No hace mucho encontré a dos niños, cuyas edades no sobrepasan los siete años. Gorras con viseras al costado, shorts largos de mezclilla y vistosos pulóveres. Ellos bailaban al ritmo imaginario de un reguetón y tarareaban con fidelidad su letra.
-¿Cuál es Elpidio Valdés?, les pregunté y casi al unísono me respondieron:
– Ninguno, somos Daddy Yankee.
-¿Por qué?, les inquirí.
Y ni corto ni perezoso, el más avispado me respondió: “Porque canta, baila y tiene mucho dinero”.
La respuesta me dejó perplejo. Aunque sé que el soporte de esa actitud está en películas, videos… que les llegan “inofensivamente” desde muchísimos lugares.
Unos días después una amiga –para más señas, dependienta de un mercado industrial– me comentó horrorizada la reacción casi histérica de una adolescente cuando su mamá le proponía comprar un par de tenis para la escuela:
-No los quiero, tú sabes que casi todo el mundo tiene de ese tipo.
Entonces, recuerdo el artículo ¿En nombre de qué?, del teólogo brasileño Frei Betto con reflexiones que develan el carácter globalizador de estas tendencias contemporáneas, a las que no escapan nuestras jóvenes generaciones consumidoras, en parte, de productos culturales facturados al estilo neoliberal; y, por tanto, portadores de su filosofía.
Frei Betto llama la atención: “Muchos padres, profesores y psicólogos se quejan de que una parte importante de la juventud carece de referencias morales. Innumerables jóvenes se zambullen de cabeza en la onda neoliberal de relativización de los valores. Vuelven público lo privado (véase YouTube, red social en Internet), son indiferentes a la política y a la religión, practican el sexo como deporte y, en materia de valores, prefieren los del mercado financiero”.
Y no es que la nuestra carezca de esas referencias, en Cuba las hay por montones, pero precisan de una atención más especializada en un camino que comienza en la casa con la actuación consciente y el ejemplo de los mayores, la familia, ese núcleo fundamental que en ocasiones se descuida y deja a la espontaneidad y a otras instituciones el peso fundamental de la formación ética integral de su descendencia.
“El enunciador colectivo, el Gran Sujeto, existe: es el Mercado”, argumenta el filósofo brasileño y prosigue: “Él corrompe niños, induciéndolos al consumismo precoz; corrompe jóvenes, seduciéndolos para priorizar como valores la fama, la fortuna y la estética individual; corrompe familias a través de la hipnosis colectiva televisual (…).”
Y abunda: “Y para proteger sus intereses el Mercado reacciona violentamente cuando se pretende imponerle límites. Furioso, grita que es censura, es terrorismo, es estatización, es sabotaje”.
En el mismo escrito plantea interrogantes que generan esta manera sutil de penetrar el universo simbólico de los pueblos: ¿Las generaciones futuras conocerán la barbarie o la civilización? ¿La neurosis de la competitividad o la ética de la solidaridad? ¿La globocolonización o la globalización del respeto y de la promoción de los derechos humanos, que es la dimensión social del amor?
El filósofo concluye: “Padres, profesores, psicólogos, y todos cuantos se interesan por la juventud, están siendo desafiados a dar una respuesta positiva a tales cuestiones”.
Harto elocuentes estas valoraciones sobre el intento de globalizar un modo de vida que, paradójicamente, amenaza la existencia misma de la especie humana.
Huelgan los comentarios. Saque cada quien sus conclusiones, porque están en juego los valores humanos de la equidad, la justicia social, la solidaridad… Los niños y los jóvenes de hoy son el futuro de la nación.