El hombre nos miró con asombro y quizás pensó que escucharíamos su consejo: “Es muy tarde para entrar a Machuca (eran las once de la mañana), son casi tres horas de camino y alrededor de 15 kilómetros por una carreterita no muy buena”.
En ese momento, apenas estábamos tres de las seis personas que nos habíamos propuesto llegar allá con el propósito de conocer al maestro y divulgar su quehacer. Intercambiamos las miradas y una voz sobresalió como un eco en aquel camino desolado: “Si hasta aquí hemos llegado entonces continuamos”.
El transporte ligero que hasta el borde de la carretera nos había conducido se quedó resguardado en la casa de un campesino de la zona, y después emprendimos la marcha. La mañana avanzaba y a medida que le íbamos robando tiempo al tiempo el paisaje de las montañas de San Cristóbal, de la geografía artemiseña, nos dejaba boquiabiertos de tanta belleza.
La travesía
Alguien había dicho en broma que Machuca quedaba “en el fin del mundo”; pero no era lo mismo escucharlo que andar por aquella ruta interminable y pedregosa, donde el peligro de rodar entre las piedras era real.
La “expedición sindical-periodística” se había organizado desde hacía algún tiempo. El objetivo, además de estrechar las manos de un maestro especial, era conocer las condiciones en que realiza su trabajo, pues llegó al lugar 19 años atrás. A los 12 meses de estar allí trajo consigo a su esposa, luego nacieron sus dos hijos: Alex y Anthony, de 11 y 4 años, respectivamente.
Una casita aquí y otra allá, sembrados de piña por doquier y muy escasos pobladores, fue en esencia lo que vimos durante el trayecto, hasta que divisamos el llamado terreno de pelota: ¡ya faltaba poco para llegar!
Aquel día de poco sol y mucho viento, cuando el cansancio empezó a aflorar, el poblado se abrió ante nuestros ojos como un paraíso verde. En un primer plano, vestido de manera impecable, encontramos al maestro mientras trataba de retirar la bandera porque estaba empezando a llover. Eran pasadas las dos de la tarde y ya nadie nos esperaba.
La estancia
Poco tiempo permanecimos en el lugar, pero suficiente para valorar el quehacer de un hombre que colocó su bienestar personal en un segundo plano. Alexis Graverán Varela llegó a aquel sitio por una petición de la directora municipal de Educación, pues “corría el mes de enero y dos niñas no tenían maestro”. Hoy en el aula tiene cinco alumnos (uno de ellos es su hijo Alex), e imparte varios grados: primero, cuarto y sexto.
“Vine solo por un curso, cuando llegué daba las clases en la casa de las muchachitas y por la tarde viraba hacia acá con la comida en una cacharrita que me daban los propios padres; era una especie de maestro ambulante. Al año siguiente comencé a trabajar en la escuelita, hoy muy deteriorada al paso del tiempo y de los huracanes”.
Entre las anécdotas de todas las vicisitudes que ha pasado —desde ayudar a cargar las embarazadas cuando se les presenta el parto o dejar que baje la corriente para atrevesar los ríos y poder llegar a su destino— contó que se formó como licenciado en Educación Primaria, en la modalidad del curso por encuentros; fue activista voluntario de Deportes; y en la actualidad también se desempeña como promotor cultural, delegado de la circunscripción (ya por tres mandatos) y secretario del núcleo del Partido.
Gracias a su labor Machuca cuenta con un terreno de pelota; y por esfuerzo propio adquirió un equipo de audio, que ameniza el batey en determinados momentos del día, pues a esa zona no llega la señal de la televisión. La familia de Alexis lo llama por el único teléfono que existe en la comunidad (de los llamados minutos) y le informa de las noticias nacionales e internacionales más importantes.
El regreso
La despedida con él no resultó fácil; era tanta la modestia y la sencillez de aquel hombre que un nudo en la garganta se nos hizo a todos, y mientras montábamos en el camión, que de casualidad había entrado temprano para realizar algunos arreglos en la panadería, pensábamos en cuándo tendríamos la posibilidad de regresar a ese sitio de una naturaleza envidiable.
En el portal del consultorio médico, la doctora y la esposa de Alexis, con los dos niños, dijeron adiós. El encuentro trascendió lo formal y la familiaridad nos permitió acercarnos a la vida de esos pobladores que hallan el sustento de la vida en los cultivos de café, piña y en las labores forestales.
Junto a los trabajadores de una empresa de la alimentación, en la parte trasera del camión, íbamos los miembros del Secretariado Nacional de Educación, Valeriano Reyes y Jorge Luis Sánchez; la secretaria general del sindicato en San Cristóbal, Olga Lidia Vázquez; el chofer del carro ligero; Agustín, el fotógrafo; y esta reportera, quienes entreteníamos la mirada en aquellas montañas, donde todo parecía diminuto, para no percatarnos del peligro real que entrañaba el camino.
No sabíamos cómo ni cuándo llegaríamos. Aquella tarde noche quizás muchos pensamos en silencio que una caminata hubiera sido más pertinente. Una loma, otra, marcha atrás, vaivenes para aquí y para allá. En verdad fueron horas inolvidables y tuvimos la oportunidad de conocer a un ser humano excelente; un maestro amoroso, dedicado, que ante la interrogante de cuánto tiempo le quedaba allí expresó: “Al llegar a Machuca yo vi la tristeza de los niños y noté que me necesitaban. Por ellos estoy aquí y estaré hasta que sea necesario. ¡Ya ni mis hijos quieren marcharse!”.