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A propósito de una famosa carta inconclusa

José Martí (izquierda) y Manuel Mercado.

José Martí (izquierda) y Manuel Mercado.

El 18 de mayo se cumplen 123 años del momento en que José Martí escribía a su “hermano queridísimo”, Manuel Mercado, una carta que quedó inconclusa, y que ha permanecido en la memoria como su testamento político, donde plasma la confesión de que cuanto había hecho y haría sería para impedir “a tiempo” que los Estados Unidos pudieran expandirse por las Antillas y, con esa fuerza más, caer “sobre nuestras tierras de América.” Martí afirmaba: “Por aquí yo hago mi deber”, pues entendía que la guerra de independencia de Cuba llegaba para evitar la anexión de la Isla a los Estados Unidos y, con ello, preservar a nuestra América.

Ese no era el único contenido del proyecto de revolución martiano, pues a través de diversos documentos había expuesto elementos clave de lo que entendía por revolución como cambio, como transformación de la sociedad colonial; pero la expansión norteña constituía, en su opinión, el peligro mayor que enfrentaba nuestra América en aquel momento. Esta convicción se fue construyendo a lo largo de los años en que el cubano vivió en el país vecino y lo analizó a fondo.

El estudio martiano de la sociedad estadounidense abarcó desde el sistema político hasta la vida cotidiana, desde las diversas formas de producción intelectual y los avances científico técnicos hasta los problemas sociales, el mundo de los negocios y la política exterior. Es decir, que examinó aquella sociedad en todos sus aspectos como parte de su propio proceso de análisis de su tiempo y sus circunstancias, factores imprescindibles a tener en cuenta para preparar su proyecto revolucionario.

Martí vivió en Estados Unidos en momento de cambios trascendentes: el proceso de aparición del monopolio, el ascenso del país del Norte a potencia mundial, la conformación de una política exterior frente a las grandes potencias ya establecidas, un desarrollo económico “colosal” ‒para decirlo con un adjetivo martiano‒, y también fue tiempo de grandes conflictos sociales. Entre los acontecimientos que marcarían con mayor fuerza su mirada a la política expansionista, ocupan un lugar fundamental la Conferencia Internacional de Washington entre 1889 y 1890 y la Conferencia Monetaria Internacional de 1891.

La experiencia de Martí en Estados Unidos completó la maduración del concepto de “nuestra América” y le posibilitó entender en toda su complejidad los peligros que se anunciaban para la independencia de Cuba y para la América de origen hispano; de ahí que pudiera definir el papel de la independencia de Cuba y Puerto Rico en aquel momento de transformaciones.

Martí logró establecer la conexión entre su época histórica de cambios acelerados, los problemas continentales, las urgencias de América Latina y la revolución cubana. Así, la independencia de las dos islas antillanas, colonias españolas aún, devino parte indispensable de su estrategia continental.

El Maestro comprendió que el mundo atravesaba por un momento de tránsito aún no concluido, en el cual advirtió las relaciones entre las distintas potencias europeas y sus posibles alianzas, así como la intención de cerrar el camino a la nueva potencia emergente, los Estados Unidos, lo cual resultaba vital en aquel momento. Advirtió que la tendencia expansionista norteamericana se dirigía, en primer lugar, hacia América Latina como fase de aquel proceso, por lo que su proyecto tenía viabilidad en tanto se realizara “a tiempo”. Esto marcaba la importancia de la independencia antillana para la contención de Estados Unidos, lo que equivalía, en aquellas circunstancias, a lograr el “equilibrio del mundo”.

En su trabajo El Tercer Año del Partido Revolucionario Cubano, subtitulado “El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”, Martí establece claramente estas ideas:

(…) Cuba y Puerto Rico entrarán a la libertad con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos. (…) No son meramente dos islas floridas, de elementos aún disociados, lo que vamos a sacar a luz (…). En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, ‒mero fortín de la Roma americana;‒ y si libres (…) serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte (…). Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo dos islas las que vamos a libertar. (…)[1]

Así quedó expresada en el periódico Patria la importancia que concedía a la independencia de Cuba, y la de Puerto Rico, en aquel juego de fuerzas internacionales. Por ello veía en esa independencia una “obra de previsión continental”, un “suceso histórico indispensable” para aquel momento.  Martí sabía que su estrategia correspondía a un momento específico del desarrollo histórico, de ahí su urgencia con el tiempo, de lo contrario se perdería la oportunidad. Esta idea estaba presente desde 1889, cuando se celebraba la Conferencia de Washington; así lo dijo en carta a Gonzalo de Quesada:

Aún se puede, Gonzalo. (…) El interés de lo queda de honra en la América Latina, ­‒el respeto que impone un pueblo decoroso‒ la obligación en que esta tierra [Estados Unidos] está de no declararse aún ante el mundo pueblo conquistador ‒‒lo poco que queda aquí de republicanismo sano‒ y la posibilidad de obtener nuestra independencia antes de que le sea permitido a este pueblo por los nuestros extenderse sobre sus cercanías, y regirlos a todos: ‒he ahí nuestros aliados, y con ellos emprendo la lucha. (…).[2]

Por tanto, la independencia de Cuba resultaba indispensable en aquel preciso momento histórico para detener el expansionismo norteamericano ‒cuando este todavía no se había desplegado en todas sus potencialidades‒ y frenar la pelea interpotencias por el dominio del mundo. Esto explica las afirmaciones en su carta inconclusa a Manuel Mercado de 18 de mayo de 1895, cuando le dice que ya está en peligro de dar su vida por su país y por su deber “de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.”[3]

Este contexto condicionó la urgencia martiana acerca del momento de desatar la nueva guerra para hacer la revolución, y así lo dijo a Mercado en una carta absolutamente personal, pues “hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”, ya que de saberse podrían levantar dificultades que harían imposible alcanzar el fin. En ese silencio Martí desplegó su labor preparatoria, y solo a un amigo tan estrechamente cercano confesó con toda claridad su propósito, en lo que solicitaba el apoyo de México, pues “esto es muerte o vida, y no cabe errar.”

[1] José Martí: Obras Completas. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, (Edición digital), T 4, p. 142.

[2] T 6, p. 122

[3] T 4, p. 167 (Subrayado de la autora, FLC)

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