Atenas, 28 de agosto del 2004. Un talentoso británico de solo 17 años llamado Amir Khan es centro de gran seguimiento mediático en la final boxística de los XXVIII Juegos Olímpicos.
Su nombre suena con fuerza como futura estrella rentada y la posibilidad de que despoje del título al encumbrado ligero cubano Mario Kindelán genera expectativas exacerbadas por numerosos reporteros.
Fiel a la voluntad de triunfo que le llevó a la élite el muchacho hizo hasta lo indecible sobre el encerado, pero el zurdo caribeño impuso las reglas del juego y los jueces decretaron contundente fallo 30-22.
“Súper Mario” bañaba así en oro el cierre de su paso por los escenarios más exigentes, donde generó aplausos en premio a la maestría con que disertó en el plano táctico, apoyado en habilidades consolidadas con mucha entrega.
Triple titular del mundo, alzó la Copa Russell al mejor atleta de la edición de Belfast 2001, apenas necesitó seis temporadas para reinar en todos los certámenes oficiales de la Aiba, y derrotó a otros varios contrarios de alto vuelo.
Bastaría mencionar a los puertorriqueños Félix Tito Trinidad y Miguel Cotto, o el ucraniano Andreas Kotelnik, todos distinguidos después como profesionales, sin obviar al ruso Alexander Maletin o al tailandés Somluck Kamsing.
Dos veces titular en Juegos Panamericanos y Centrocaribes, también bebió triunfos en par de copas del orbe y al decir de su entrenador Julián González Cedeño, “fue el máximo exponente del concepto revolucionador de la escuela cubana en materia de distancias.
“Mientras se pelea básicamente en tres (larga, media y corta), él dominaba la extralarga, la larga, la media, la corta y el cuerpo a cuerpo, y el tránsito por ellas durante los asaltos era un argumento táctico que le reportó excelentes resultados”, dijo el preparador.
Es cierto que astro el holguinero no fue un gran pegador, pero tampoco le hizo falta. Técnico como pocos, combinaba sus golpes con cadencia, exactitud y explosividad de manual y ello le permitía deshacer a los más connotados.
Pasó a los libros como alumno ejemplar en la difícil tarea de satisfacer lo acordado en el orden de la disciplina táctica, que solo variaba ante indicaciones de la esquina, y deslumbró con un estilo realzado por rapidez, desplazamientos elegantes y defensa efectiva.
Nadie lo dude: el holguinero fue de los GRANDES. Así, en mayúscula.