En la historia que transporta el bien llamado buque insignia del deporte cubano hay una figura que, por su magistral y (casi) perfecto estilo guante en ristre, levantaba al graderío de su feudo y allende los mares: el camagüeyano Adolfo Horta Martínez, a quien se le catalogó como El Hombre del Boxeo Total.
Horta es quien mejor ha evidenciado la máxima de este deporte, esa indicación de los entrenadores a sus alumnos desde edades tempranas: “Buscar la forma de pegar y que no te peguen”.
Por su inigualable talento fue llamado a la selección mayor por el profesor Alcides Sagarra con apenas 15 años. Compitió en las divisiones de 54, 57 y 60 kilogramos, y poseía una esgrima boxística tan depurada que podía ganar con la efectividad de su golpeo en cualquiera de las tres distancias.
Era un genio en la media distancia. Apoyado en su velocidad de manos y piernas para entrar y salir del área de ataque, llegaba continuamente a la anatomía rival y, al mismo tiempo, se tornaba intocable. Porque, además, cuando iba hacia atrás, también lo hacía lanzando golpes.
Pero si el rival era de mayor estatura y alcance, Horta buscaba la corta distancia y con sus excelentes recursos defensivos le cerraba las salidas, lo acorralaba en una esquina y propinaba una sarta de golpes tan efectivos, que en ocasiones obligaba al entrenador contrario a tirar la toalla.
Y con otros tantos recursos, solo propios de un púgil de su calibre, se deshacía de oponentes más pequeños, trabajando en la distancia larga, con el empleo de su potente jab de izquierda, el cual combinaba con golpes rectos, swinnes o ganchos impecables.
Si se decidía a llevar una estrategia de contrataque también ganaba, porque defendía muy bien de manos y con movimientos de torso, y su velocidad le permitía llegar pronto al cuerpo del rival. A estos atributos, inclúyale a Horta la principal virtud de un boxeador: era guapo y nunca daba por perdido un combate, además de poseer muy buena preparación física.
Como miembro de la preselección nacional tuvo de entrenador directo a uno de los grandes: Honorato Espinosa. En esa época debió medirse y hacer sparring con púgiles de buen arsenal técnico como Ángel Herrera o Jesús Sollet, así como el pegador José Aguilar, quienes siempre pugnaron por escalar a lo más alto del podio en sus respectivas divisiones. Pero Horta no quería “invitados” en su Finca del Wajay.
El agramontino fue tricampeón mundial al ganar en Belgrado 1978, Múnich 1982 y Reno 1986. Sin embargo, no pudo levantar el cetro en su única participación en Juegos Olímpicos, en Moscú 1980, al caer en la gran final contra el alemán Rudi Finn.