En sus 70 años de fundada la senil Organización de Estados Americanos (OEA), acumula un vasto expediente de indigencia política, injerencismo y de sumisión a la voz del amo: Estados Unidos de América.
Abanderada de las malas causas y fiel a los postulados de la norteamericana e indecente Doctrina Monroe, la Oea se ha convertido en un verdadero flagelo para los pueblos de Nuestra América, los cuales nada deben a una organización hemisférica que ha vivido siempre de espaldas a sus genuinos intereses nacionales.
Su último deleznable episodio ha sido la aprobación de una resolución de condena a la República Bolivariana de Venezuela en su Asamblea General la cual está plagada de falsedades y de implícitas amenazas de intervención en las que se percibe el dictado de Washington.
La farsa llevada a cabo por Estados Unidos con el apoyo de varios gobiernos afines del continente, pretende abrir cauces para la expulsión “democrática” de Venezuela de la OEA, determinación que alcanza ribetes ridículos por cuanto el reelecto presidente constitucional venezolano, Nicolás Maduro Moros, dejó establecido no solo su denuncia a la desprestigiada entidad, sino la determinación de abandonarla tan pronto que se cumplan los 11 meses que se deben esperar para hacerla efectiva.
Como estaba programado, la voz cantante en el cónclave incriminatorio no la llevó el secretario general Luis Almagro Lemes. El rol lo asumió Mike Pompeo, secretario de Estado norteamericano y exdirector de la Agencia Centradle Inteligencia (CIA), quien desbarró a diestra y sinistra no solo contra Venezuela, sino también contra Cuba y Nicaragua, siguiendo el libreto confeccionado por el senador estadounidense y furibundo ultraderechista Marcos Rubio, acérrimo enemigo de estas tres naciones.
En su diatriba y solicitud de expulsión de Venezuela de la OEA, Pompeo no se separó una línea de las previas declaraciones del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, durante su visita a esa sede, propias de una declaración de guerra a la Patria de Bolivar y de Hugo Chávez Frías.
El segundo de Trump, y en su nombre, esgrimió de nuevo la tradicional política exterior para América Latina y el Caribe del garrote y la zanahoria, la mayor de las veces sin zanahoria. Pidió a los países miembros de la OEA que demostraran su compromiso de forjar vínculos más fuertes con Estados Unidos y las posibilidades que esta les ofrece de cooperación, inversiones financieras, de energía, infraestructura y seguridad.
A buen entendedor pocas palabras bastan.
El empeño de exclusión es un abierto llamado a las fuerzas de oposición derechista y oligárquicas venezolanas a subvertir el orden constitucional y entorpecer el diálogo nacional convocado por Maduro tan pronto fue reelecto libre y legítimamente como presidente, para el logro de la estabilidad y la preservación de la paz.
Han ignorado, una vez más, las penurias políticas, económicas y sociales que padecen un número apreciable de los países miembros de la OEA, así como la violación en ellos de los más elementales derechos humanos.
La organización ha demostrado que se dedica exclusivamente a la labor subversiva e injerencista contra los gobiernos antimperialistas nada gratos y totalmente ajenos a Estados Unidos.
No es la salvaguarda de la democracia representativa e inclusiva la que interesa defender a esta arcaica organización, sino los intereses de Washington, entre los que impera el secular dominio hegemónico político y económico del continente y el control de sus riquezas naturales, especialmente los cuantiosos recursos estratégicos y energéticos de Venezuela.