero Joel Mourlot Mercaderes, quien allá por la década de 1990 arrojó luz en torno a la verdadera fecha de nacimiento de Mariana —12 de julio de 1815, y no como se creía hasta entonces, 26 de junio de 1808—. Ella engendró 14 hijos; de su primer matrimonio con Fructuoso de los Santos Regüeiferos nacieron Felipe, en 1832; Manuel, en 1836, y Fermín, en 1838; luego vino al mundo, en 1843, Justo Germán, inscrito como hijo natural; y con Marcos Maceo procreó a Antonio, 1845; María Baldomera, 1847; José Marcelino, 1849; Rafael, 1850; Miguel, 1852; Julio, 1854; Dominga, 1857; José Tomás, 1858, Marcos, 1860; y María Dolores, 1862.

De ellos, precisó el periodista e historiador, cayeron en combate Justo, Julio, Fermín, Miguel, José y Antonio, en tanto Rafael murió en prisión.

Mourlot resalta como el real mérito de la madre “la formación —junto con Marcos Maceo— de esa prole, porque Mariana no crio hijos para sí; ni siquiera para la familia solo, sino, sobre todo, para insertarse y mejorar la sociedad que le tocó vivir”. Y no duda en considerarla ejemplo de un verdadero ejercicio materno.

Porque fue capaz no solo de forjar héroes sino de inculcarles a sus hijos virtudes como la laboriosidad, la honradez, la sinceridad, la perseverancia y en especial el valor, que esta tierra ya liberada reclama de los patriotas de los nuevos tiempos, al pie del monumento de Mariana Grajales aparece un justo calificativo: Madre de la Patria.

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