Fueron solo seis películas, pero de alguna manera resumieron casi seis décadas de cine en Revolución. En el teatro Family del Kennedy Center, ubicado en la capital de los Estados Unidos, tuvo lugar hasta ayer domingo una muestra retrospectiva del cine cubano, como parte del Festival Artes de Cuba.
El sábado se exhibió la que probablemente sea la más célebre de las películas cubanas de todos los tiempos: Memorias del subdesarrollo, dirigida por Tomás Gutiérrez Alea en 1968. Esta obra integra muchas de las listas de las mejores creaciones cinematográficas latinoamericanas. No es casual: sus valores formales y conceptuales la distinguieron desde su estreno, desde que fue exhibida en los circuitos internacionales. Fue (es) una crónica íntima de los vertiginosos primeros años de la Revolución; que no escatima contradicciones y rehúye de lugares comunes.
De Pastor Vega se vio Retrato de Teresa, realizada en 1979. Alegato contundente en un debate álgido por esos años: el de la plena emancipación de la mujer. La película resultó un fenómeno de público; las discusiones que originó llegaron a numerosos ámbitos de la sociedad cubana. La actriz protagonista, Daisy Granados, entregó una interpretación memorable.
Cerró ese primer día de exhibiciones Lucía, otro clásico, filmado en 1968 por Humberto Solás. Tres episodios de la historia nacional recreados con la singular maestría y el vuelo estético de Solás. El eje es la mujer, exaltada a protagonista de nuestra gesta. Son, en definitiva, tres historias de tres mujeres que devienen símbolos.
Ayer domingo se presentaron filmes más recientes, que recibieron premios del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, una cita que este año celebra su aniversario 40. Fresa y chocolate, de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, sacudió prejuicios a principios de los años 90. Una película valiente y necesaria, que marcó derroteros en la lucha por la plena aceptación de los homosexuales en la sociedad. Una de las obras más reconocidas internacionalmente del cine cubano.
Suite Habana, de Fernando Pérez, es una hermosa, lírica y profunda metáfora sobre el devenir de un país y su gente. Pocas veces se ha retratado con tanta poesía y tanto compromiso una ciudad, pletórica de sugerentes y dolorosos contrastes.
Por último, Conducta, dirigida por Ernesto Daranas, historia de nuestro día a día; directa, sin eufemismos, que habla del sacrificio de una maestra en tiempos difíciles. Una oda al amor, a la amistad, a la utilidad de la virtud.
Faltaron, por supuesto, otros grandes títulos; pero el público estadounidense tuvo a su alcance una selección justa y muy representativa. Ideal para acercarse a un país y a sus circunstancias.