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Tolerancia cero

La corrupción administrativa reabrió sus ladinos ojos justo cuando el producto interno bruto tocaba fondo. Mientras que los platos “vivían y morían” vacíos, para ella la mesa estaba muy bien servida. Artera, oportunista y ruin medró entre los harapos del pasado, y supo, a nuestro pesar, reaparecer disfrazada y con el “cuello blanco”.

Pero, si bien el estruendo provocado por la caída del muro de Berlín y los punzonazos yanquis la sacaron del letargo, muchos de nosotros se han encargado de reanimarla. Ya sea por acción, omisión, tolerancia o cobardía, pero somos culpables ante manifestaciones de corrupción administrativa, sin duda, todo un juego de poder.

Aunque nuestro país no padece la situación que tristemente exhiben otras naciones, no puede dejar de escrutarse rigurosamente el escenario cubano. Desvíos de recursos, enriquecimiento indebido, falsificación de documentos, transferencias ficticias, fraudes en nóminas y otras trampas integran la lista de acciones que algunos, drogados por el “aroma del dinero fácil”, han practicado o consentido, sin reparar en las grietas a la credulidad de la administración económica.

No entender que la corrupción es un problema “de todos para uno y uno para todos” nos costará presenciar el caótico día en que, por las bases perforadas, se escurran conquistas y se escabullan sueños.

Ciertamente es difícil en las condiciones económicas actuales acabar completamente con la tríada perversa “ilegalidades-delitos-corrupción”, pero con conciencia social y económica es posible minimizarla y evitar que sus efectos hagan metástasis en el cuerpo de la nación.

Conocer las causas y condiciones que propician esa deplorable acción y no atacarlas con la fuerza y rapidez del rayo equivale a engordar, como granjero dedicado, el fenómeno que el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz definiera como “uno de los principales enemigos de la Revolución, mucho más perjudicial que el multimillonario programa subversivo e injerencista del Gobierno de Estados Unidos y sus aliados dentro y fuera del país”.

Creo, apoyada en los que me han antecedido en estas reflexiones, que el empresariado cubano necesita, en todo momento, reoxigenarse éticamente. Solo así la vida económica y social gozará de mejor salud.

La aplicación cabal del sistema de control interno, necesario instrumento para la transparencia de las gestiones administrativas, es otra carta imprescindible para el triunfo en este terreno.

Nuestro accionar debería también estar en consonancia con el pensamiento del Apóstol José Martí, quien sentenció: “…debiera sin duda negarse consideración social, mirarse como a solapados enemigos del país, como a la roña y como a vagos, a los que practican o favorecen el culto a la riqueza: pues así como es gloria acumularla con un trabajo franco y brioso, así es prueba palpable de incapacidad y desvergüenza, y delito merecedor de pena estricta, el fomentarla por métodos violentos o escondidos, que deshonran al que los emplea y corrompen la nación en que se practican”.

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