Al vecino del primer piso no le gusta que la gente de su edificio lance como paracaídas las jabas de basuras, de comidas echadas a perder, de papeles sucios, de botellas y pomos que se usan en la cocina.
Ese vecino, que puede ser de cualquier parte del país, es quien más padece la irresponsabilidad colectiva porque es a su casa donde llegan los roedores, los olores desagradables, las moscas y los mosquitos.
La última procedencia de tales vectores es desconocida por todos. Quizá vengan de algún tanque de basura destapado, de los que Comunales tarda hasta días en recoger; quizá el último alimento de esos insectos fueron las heces fecales del perrito de algún vecino que lo saca a defecar por el barrio y nunca recoge los desechos; o quizá una de esas guasasas comió de algún animal muerto y luego se posó en el borde de nuestro plato de comida.
Es real la escasez de recolectores de basuras que cuidamos muy poco. También es cierto que desbordamos esos recipientes, y los desechos de cualquier tipo se convierten en los protagonistas de muchas calles o esquinas de aceras por donde ni se puede transitar.
En este sentido, ha faltado el respeto hacia nosotros mismos, hacia el prójimo, hacia la salud de todos. Nos hemos quedado en la hojarasca del asunto, en la superficie, en el egoísmo, en el mal pensar. No hemos sido los suficientemente responsables para crear una sociedad mejor que tenga como premisa el sentido de pertenencia, y de esta manera, lograr un ambiente agradable y con higiene para el bienestar de todos.
Hace unos días, Roberto Morales Ojeda, vicepresidente del Consejo de Estado y ministro de Salud Pública, conversaba con los asistentes a la IX Legislatura de la Asamblea Nacional sobre varios asuntos, entre estos los padecimientos de la diarrea.
Decía que antes la mayoría de las personas achacaban ese padecer a una mala digestión, y que muchos resolvían con una cura de parásitos. Comentó que hoy existen casos de dengue en la provincia de Santiago de Cuba, y que por la irresponsabilidad cometida, los causantes de ese problema son analizados, incluso, ante los tribunales.
Vivimos en un país tropical, propicio para la existencia de enfermedades transmisibles, que pueden originarse de las intensas lluvias y del calor del verano para contagiarnos, dejarnos secuelas, entristecer a las familias, interrumpir los momentos de felicidad por los cuales vivimos y muchas veces nos sacrificamos.
Si el vecino del edificio no sintiera caer desde las alturas las jabas cargadas de cosas raras, y si mantuviéramos tapados los tanques de basuras habilitados en las cuadras, el combate contra el dengue, el cólera, la fiebre amarilla y tifoidea, la diarrea y otras tantas, disminuiría la posibilidad de perder la vida, que se anhela más cuando sentimos el riesgo de quedarnos sin esta.