Lo recuerdo bien. Cargaba en el semblante más edad de la que tenía y las huellas de un encierro que le pesaba demasiado. No obstante, frente a mi grabadora, contó con vergüenza su vida, y conocí entonces de su viejo hábito de “consumir” cada mañana, mucho antes de lavarse el rostro; del trabajo de gastronómico que no le alcanzaba para mantenerse el vicio; de los objetos que, en procesión, “desaparecieron” de casa; y del narcotráfico al que por fin se integró, pensando que había encontrado las llaves del paraíso, cuando ya había traspasado, por mucho, el umbral del infierno.
Me contó, además, de la angustia de sus padres y la lejanía de los hijos, quienes, por supuesto, también padecían los estragos de su drogodependencia, que primero lo había esclavizado, para luego transformarlo en un “comerciante del diablo” y, por último, en un convicto, que mira con remordimiento el pasado y no distingue bien el futuro.
“Tenía como 15 años cuando empecé a consumir marihuana. Yo no tengo riquezas en mi casa, trabajé toda la vida para mantenerme el vicio. Soy un gran consumidor, pero también tengo experiencia en lo que es traficar”, escucho de nuevo su voz en la grabadora, y es inevitable que mi mente lo dibuje como un victimario, pero ante todo, como una gran víctima de sí mismo.
Porque, alertan los especialistas, la adicción a las drogas es una enfermedad que afecta el funcionamiento normal del organismo y, especialmente, al cerebro, al punto que modifica los hábitos y conductas de las personas y las convierte en máquinas, que buscan, a cualquier precio, saciar los deseos de consumo impuestos por el estupefaciente subyugante.
Trastornos fisiológicos y psicológicos, deterioro y debilitamiento de la voluntad y de las relaciones personales, consecuencias sociales y económicas, daños en el sistema nervioso central, pérdida de autoestima, aislamiento, tendencias paranoicas y debilitamiento del sistema inmunológico, son algunas de las consecuencias de la drogadicción, que jamás será la senda correcta, como algunos piensan, para enfrentar los rigores de la vida.
Pero quienes se acercan a las llamadas drogas duras e ilegales no siempre están conscientes de sus efectos nefastos, por lo que cada vez aumenta en el mundo el número de consumidores que solo ven, ya sea en la marihuana, la cocaína, los opiáceos y las anfetaminas, un atajo hacia el placer, la ilusión de alegría y la enajenación.
En Cuba, se trabaja notablemente para impedir la entrada de estos narcóticos al país, pero también se evidencian, en menor escala, el consumo de marihuana y otros tipos de estupefacientes que toman auge, principalmente, en adolescentes y jóvenes, a quienes es necesario hacerles comprender el peligro que corren mientras transitan el supuesto camino a la felicidad.
Pero no será desde el silenciamiento social o desde el rechazo al individuo consumidor que se logrará reducir esta práctica. A la drogadicción hay que verla como lo que es, una enfermedad, trastorno o afección que distorsiona la conciencia del hombre y modifica su comportamiento, empujándolo cuesta abajo y haciéndolo perder el sentido de la vida.
Por lo que el apoyo mancomunado de la familia, la sociedad y las instituciones debe hacerse sentir auténtico y con fuerzas, de manera que se haga todo lo posible antes de que el individuo caiga en la trampa y desvíe su rumbo.
Los especialistas en el tema recomiendan a los padres de adolescentes y jóvenes reforzar la comunicación en el hogar, estimular el enriquecimiento espiritual de sus hijos y fomentarles el apego a valores positivos.
Precisamente, este 26 de junio se celebra el Día Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de drogas, con el objetivo de llamar la atención sobre este flagelo que hoy daña, fundamentalmente, a la juventud. Sin embargo, más allá de una fecha para luchar contra estas dañinas adicciones, se requiere forjar cada día una conciencia social que permita derrumbar las puertas de ese infierno que son, sin dudas, las drogas.
En la disminución del fenómeno será decisiva también la erradicación de la siembra de marihuana y su posterior tráfico, negocios a los que se dedican algunos elementos inescrupulosos, cuyas acciones mantienen siempre las puertas abiertas a la adicción. Mas la fuerza de cada individuo para oponer resistencia a las drogas será siempre el mejor antídoto. Ya lo dijo el Apóstol, “no es grande quien se deja arrebatar por la vida, sino quien la doma”.