La ruta de la rumba comienza en Cuba, no faltara más. Habría que rastrear los orígenes entre los negros esclavos o libertos, que asumieron la música y la danza como expresiones de resistencia y reafirmación. Pero la rumba, se sabe, es un “organismo” pujante, en permanente renovación. Sus ramificaciones son múltiples y riquísimas, su diálogo con otras manifestaciones es permanente y deviene mestizaje y “contaminación” que no atentan contra las esencias de un arte de marcadas honduras populares.
De eso se habló en Roma y Génova, Italia; y en París, Francia, durante las sesiones teóricas del V Fórum Internacional Timbalaye, que contó con la presencia de un intelectual que ha dedicado buena parte de su vida a la promoción y el estudio de las confluencias que forman el ajiaco maravilloso de la cultura cubana: Miguel Barnet.
Discípulo del gran Fernando Ortiz (el más reconocido de los antropólogos cubanos), Barnet ofreció varias conferencias, en las que abordó hitos del devenir de la rumba, uno de los pilares de la identidad del cubano. Junto a él, el periodista Pedro de la Hoz abordó aristas no siempre explicitadas de este complejo cultural, que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Precisamente en la sede de esa entidad multilateral, en París, tuvo lugar el pasado martes una sesión dedicada a la rumba y al punto cubano, dos expresiones incluidas en la lista del Patrimonio Inmaterial por un comité de expertos internacionales.
“La rumba es inteligente, en la rumba cabe todo, es la voz de los que no tuvieron voz, muestra de la creatividad de un pueblo que se ha valido de ella para enfrentar sus contingencias”, dijo Barnet.
Timbalaye, un grupo promotor cultural radicado en Roma, es impulsor de distintas iniciativas para “abrirle” camino a la rumba. “Aunque la rumba se abre camino ella misma”, afirma su presidente, el bailarín y coreógrafo Ulises Mora. En el verano organizan junto a otras instituciones cubanas una ruta que llega a diferentes ciudades del país, que implica a los artistas de las comunidades, a los cultores naturales de esa expresión.
La profesora Irma Castillo, vicepresidenta de Timbalaye, está convencida de que el pueblo no dejará morir la rumba.
“Pero su fuerza es tal que puede conmover más allá de nuestras fronteras. Por eso la rumba tiene tantos caminos”.