El 5 de mayo de 2018 conmemoramos el bicentenario de Carlos Marx, el más grande pensador de la humanidad en toda su historia. El gran mérito de Marx fue convertir en ciencia, los fundamentos de la transformación de la sociedad capitalista y la sustitución por otra que denominó sociedad comunista. Uno de los aportes más significativos de su quehacer teórico y práctico fue el desarrollo de la crítica a la economía política de su tiempo, la economía política burguesa clásica y otras formas de pensamiento económico socialista pequeño burgués que trataban de resolver los problemas imperantes en el capitalismo de su época, muy especialmente entre estos, la depauperación de la clase obrera. De ese esfuerzo surgió la economía política marxista, desarrollada por él, junto con Federico Engels, su imprescindible compañero en la lucha y en el sostén económico de su familia, algo que facilitaría a Marx, siempre aquejado de graves problemas económicos, dedicarse a la ciencia. ¡Cuánto debemos agradecer este gesto generoso de Engels, los que seguimos creyendo que puede haber una alternativa al capitalismo como modelo civilizatorio!
De ese empeño científico de Marx y de Engels, surgió El Capital, obra cumbre de la teoría marxista para la trasformación social. La publicación del primer tomo de esa obra, hace 150 años puso en contacto a la clase obrera y los revolucionarios con una teoría científica de valor trascendente hasta hoy. Esta obra explica el proceso de explotación capitalista, la obtención de plusvalía y transfiguración en ganancia, sobre la base del trabajo enajenado por los obreros, del cual se apropia por ser dueño de los medios de producción. Sobre la base de esta explicación científica los obreros y desposeídos han desarrollado en muchas partes del mundo su lucha contra la opresión capitalista. Los economistas burgueses de ayer y de hoy han tratado de refutar estas ideas, han señalado la posibilidad de regular el capitalismo y de limar las asperezas contenidas en él. Estas concepciones han tomado mucha fuerza después del fin del denominado “socialismo real”.
Con intención de contrarrestar la influencia que ejerció la Unión Soviética sobre la clase obrera mundial, especialmente en la coyuntura de la crisis mundial capitalista de1929-33, los teóricos defensores del capitalismo comenzaron a vislumbrar alternativas, ya que ese país se había resguardado de la crisis con sus planes quinquenales teniendo indudables éxitos en su proceso de industrialización, la evitación del paro y los males a ellos asociados. Esta situación por una parte demostraba las ventajas de la producción socialista en ese momento, y de otra el peligro que representaba para los capitalistas, la pérdida del consumo industrial soviético debido a la creación de capacidades endógenas, fenómeno que afectó el proceso de acumulación del capital y las ganancias de importantes intereses occidentales. Esta es una de las principales causas por las que la burguesía occidental coligada con el fascismo alemán pretendió destruir ese país durante la Segunda Guerra Mundial.
Esa situación calamitosa para el capitalismo dio lugar al surgimiento de teoría keynesiana, con el objetivo de elaborar políticas y contrarrestar los efectos de la crisis y la influencia de esta en la lucha de clases en esta etapa. La clase capitalista tenía que prevenir su debacle. El propio Keynes fundador de la teoría sentenció: “en el futuro todos estaremos muertos”, comprendiendo el peligro inminente de la revolución socialista. Esta idea sutilmente disfrazada y los éxitos relativos de su aplicación sobre todo a costa de la reconstrucción en la postguerra, ha servido de fundamento hasta hoy para el desarrollo de políticas de corto plazo que influyan desde la macroeconomía para evitar ciertos desequilibrios y darle al sistema una estabilidad que permita continuar con los ritmos de la producción y explotación capitalista. Pero cuando estos “desequilibrios se corrigen”, vuelven al fundamento clásico tradicional por el cual se ha regido la economía capitalista, la discrecionalidad de la clase capitalista, para quien la intervención estatal, fundamento del keynesianismo, se vuelve un estorbo. Alrededor de los años 70 del pasado siglo, esta dinámica creó las condiciones históricas para el afianzamiento del neoliberalismo, en respuesta política a la caída de la cuota de ganancia capitalista. Su acción fundamental ha sido desmontar los logros obtenidos por la clase obrera en sus luchas, expresado en los “estados de bienestar keynesiano”; la aplicación de estas políticas neoliberales ha provocado resultados funestos para la sociedad contemporánea, muy especialmente en América Latina.
