Después de arribar a Honduras y que los colaboradores fueran asignados a los diferentes departamentos, incluyendo la zona selvática, conocida por La Mosquitia, a los integrantes del equipo de prensa también nos indicaron dónde iniciar el trabajo. Al fotógrafo y a mí nos correspondió quedarnos temporalmente en la ciudad de La Ceiba, capital del departamento de Atlántida, en el norte de ese país, desde donde nos moveríamos a localidades más o menos cercanas.
El primer choque con la realidad fue que no teníamos ─al parecer no lo previeron─ donde hospedarnos, al menos para bañarnos y dormir. La alimentación correría a cargo del hospital regional (público), con la misma dieta destinada a los enfermos. ¡Podrá usted imaginarse!
Las dos primeras jornadas resultaron verdaderamente difíciles. Las condiciones para pernoctar no eran las mejores, a pesar de la gentileza mostrada por los directivos del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Bebida y Similares (Stibys), quienes pusieron el local de trabajo a nuestra plena disposición.
Para los tres cirujanos la situación era aún más compleja, pues al otro día tenían alguna operación que realizar y por tanto, necesitaban descansar. No quedó otra alternativa: agarré la grabadora y le dije al fotógrafo que iríamos a la Alcaldía (Municipalidad) a entrevistar al alcalde de la ciudad. El señor Gonzalo Rivera nos recibió con amabilidad. Respondió nuestras preguntas y al finalizar, le plantee las condiciones en las que estábamos viviendo. De inmediato dio instrucción de alquilar una casa preferentemente cerca del hospital público (hay uno privado con excelentes condiciones de todo tipo) y comprar un colchón para cada uno. Un funcionario actuó con rapidez y al atardecer ya estábamos trasladándonos para una vivienda confortable.
Durante la primera noche en la nueva morada tocaron duro a la puerta. Uno de los cinco doctores abrió. Era una señora anegada en llanto, preguntando por el neurocirujano recién llegado de Cuba. El doctor Andrés acudió de inmediato y ella le explicó que su pequeña hija había sufrido un trauma en el cráneo. Él se vistió con prontitud y me dijo: “Vamos conmigo periodista…, la noche promete ser intensa”. En unos minutos entrábamos a la sala donde estaba la pequeña, inconsciente. Evaluó la situación, indicó un RX y al observar la radiografía expresó: “Hay que operar de inmediato para descomprimir el cerebro o se muere dentro de unas horas”.
Me quedé fuera del salón, cerca de la puerta, junto con la mamá desesperada, quien me contó que vivían en la colonia (barrio) Las Mercedes, una de las de más mala reputación de las existentes en la periferia de la ciudad. Xiomarita estaba durmiendo. Un marero (pandillero) endrogado como casi siempre están esos delincuentes juveniles tiró una piedra hacia el techo de zinc de la humilde casa, lo traspasó y fue a dar justo en la cabeza de la niña. Ella sintió unos gemidos, encendió la luz y pudo ver lo sucedido.
En la ciudad de La Ceiba, al menos en el hospital regional Atlántida, con carácter público adonde solo pueden acudir los pobres (el otro, el privado nombrado D’Antoni, es carísimo), no contaba hasta ese momento con especialista en Neurocirugía. El médico cubano solo lleva tres días en tierra hondureña. De no estar allí, la única alternativa que le quedaba a la familia era trasladar a la pequeña hasta un hospital en la alejada ciudad de San Pedro Sula, y para eso, no contaban con el dinero requerido, porque hasta la ambulancia hay que pagarla.
Perdí la noción del tiempo mientras transcurría la operación. Casi al amanecer el doctor Andrés nos informó que la pequeña estaba en estado crítico, pero había soportado bien la intervención quirúrgica.
Todos los días fui al hospital a saber de Xiomarita. Evolucionaba de manera satisfactoria y al transcurrir unos cuantos días, el doctor Andrés me dijo con alegría: “¡Ya está fuera de peligro!”.
Como a la semana de eso, a media mañana, tocaron a la puerta de la casa donde vivíamos. Era la mamá de Xiomarita y la niña totalmente recuperada. La pequeña me abrazó y los tres no pudimos contener las lágrimas.
“¡Gracias, muchas gracias a ustedes por venir a ayudarnos!”, dijo la madre con palabras entrecortadas. “¡Gracias a Fidel y a Dios mi hijita está viva!”, aseveró.
Aunque he estado tres veces más en la ciudad de La Ceiba, en años diferentes, no pude saber nada más de Xiomarita. Resultaba y resulta aún muy arriesgado adentrarse en la colonia Las Mercedes. Puedes entrar, pero no salir. La imagino con varios hijos que ojalá hayan tenido la atención médica que todo ser humano merece.