Recorrer las calles de Holguín en estos grises días de mayo implica estar dispuesto a sostenerle la mirada a los ojos cuarteados del dolor. Transitar cada metro de la ciudad es tropezarse con el sufrimiento de un pueblo que padece la pérdida de 67 de sus hijos, cuyos sueños se desplomaron junto al Boeing 737, siniestrado en el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana.
Las palabras se escurren para narrar la magnitud de la tragedia que se ha instaurado en demasiados hogares de la oriental provincia. Cómo se escribe, sin que el corazón se arrugue, que un padre no encuentra consuelo al mirar el video de su pequeña de apenas 13 meses, que unas horas antes del accidente aéreo caminaba feliz como solo la inocencia puede hacerlo.
Cómo se escribe, sin que los dedos vacilen ante el teclado, que una familia del municipio de Cacocum perdió al unísono a una abuela, a una madre y a su pequeña de cuatro años, cuyos restos descansan ahora junto a su inseparable muñeca.
Cómo se escribe, sin profundizar más en la herida, que las vidas de 10 matrimonios de pastores de la Iglesia del Nazareno en este territorio fueron segadas en el vuelo fallido La Habana-Holguín, y a raíz de ese infortunio, varios menores de entre 7 y 17 años quedaron huérfanos, sin olvidar que la desdicha alcanzó a muchos hijos más, que se quedaron a la espera de un abrazo maternal o paternal, o ambos.
“Morimos tantas veces como perdemos a uno de los nuestros”, escribió el romano Publio Siro, y en esa frase puede resumirse el sentimiento de Holguín y de toda Cuba en estas horas aciagas que, sin embargo, han sido atenuadas por un amor colectivo que se traduce en abrazos, en palabras de aliento, en palmadas en los hombros, en desvelos por parte de las estructuras políticas y gubernamentales y de las diferentes instituciones… en una hermandad a prueba de fatalidades.
Porque, si bien caminar por Holguín es mirarle el rostro a la tristeza, es también encontrarse con una solidaridad infinita que intenta ganarle terreno a la aflicción. Es observar cómo se crece un pueblo ante la fatalidad del azar y cómo acoge en su manto protector a cada familiar y allegado de las víctimas.
Ese mismo aliento de vecinos y amigos, unido a una arraigada fe religiosa, le ha dado fuerzas a Marcos Isaac, de 14 años, para sobreponerse a la angustia por la muerte de sus padres Manuel David Aguilar y María Salomé Sánchez, una de las parejas de pastores alcanzados por la tragedia. “Lo más grande que me queda de ellos es la enseñanza y la educación que me dieron, me guiaron por el camino del Señor”, manifiesta con firmeza el adolescente, y el corazón de una encuentra un poco de paz ante tanta madurez.
Nadie en la isla ha sido inmune al dolor, y Holguín ha sentido el abrazo cálido de Cuba. No hay inventario en el que se logre recoger el saldo de sufrimiento dejado por el accidente aéreo, pero tampoco existe una báscula en la que se pueda calcular el respaldo que se le ha profesado al pueblo holguinero y que este a su vez ha brindado a sus dolientes. No hemos caminado solos. #FuerzaHolguin ha sido mucho más que una etiqueta.