En la actualidad ante la crisis que afecta la economía mundial y sus efectos, estás ideas de inspiración keynesiana son retomadas, fueron el fundamento para el desarrollo de la campaña electoral en los Estados Unidos por parte Donald Trump y sus acólitos. Estos manipularon los sentimientos de una clase obrera norteamericana desfavorecida por la globalización, sin embargo, hasta la fecha no se ha hecho nada sustancial al respecto por mejorar su situación. En todo caso se ha anunciado que millones de norteamericanos perderán su seguro médico, entre otras medidas impopulares contra inmigrantes y otros sectores. La globalización ha seguido su curso y las medidas tomadas por esta administración no contrarrestan sus efectos de manera que puedan detener su lógica de funcionamiento afín a múltiples intereses dominantes. Las políticas antiinmigrantes rápidamente aplicadas, por ejemplo a los mexicanos, tiene como objetivo precarizar la existencia de estos, endurecer las medidas para acceder a puestos de trabajo, entre otras acciones ofensivas. Estas políticas no se diseñan para favorecer a la clase obrera norteamericana, sino para precarizar mucho más las condiciones de trabajo de toda la clase obrera y desde una posición de poder y escasa negociación, aplicar una baja en los salarios a todas los trabajadores que contrarresten la caída de las ganancias de las empresas capitalistas, las que padecen una crisis de inversión sin precedentes en la historia. Esta situación con mucho más crudeza se observa en Europa, su expresión más concreta se expresa en el resurgimiento de neoconservadores, opuestos a la Unión Europea fundamentalmente en Inglaterra y Francia.
Estas disfuncionalidades de la economía capitalista han condicionado el resurgir en los últimos años de un grupo de gurúes keynesianos y neokeynesianos que cuestionan las desigualdades crecientes en la sociedad capitalista e identifican en este problema el fundamento de la crisis que enfrenta la economía. El capitalismo de repente se volvió malo y hay que devolverle su credibilidad y funcionabilidad. Estas ideas ha tenido incidencia sobre movimientos sociales reivindicativos como el Occupy Wall Street y su declaración del 99 % versus el 1%. Reconocemos la importancia del aporte realizado por los estudios sobre desigualdad en el mundo, fundamentalmente el de Tomas Piketty en e l El Capital en el siglo XXI y los Informes de Oxfam Internacional sobre desigualdad en el mundo, publicados anualmente. Estos trabajos se centran en describir el fenómeno, sin embargo, no su naturaleza, ley general de la acumulación capitalista expuesta por Marx, que establece grosso modo, que para que exista un polo de riqueza tiene que existir invariablemente un polo de pobreza. La intención de esos economistas se centra en aplicar políticas cortoplacistas terapéuticas que no detendrán la dinámica expoliadora del capital.
Resolver la desigualdad del capitalismo no es la solución a los problemas del mundo contemporáneo, ni son las políticas cortoplacistas y terapéuticas las que solucionarán los conflictos existentes entre el trabajo y el capital a nivel global. Como señala el economista marxista inglés Michael Roberts 18/04/2017 en www.sinpermiso.com “… el método real de la economía política no es el de un fontanero o un dentista cuando soluciona problemas a corto plazo. Es el de un científico social revolucionario (Marx), transformando a largo plazo. Lo que el análisis marxista del modo de producción capitalista revela es que no hay una ‘tercera vía’ como Keynes y sus seguidores proponen. El capitalismo no puede ofrecer el fin de la desigualdad, la pobreza, la guerra a cambio de un mundo de abundancia y bien común a nivel mundial, y evitar así la catástrofe medio ambiental, a largo plazo”.
La realidad de la lucha de clases hoy demuestra hasta la saciedad que esta visión cortoplacista de los economistas burgueses es la que más influye sobre los luchadores sociales actuales. Algunas de las intervenciones de visitantes a nuestras celebraciones al Primero de Mayo así lo demuestran. Prevalece una visión conformista y romántica, más no transformadora y enfocada en nuevos métodos de lucha contra el capital. Haciendo alusión a esas posiciones Michael Roberts hace referencia al estigma que se ha creado dentro de una parte sustancial de la izquierda: “…la izquierda quiere democracia sin populismo, quiere políticas de cambio sin los riesgos del cambio; quiere revolución sin revolucionarios”.
Lo cierto es que hace ya más de 150 años Marx demostró que la lucha de clases es el motor de la historia. Los que se empeñan en desconocer esa realidad en Nuestra América chocan a diario con la fuerte restauración conservadora, golpes de Estado y otras manifestaciones violentas frente a las cuales todo romanticismo ilusorio se desvanece perdiéndose el sentido trasformador de los tiempos de cambio y el cambio de época definido por Rafael Correa. Es una época de nuevo socialismo, de Socialismo del siglo XXI, pero que comparte con aquel socialismo anterior la necesidad de transformar la sociedad capitalista, en otra distinta por su naturaleza y esencia, una economía y una sociedad donde el hombre sea el centro del quehacer económico y no la ganancia capitalista.
