A una telenovela no le deberían faltar tres cosas: un triángulo amoroso (o alguna variación de ese triángulo), muchas peripecias y puntos de giro.
No es que a En fin, el mar, la telenovela cubana que concluyó la semana pasada, le faltaran peripecias; lo que sucede es que muchas veces no estaban del todo bien articuladas, o no fueron suficientemente contundentes, o hubo demasiado regodeo en el planteamiento y por momentos parecía que la novela no avanzaba.
Había novelería, pero no estuvo bien dosificada.
En cuanto a los puntos de giro, no se marcaron suficientemente. Y eso atentó contra el ritmo general.
Si hablamos de los altibajos del amor, fueron evidentes varios aspectos débiles. A esta recreación contemporánea de Romeo y Julieta (con final feliz) le faltaron énfasis y emoción. Y también contraposiciones más decididas: las villanías de los antagonistas apenas influyeron en el devenir de la pareja protagonista.
Las líneas argumentales de héroes y villanos no se entrecruzaron más allá de malentendidos o triquiñuelas puntuales. Baby, en definitiva, lo único que hizo fue mortificar a Marina, pero la verdad es que no le puso ningún gran obstáculo en el camino.
Había tramas de los malvados que apenas implicaban a los buenos. Y viceversa.
Quizás la pretensión haya sido centrarse en conflictos personales, más que en el consabido esquema de acción-reacción entre los dos bandos en lidia (motor esencial del género, por cierto). Y el caso es que se mostraron aquí y allá dilemas interesantes en determinados personajes, pero no todos fueron bien aprovechados.
Hubo grandes actores; mas no se puede decir que hayamos sido testigos de grandes actuaciones. Primaron la discreción y la mera funcionalidad. Fueron evidentes ciertos desbalances en el tono (énfasis en algunos contra falta de matices de otros) que pudieron haber sido mejor atajados desde la dirección de actores.
En cuanto a la puesta en pantalla, una vez más se hizo patente cierta chapucería en la manera de narrar, que se constató en varios aspectos: desde la edición (escenas que no casaban, errores de continuidad), hasta la “coreografía” de las acciones (poca imaginación, abulia para mover los actores y las cámaras).
A los decorados, como casi siempre, les faltó verosimilitud. Es difícil creerse la mayoría de esas casas y oficinas. Menos si la ambientación no contribuye, o la iluminación muestra desniveles.
La musicalización resultó poco intencionada, insuficientemente utilizada y un tanto monocorde. Aunque la fotografía no deslució demasiado en los exteriores, en interiores no aportó mucho: ¿por qué las cámaras no se permiten planos más atractivos, que “digan” más? Y no estamos pidiendo experimentación a pulso (el género, en ese sentido, aconseja comedimiento), pero al menos curiosidad, deseos de probar…
Y hablando de visualidad, habría que referirse a la presentación de la telenovela: ¿era muy difícil contratar a un diseñador que concibiera un logotipo? ¿Por qué se descuida tanto en Cuba la factura de las presentaciones?
Tendría que haber estándares de calidad (supuestamente los hay, evidentemente no se cumplen), tendría que haber comisiones que velen por el más elemental rigor. Eso habría que aplicarlo a todos los elementos de una producción.
De acuerdo, En fin, el mar no fue un desastre, pero explicitó muchas de las carencias de la telenovela nacional.