Martí debió someter a análisis profundo a los Estados Unidos de su tiempo, para comprender la nueva realidad, cuestión que demandaba cierto tiempo; en lo cual asuntos como el sistema político, los avances científico técnicos y otros tuvieron mucha relevancia. Los problemas sociales no escaparon a esa mirada escrutadora y, en ello, los sucesos de Chicago tuvieron un lugar de primer orden.
Las primeras impresiones sobre los conflictos sociales en el país del Norte reflejan la identificación martiana con los pobres, con los obreros, muchos de ellos inmigrantes que llegaban de Europa en busca del paradigma “americano” de riqueza y progreso, para encontrarse con los mismos problemas que habían dejado atrás. Para el cubano, este fue un fenómeno muy llamativo y, en un primer momento, creyó ver en ese desespero de los inmigrantes la causa de la violencia en las huelgas y otras expresiones de lucha. Si bien reflejó en sus crónicas las condiciones de vida miserables de muchos trabajadores, no compartió las formas violentas de combatirlas, d buscar mejoría en ellas.
El enfrentamiento de los obreros y la policía en Chicago, en mayo de 1886, fue conocido por Martí a través de la prensa, lo cual le daba una imagen distorsionada de lo acontecido, pues se representaba a los policías como víctimas de la violencia de anarquistas sedientos de sangre; sin embargo, el seguimiento del proceso judicial que terminó con la condena a muerte y ejecución de cinco de aquellos acusados, constituyó un factor esencial, junto al estudio de las condiciones de vida de la clase obrera y de la manera en que los capitalistas actuaban en esa sociedad, la aportaron elementos esenciales para comprender más a fondo la raíz del conflicto y la manipulación que se había hecho de aquellos hechos.
Desde la perspectiva martiana comenzó a develarse la realidad social de los Estados Unidos para los lectores de nuestra América. Una crónica de febrero de 1887 para el periódico La Nación, de Buenos Aires, plantea una descripción muy clara:
Se oyen de estos estados pompas y maravillas. Se dice que un albañil gana tres pesos al día, sin contar con que apenas trabaja seis meses al año (…). Se dice por los filósofos amables, y por los caballeros que saben griego y latín, que no hay obrero mejor vestido y calzado que el americano, y que esta es Jauja, y que hacen muy mal en enojarse, en vez de estar agradecidos a su eximia fortuna.
¡Ah! Así como los jueces debieran vivir un mes como penados en los presidios y cárceles para conocer las causas reales y hondas del crimen y dictar sentencias justas, así los que deseen hablar con juicio sobre la condición de los obreros deben apearse a ellos, y conocer de cerca su miseria.[1]
Martí no se detuvo en esta opinión que, evidentemente, se opone a la visión extendida sobre la sociedad norteamericana, sino que describe acontecimientos como el asesinato de un niño, hijo de un obrero, por la policía, y otros abusos, sino que muestra las condiciones de vida de esos hombres de trabajo, de lo que llamó “la clase desacomodada” y comprende que el trabajador “que es aquí el Atlas, se está cansando de llevar a cuestas el mundo”.[2]
En opinión del agudo observador, el obrero en Estados Unidos
cree (…) tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, (…) a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas.
Sin embargo, relata Martí que cuando pedían esas mejoras en Chicago,
combinábanse los capitalistas, castígábanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza.[3]
El proceso judicial que se siguió a los obreros por los sucesos de Chicago, fue muy aleccionador. Si en 1882, había apreciado Martí que “estamos en plena lucha de capitalistas y obreros”, y veía que parea los primeros era “el crédito en los bancos, las esperas de los acreedores” y toda forma de facilidades, mientras que para el obrero era “la cuenta diaria, la necesidad urgente e inaplazable” y el capitalista lo obliga a “trabajar a precio ruin”,[4] ahora llegaría más lejos en su análisis pues apreció que era un problema sistémico. No se trataba de un sector en específico sino de todo el sistema en función de tales relaciones de dominio.
La visión martiana en su crónica “Un drama terrible”,[5] donde hace un recuento de todo el proceso, cuando se había producido la ejecución de aquellos obreros y su sepelio, muestra cómo “la República entera” había peleado para mantener el castigo, a pesar de que no se había probado la culpabilidad de los encausados, sino todo lo contrario. Hubo testigos comprados, se había probado que ninguno de ellos había tirado la bomba que explotó en las filas de los policías, pero el sistema había peleado “con rabia semejante a la del lobo para (…) que no arrebatasen del cadalso” a los obreros que se habían juzgado.
Martí plantea en el inicio de su crónica la necesidad de ir a las causas históricas que engendran tales problemas y comparó aquel proceso y su final con el odio que movió a que John Brown, el líder abolicionista, fuera ejecutado en 1859, lo que lo convirtió en un mártir símbolo de la lucha contra la esclavitud. Ahora volvía a temerse a la fuerza que estaba ganando “la casta llana”. La evolución estadounidense había llevado, a su juicio, a que la República hubiera caído “en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos” y se había convertido en una “monarquía disimulada.” En un fragmento de “Un drama terrible” hace una sucesión de afirmaciones que muestran al lector la situación que se había creado:
El juez los sentencia.
La policía, con el orgullo de la levita de paño y la autoridad, temible en el hombre inculto, los aporrea y asesina.
Tienen frío y hambre. Viven en casas hediondas.
¡América es, pues, lo mismo que Europa!
El cronista describió a cada uno de los obreros ejecutados, en su origen, sus luchas y en sus momentos finales, con lo que dio la dimensión humana de aquellos a quienes se pintaba por la prensa como criminales terribles, con lo que también mostraba el papel que estaban jugando esos medios en aquella circunstancia:
La prensa entera, de San Francisco a Nueva York, falseando el proceso, pinta a los siete condenados como bestias dañinas, pone todas las mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen de los policías despedazados por la bomba (…) ¡Quién nos defenderá mañana, cuando se alce el monstruo obrero, (…)! ¡Qué ingratitud para con la policía no matar a esos hombres!
Martí afirma que la petición de que se mantuviera la condena se hacía “para ejemplo”. Era, pues, el sistema luchando contra quienes se le oponían en busca de mayor justicia.
Quizás una de las afirmaciones más esclarecedoras acerca de todo ese proceso, sus causas y su futura evolución es justamente aquella en que el cubano muestra que se trata de todo un sistema defendiendo sus intereses, más allá de circunstancias específicas y, sobre todo, cuando plantea las carencias de la lucha y hacia dónde marcharía la solución. En criterio de Martí: “No comprenden que ellos son mera rueda del engranaje social, y hay que cambiar, para que ellas cambien, todo el engranaje.” En esa dirección es que se encontraría la solución al conflicto social.
[1] José Martí: Obras Completas. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, (Edición digital), T 11, p. 158 (Todas las referencias corresponden a esta edición).
[2] T 11, p. 173,
[3] T 11, p. 339.
[4] T 9, p. 322.
[5] T 11, pp. 333-356.