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Rodolfo Alpízar: el cuerpo, la esclavitud y las relaciones de poder

Hace dos años vio la luz una de las recientes obras del escritor, lingüista y traductor Rodolfo Alpízar Castillo, Robaron mi cuerpo negro, que bajo el sello de la Editorial Letras Cubanas, obtuvo primera mención en el Premio Alejo Carpentier (2015), en la categoría de novela.

Un texto que merece ser leído con cautela y detenimiento. El autor da rienda suelta a una escritura marcada por fuertes elementos eróticos que convidan a desprejuiciarse de conceptos o tabúes sociales, mediante un discurso diáfano y compresible para diversos públicos. Ese es uno de sus méritos: profundizar con claridad y elegancia en un tema de corte histórico, que requiere más de una mirada: la esclavitud en Cuba.

Dos personajes son las líneas conductoras del relato, Fermina, la esclava con alma de reina, un verdadero misterio para los lectores. ¿Qué la hace tan especial? ¿Será su fuerza, su destreza ante el trabajo, o hay quienes nacen con una estrella en la frente para ser líderes? Las 378 páginas del título tienen la respuesta.

En tanto, Blanco Gordo, el otro protagónico, esconde un secreto con el que sufre hasta el final de sus días. Es incapaz de darle placer a una mujer. “¿Y qué mayoral no se ha enganchado alguna vez con una negra?” Con un final inesperado, abrupto y muy descriptivo, Robaron mi cuerpo negro deja al lector en un suspiro, como suelen hacer los grandes libros.

Por momentos el lugar del narrador parece trastocarse y escucho al propio Alpízar que se acerca y exclama con sus pequeños ojos pícaros: “El que nació para guerrero tiene que quedar solo”.

Acerca de esa intención me confesó hace algún tiempo en una entrevista: “Debo aclarar que casi nunca en mis obras hay “un narrador”, a secas. Por lo general son varios, que se alternan y, a veces, ocupan el lugar de otros personajes, ¡y hasta les usurpan la voz! Tengo en mi familia un crítico tan feroz como querido, a quien no le gusta mucho esa técnica porque, opina, les complica la vida a los lectores, pero me siento muy a gusto con ella y, en definitiva, compruebo que a pesar de esa dificultad mis libros se agotan”.

Nunca sabremos, a ciencia cierta, cuántos hombres y mujeres fueron arrancados de su tierra para convertirse en víctimas de los más crueles horrores. A partir de entonces acataron el idioma, la religión y cultura de sus amos. Dejaron de ser humanos para convertirse en máquinas de trabajo; una realidad imperante en el texto con el propósito de hacer reflexionar sobre este hecho. El autor enfatiza en las relaciones de poder de la época y utiliza el imaginario social de un periódico bien convulso, del que aún queda mucho por escribir e investigar.

Las situaciones límites del volumen dejan un halo de inquietantes pensamientos, si viviéramos siglos atrás. ¿Podría ver a mi pareja morir en manos enemigas por participar en una sublevación? ¿Resistiría la sumisión? ¿Sería como Ferminia? O simplemente me adaptaría a “la sed, el hambre, la fetidez y el encierro”. De ser así, renunciaría a tener hijos porque nadie merece “una piel marcada por el látigo”.

Esas comparaciones personales, esa introspección y diálogo interno es lo que verdaderamente hace que la obra tenga valor, por su capacidad de impresionar y conmover a los lectores.

Desde el inicio, con una bella y erótica cubierta, el libro desafía a quienes tengan la osadía de robar un cuerpo o presenciar el acto, a fin de cuentas… ¿alguna vez has hecho algo semejante?

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