La segunda edición de los Juegos Centroamericanos en 1 930, en La Habana, demostró a cuatro años de nacida esta justa la fuerza de su convocatoria. Los anfitriones dispusieron de sendas embarcaciones de la Marina de Guerra, los cruceros “Cuba” y “Patria” para recoger en diferentes puntos del Caribe a seis de las nueve naciones asistentes.
El acto inaugural en el entonces estadio La Tropical —15 de marzo— concluyó con un desafío de béisbol entre Guatemala y los anfitriones, ganado por los nuestros 15-1, con pitcheo combinado de Manuel Domínguez y Francisco Clavel.
El formidable Ramón Fonst, tricampeón de la edición precedente, volvió a dominar las especialidades de florete y espada sin recibir un solo toque en 21 salidas a la pistilla. Solo una lesión en el tobillo pudo impedir que hiciera lo mismo en el sable, cuando ya había ganado cinco asaltos con marcadores 5-0.
El fútbol se incorporó como disciplina oficial, mientras las mujeres debutaron en estas lides con la tenista Maria Luisa García Longa como primera monarca en la historia. Es justo reconocer, sin quitar méritos a la singlista dorada, que el torneo solo se disputó entre seis competidoras locales, al no concurrir las participantes invitadas.
CUBA Y MÉXICO EN DURA PORFÍA
La delegación nacional en los II Juegos Centroamericanos ganó los títulos colectivos en atletismo, béisbol, fútbol, esgrima, tenis, natación y tiro, y la suma ascendió a 30 coronas y 75 preseas en total, válido para dominar por naciones el medallero.
Como para hacer valer su fuerte condición de principal potencia deportiva de entonces en el área regional, México, concluyó con el subliderato (12-18-10) y alcanzó los primeros lugares en baloncesto, clavados y voleibol. Para Panmá fue el tercer puesto, con apenas 4 oros, una plata y cinco bronces.
Por supuesto, figuras individuales se convirtieron en centros de atención, como el corredor Reginal Bedford, bautizado como “El Relámpago Panameño” tras sus récords en las distancias de 200 y 400 metros en el deporte rey, así como el indio mexicano Felipe Jardines, indetenible en los 5 000 y los 10 000 metros.
La clausura en el Auditorio Amadeo Roldán ratificó el éxito deportivo de la justa tras la débil participación cuatro años atrás. La tercera edición sería en El Salvador, país que cumplió su promesa un año después de lo pactado, en 1935.