Ella tiene un nombre que la define y la moldea: Angelina Prada Martínez. Su capacidad de ejercer liderazgo, de andar activa, en movimiento y cargada de buenas energías se apega al modo en que son los que, como ella, nacieron bajo el signo de cáncer, maneras que no le borran ni los años, ni los sinsabores de la vida.
Resumir su quehacer resulta difícil porque es largo y anchuroso el camino recorrido, signado siempre por el arte en general, y en particular por una intensa labor como instructora de teatro. Pero si en breves líneas hubiera que sintetizarlo bastaría recordar que es una santiaguera Heroína del Trabajo de la República de Cuba.
Todavía le asusta un título como ese, tal vez por eso, y aun cuando de vez en vez tiene que ponerse al pecho la estrella que corona tal designación, se siente y se comporta como siempre ha sido, sin perder los bríos que la llevaron a enrolarse en la campaña de alfabetización con tan solo 11 años y tiempo después entrar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) como trabajadora civil.
Allí se terminó de fraguar lo que la familia le había cimentado con rigor y disciplina. Fue allí también donde definitivamente entendió aquellas palabras del hombre que tanto admira: “hay que endurecerse sin perder jamás la ternura”.
Primer acto
“El interés por el arte siempre estuvo latente, mis primeros estudios fueron en una escuela de monjas y el componente artístico tenía prioridad, luego en las FAR comencé a organizar actividades culturales y me eligieron para formarme en la Escuela Nacional de Instructores de Arte, en La Habana.
“Linda etapa esa, con profesores de excelencia, recuerdo a Adolfo de Luis, Cristi Domínguez, entre otros. Dos años duró la preparación y volví a mi Santiago de Cuba natal e hice muchísimas cosas a la vez, el trabajo era intenso pero sin lugar a dudas gratificante.
“Lo mismo me iba a una movilización agrícola, en la caña o el café, que estaba en el canal Tele Rebelde, que por aquel entonces tenía su sede en la ciudad santiaguera, atendiendo todos los programas infantiles, o montando una obra de teatro en unidades militares, con una de ellas obtuve premio en el primer Festival Artístico de las FAR.
“Pero era el trabajo con los niños y los jóvenes lo que más me llamaba la atención, por eso cuando me pidieron trabajar en la Casa del Estudiante Josué País García no reparé en aceptar, y desde 1984 esa ha sido mi centro laboral.
“Aquí he tenido el privilegio de descubrirle un mundo nuevo a miles de pequeños y adolescentes, muchos de los cuales veo ahora como hombres y mujeres que me siguen llamando profe, algunos han seguido en el arte, otros desempeñan profesiones u oficios distintos, pero todos están marcados por el escenario, por esa pasión que desde tiempos inmemoriales ha sido propia del teatro”.
Segundo Acto
Es poco el tiempo que Angelina dedica a sí misma. La norma es multiplicarse a favor de los demás sin esperar nada a cambio, ahora con particular dedicación a su anciana madre.
Lo mismo se ha entregado al Sindicato de la Cultura, del cual fue Vanguardia Nacional durante 20 años ininterrumpidos, que a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas, los Comités de Defensa de la Revolución, o la preparación y desarrollo de varios procesos eleccionarios como autoridad de circunscripción.
Cada vez que alguien la convoca ahí está ella, dirigiendo una gala artística, formando parte del jurado del carnaval santiaguero, asesorando a las nuevas generaciones de instructores de arte, apoyando programas como Educa a tu hijo y los de la Unicef… todo lo imaginable y un poco más también.
Pero su obra mayor es el proyecto sociocultural Quiquiriquí, que desde hace 18 años lidera desde su barriada de Santa Bárbara, y por el cual estuvo nominada al Premio de Cultura Comunitaria.
Sin tiempo para pensar en la jubilación, aun con casi 70 años, Angelina sigue sus andanzas. Cada reconocimiento, entre ellos la réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez y el Premio Nacional Olga Alonso, son un incentivo para más y mejor hacer.
Por ello no deja de acunar la idea de montar el Decamerón, por eso sigue escribiendo versos y enrolándose en cuanta idea le parezca útil para el crecimiento espiritual de las personas, ese en ella misma no tiene fin.