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¿A qué va Estados Unidos a la Cumbre de Lima?

Por: Luis René Fernández Tabío

Doctor en Ciencias Económicas y Profesor Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana. Miembro de la delegación cubana a la Cumbre de los Pueblos de Lima.

Las Cumbres de las Américas fueron convocadas por el gobierno de Estados Unidos en un momento que ese Gobierno se sintió fortalecido en el contexto del Hemisferio Occidental y a nivel mundial. La primera de ellas fue realizada en la ciudad de Miami, en 1994.

A principios de la década de 1990 del siglo XX se consideraba que había terminado la Guerra Fría y el llamado sistema bipolar de relaciones internacionales debido a la desaparición de la URSS y del Campo Socialista en Europa del Este. Todo ello creaba una percepción triunfalista del capitalismo y el imperialismo, en particular su principal centro: Estados Unidos.

En ese momento el presidente estadounidense William Clinton proyectaba la idea de que el mercado libre sería el componente principal de las relaciones interamericanas. Se debía garantizar su institucionalización después de haber aplicados ajustes estructurales neoliberales en la década de 1980 mediante los acuerdos de libre comercio. En la Cumbre de Miami se lanzó el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que con la sola excepción de Cuba, debía articular el sistema de dominación de Estados Unidos sobre la región para el nuevo siglo. Consideraban que la reinserción de la Mayor de las Antillas al sistema de dominación imperialista era cuestión de tiempo.

La llamada Ola rosada, ascenso de un grupo de gobiernos de izquierda en la región con distintos tintes, se expresó en el balance de fuerzas en la Cumbre celebrada en Mar del Plata en 2005. La presencia de gobiernos con posturas críticas al neoliberalismo, encabezados por la Venezuela de Hugo Chávez, el Brasil de Lula y la Argentina de Néstor Kirchner, que trataban de transformar la realidad y crear un mundo mejor para los pueblos de la región, derrotaron la política del ALCA, aunque continuaron ampliándose con Estados Unidos los tratados de libre comercio de carácter bilateral y subregional para Centroamérica y República Dominicana.

Las Cumbres posteriores a 2009 coincidieron con la llegada a la presidencia de Estados Unidos de Barack Obama y fueron caracterizadas por la demanda de la región a incorporar a Cuba al evento, reconociendo y respetando su sistema, lo cual en la práctica constituyó una ruptura de la llamada Carta Democrática, que suponía aceptable solamente a las democracias liberales burguesas.

En el 2015, en Panamá, participa Cuba por primera vez. Este acontecimiento fue reconocido por los pueblos de la región y los gobiernos como un avance en las relaciones interamericanas, aunque se mantenían tensiones y contradicciones en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Contradictoriamente el presidente Obama había declarado por vez primera a Venezuela como “amenaza a su seguridad”, un peligroso antecedente para la intervención imperialista en ese país en apoyo a la oligarquía local, desconociendo la justicia social y democracia puestas en práctica por la Revolución Bolivariana.

A pesar de esta sombra, resultaba favorable para una Cumbre de las Américas que la política de Estados Unidos diera pasos a favor de la negociación y creara un ambiente general más distendido, con una retórica menos agresiva e intervencionista, que señalaba haber dejado en el pasado a la Doctrina Monroe, la política del cambio de régimen, y tratara de sostener sus relaciones con la región en otros términos.

Aunque estos propósitos no modificaban los objetivos reales, más bien eran un ajuste en el discurso, colocando mayor énfasis en los llamados instrumentos del poder blandos, sin duda mejoraban el clima de las relaciones interamericanas.

La llegada a la presidencia de Donald Trump —con sus enfoques nacionalistas y  agresivos, con amenaza del uso de la fuerza y el chantaje, racista e irrespetuoso de la soberanía y la independencia de nuestros pueblos— constituyó una expresión reaccionaria y regresiva en las relaciones interamericanas, que se reflejaría en general, pero con matices más agudos en su política hacia Venezuela y Cuba. Entre sus acciones destaca el rechazo a los inmigrantes, las deportaciones y el abandono de la política sobre los llamados dreamers, la construcción de un muro en la frontera con México, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la salida de la Alianza Transpacífico (TPP), en la cual participaban tres de los principales aliados en la región (México, Chile y Perú), y que fuera firmado en Chile sin la participación de Estados Unidos.