Para el caso cubano esta situación en épocas de cambio tiene igual naturaleza. La Revolución cubana hizo una transformación radical de su estructura social, se crearon las condiciones históricas para la creación de un sector socialista, que todavía no satisface nuestras necesidades plenamente, pero que sigue siendo una vía legítima para la trasformación social como reconocen nuestros Lineamientos de la Política Económica y Social. Ya el Che en fecha tan temprana como el año 1962 señalaba en El Socialismo y el Hombre en Cuba la necesidad del desarrollo de una nueva economía política para la construcción del socialismo, explicando las insuficiencias y los errores cometidos en la Unión Soviética donde se confundió la economía política con la política económica aplicada, no se abundó en la sustancia socioeconómica de la trasformación de la sociedad capitalista en una nueva cualidad distinta por su naturaleza a aquella.
En las condiciones actuales es necesario seguir predicando en este aspecto, ponerlo en el centro del debate de nuestras ciencias sociales especialmente de las económicas, algo que no siempre ocurre .El Estado cubano no produce riqueza directamente, gestiona la propiedad y distribuye los beneficios tal como expresa la conceptualización del modelo. La riqueza en Cuba la producen millones de trabajadores con su trabajo y el Estado cubano garantiza la propiedad de todos. En ocasiones analistas obvian que son los trabajadores los que producen el valor, debilitando el valor educativo del mensaje que quieren trasmitir cuando señalan el papel rector del Estado. En la actualidad los trabajadores del sector socialista de propiedad de todo el pueblo a pesar del bloqueo, producen alrededor del 95% del Producto Interno Bruto. Esos trabajadores son los que más aportan a los indudables logros de la sociedad; en el futuro estos trabajadores deben ser los mejores remunerados sin menoscabo de los aportes de otros sectores dados los grandes sacrificios hechos por estos en aras del desarrollo económico y social cubano.
Sin embargo, es un contrasentido que estos trabajadores siendo copropietarios de los medios de producción no trabajen bien, no cuiden la propiedad socialista de todo el pueblo que les garantiza su existencia como clase en sí y para sí; se maltraten nuestros ómnibus, comprados con el esfuerzo y sacrificio de nuestro trabajo común; se derrochen nuestros recursos, se rompan los inmuebles de hospitales y policlínicos y lo peor en muchas ocasiones indolentemente observamos cómo se roban nuestros recursos y no actuamos como lo que somos: dueños. Todas esas afectaciones ejemplificadas provienen de una falta de cultura económica socialista, se desconoce por la mayoría de la sociedad la esencia y el contenido de la propiedad socialista de todo el pueblo y cuáles son las contradicciones aun existentes para su pleno desarrollo y disfrute. Esa será una tarea de los economistas políticos y otros cientistas sociales, maestros y profesores quienes tendrán que educar a toda la sociedad en especial a las nuevas generaciones en la justeza de los principios expuestos por Marx sobre la propiedad comunista.
El mejor homenaje que podemos hacer los economistas políticos a Marx, es robustecer cada día el análisis marxista de la sociedad capitalista, no podemos cansarnos de explicar los fundamentos legítimos de la transformación social expuestos por él, atemperarlos a la realidad histórica concreta de hoy y los beneficios que redundarían de la construcción de una alternativa a este. El capitalismo ha transformado sus modos de actuación pero no ha superado su esencia explotadora, lo cual legitima los análisis marxistas. La clase obrera, los trabajadores en general, los marginados en el mundo tienen en la obra de Marx y sus seguidores un arma importante para la lucha de plena validez teórica y práctica. Los economistas políticos tienen el deber irrenunciable de explicarlo a la sociedad. Cada día de capitalismo es un viaje al futuro sin regreso; cada día de capitalismo es un día de derroche y deterioro del medio ambiente y los recursos naturales; cada día de capitalismo es un día de hambre y desconsuelo para millones de personas en el mundo; cada día de capitalismo es un viaje al fin de la civilización. No dejemos que por falta de conciencia y esfuerzo esto ocurra, luchemos por evitarlo. Para ese fin trascendental para toda la sociedad actual tenemos por siempre a Marx, sigamos desarrollando pues, la economía política que nos legó.