La Cumbre de las Américas aunque es una reunión claramente organizada para servir los intereses y valores de Estados Unidos, convocada y diseñada por ese país imperialista, se basa en un marco de relaciones multilaterales en que la asimetría estadounidense en la región debe garantizar la estabilidad de su sistema de dominación. La política de Trump no se ajusta a ese contexto, porque tiene un enfoque bilateral, con énfasis en las sanciones, la amenaza y el uso de la fuerza y todo ello es contrario a un contexto multilateral como este.

Estas condiciones presagian que la Cumbre de Lima tendrá muchas tensiones que expresarán contradicciones muy fuertes entre las posiciones antiimperialistas, las cuales aunque han sufrido retrocesos parciales y coyunturales no han sido derrotadas. Se conservan gobiernos en la región que exigen respeto a los principios acordados en la Proclama de América Latina como Zona de Paz suscrita en la Cumbre de la CELAC en La Habana, en el 2014, de respeto total a la diversidad, la no intervención en los asuntos internos de los países y la solución de las diferencias por la vía del diálogo y la negociación. El ALBA como un proceso de concertación de un grupo de países de la región no ha desaparecido y es una fuerza contraria a la política regional estadounidense.

La administración Trump —más allá de sus inconsistencias y contradicciones, limitada credibilidad, variabilidad, mentiras y manipulaciones, lenguaje agresivo y poco diplomático— se plantea como objetivo principal, como recoge la Estrategia de Seguridad Nacional de finales de 2017 y otros documentos oficiales, sancionar y aislar hasta donde sea posible a Venezuela y Cuba.

La retórica de Trump coloca a Cuba y Venezuela como países socialistas o comunistas, con gobiernos autoritarios que supuestamente no sirven a sus pueblos. Nada más alejado de la realidad, pero ese es el contexto presentado por los medios controlados por las transnacionales al servicio norteamericano. La política del trumpismo retoma las obsoletas ideas de dominación de la doctrina Monroe de 1823, acusa a Rusia y a China de intromisión y apoyo, así como de ser fuerzas contrarias a los intereses de Estados Unidos y sus aliados en la región.

Claramente, la actual política del imperialismo tiene su golpe principal dirigido hacia Venezuela, donde trata de crear una situación de supuesta crisis humanitaria e ingobernabilidad para justificar la intervención extranjera, con el apoyo de la OEA, o al menos del llamado Grupo de Lima, o en última instancia mediante acciones unilaterales de Estados Unidos.

Esta estrategia constituye un alto riesgo para la paz y la estabilidad regional. También viola todas las normas del derecho internacional y de la Carta de las Nacionales Unidas. Parte de la consideración de que si Venezuela cae en manos de la derecha y es desplazado el gobierno bolivariano, garantizaría el retroceso de las fuerzas antiimperialistas y fortalecería el sistema de dominación al desaparecer el ALCA y Petrocaribe. Dicha tesis asume que el Caribe, Centroamérica y Cuba se colocarían en una posición frágil a expensas de las presiones y chantaje de la política de Estados Unidos, que abarca asistencia exterior, acuerdos de libre comercio y fuentes energéticas.

En síntesis, el contexto económico, político y social regional, marcado por tensos acontecimientos que no excluyen al país sede (que acaba de pasar por la renuncia de su presidente por temas de corrupción), las falsas acusaciones mediante las que llevaron a la cárcel al ex presidente y candidato popular en Brasil (Lula da Silva), los tensos y turbulentos procesos electorales en México, así como en otros países donde el ascenso de las políticas neoliberales acrecientan las protestas sociales, la involución en las relaciones de Estados Unidos con Cuba, y mayores agresiones financieras hacia Venezuela para agravar su situación, no constituyen un clima favorable a la Cumbre y significan un retroceso en las relaciones interamericanas.

La postura de Estados Unidos en la Cumbre va encaminada a alentar a las fuerzas de la derecha pro imperialista para que apoyen la política de sanciones, aislamiento y presiones en primer lugar hacia Venezuela, pero también hacia Cuba y otros procesos que se resisten a subordinarse a su dominación.

En su esencia la política de Estados Unidos está dirigida a convocar a sus principales aliados a dividir y debilitar a las fuerzas que se oponen a su sistema de dominación.

A pesar de que las Cumbres de las Américas son un foro organizado por el imperialismo con el respaldo institucional de su ministerio de colonias (OEA), no puede revertir la historia ni los niveles de declinación su hegemonía a escala hemisférica. El balance de la propia Cumbre está por verse pero, más allá de ello, la historia no termina en esta cita que de por sí no modificará el curso de los acontecimientos de modo fundamental.

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