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Julio Antonio Mella: conocerlo era creer en él

Enmarcado por columnas y como si bajara los escalones que simbolizan los de la histórica escalinata de la Universidad de La Habana, en la que actuó como formidable gladiador contra sus males, la figura en bronce de cuerpo entero de Julio Antonio Mella parece ir al encuentro de los estudiantes, de quienes se erigió como líder indiscutible.

Foto: Tina Modotti

Así se le muestra en la plaza que lleva su nombre en la Universidad de Ciencias Informáticas, en un empeño del autor de la obra por acercar a los jóvenes una de las personalidades más sugestivas y atrayentes que hayan alentado en nuestra tierra, como lo describió el destacado intelectual Juan Marinello. Y no exageró cuando afirmó que conocerlo era creer en él.

Le creyeron el estudiantado universitario que lo vio encabezar la lucha por poner a la Universidad a la altura de los tiempos; los trabajadores para cuya instrucción concibió la Universidad Popular José Martí que ligó a los estudiantes e intelectuales progresistas con los trabajadores y los sindicatos; los fundadores del primer Partido Comunista que lo acogieron en sus filas como miembro de su Comité Central con solo 22 años; la militancia de la organización, que siempre lo consideró su ideólogo y símbolo; dirigentes proletarios como Alfredo López, al que lo unió una amistad combatiente; los miembros del Partido Comunista de México, en el cual alcanzó un gran prestigio al punto de convertirse en su secretario general interino…

Todo tiempo futuro tiene que ser mejor

Su natural liderazgo se hizo sentir desde su ingreso en la habanera Casa de Altos Estudios como alumno de Derecho y Filosofía y Letras. Pronto fue nombrado administrador y colaborador de la revista Alma Mater, se convirtió en el principal dirigente del movimiento reformista dentro de la Universidad y a propuesta suya se realizó el primer Congreso Nacional de Estudiantes.

En los acuerdos de este cónclave, efectuado en marzo de 1923, se plasmaron varias ideas de Mella, entre estas la Declaración de Deberes y Derechos de los estudiantes, que establecía el deber de revertir a la sociedad, específicamente a los trabajadores manuales, los conocimientos recibidos; la necesidad de luchar por la materialización de las ideas de Bolívar para América Latina; la condena a los atropellos contra los pueblos colonizados o neocolonizados; la protesta contra “el injusto aislamiento a que en parte tienen sometida las potencias del mundo a la Rusia Nueva” y la solicitud de que el Gobierno cubano la reconociera; la lucha del estudiantado por la justicia social y la fraternidad de los pueblos; y la oposición a todos los imperialismos, especialmente la intromisión del yanqui en Cuba.

El historiador Rolando Rodríguez destacó en su libro Mella: una vida en torbellino, una crónica sobre el Congreso publicada en el Heraldo de Cuba por el coronel Eugenio Silva, donde expresaba preocupaciones por la influencia del ideario del presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios en la magna reunión y reconocía el influjo de su personalidad: “El presidente del Congreso, señor Julio Antonio Mella, es a mi juicio el tipo clásico de “conductor de multitudes”.

Puede hacer mucho bien y mucho mal también. Es una esperanza o un peligro. Todo depende de cómo él entienda el amor a Cuba. Se le sigue y se le acata por razón o por sugestión. Domina el Congreso y lo conduce a donde se propone.

Tiene una simpática figura, es atrayente, de un civismo valioso y agresivo”. La forma en que Mella entendía el amor por Cuba quedó clara en un editorial que publicó en la revista Juventud, fundada por él y vocero de los estudiantes renovadores, donde condenó una idea muy en boga por entonces de que todo tiempo pasado era mejor, la que calificó de arcaica y estéril y le opuso la de “Todo tiempo futuro tiene que ser mejor”, convertida en lema del Congreso, que consideró como demostración efectiva de acción y de lucha y subrayó que no se trataba de cambiar el sueño del pasado por el del futuro, sino de la lucha en el presente para hacer el futuro mejor.

Con esa mirada hacia lo que debía hacerse para conquistar una patria digna e independiente, actuó siempre, sin que lo desviaran del camino de injusticias, incomprensiones, cárcel ni amenazas. Esa lucha por el porvenir la concibió más allá de las fronteras nacionales como lo plasmó en su formidable ensayo Cuba: un pueblo que jamás ha sido libre, que apareció en un folleto de la imprenta El Ideal de la Federación de Torcedores sin fecha, aunque se presume que corresponde a abril de 1925: “Luchar por la Revolución Social en la América, no es una utopía de locos o fanáticos, es luchar por el próximo paso de avance en la historia”.

Unidad, presidio, huelga de hambre, conspiración

El propio Mella reconoció que al calor del ejemplo y la acción de Alfredo López, alma de la Federación Obrera de La Habana y de la Confederación Nacional Obrera de Cuba creada en agosto de 1925, adquirió experiencia para la pelea social.

Dos meses después Julio Antonio escribió sobre la importancia de la unidad en este empeño, en torno a lo cual argumentó: “El obrero puede y debe amar su organización, pero esto no ha de impedirle amar, también la de los otros y constituir una sola para los puntos, no del oficio, sino de los intereses colectivos de la clase obrera, que tiene que enfrentarse con la clase patronal, una sola en toda la República pues aunque no esté organizada en una Confederación Nacional Patronal tiene un Gobierno Nacional que es su representante”.

El 27 de noviembre de ese año Mella fue detenido por la policía machadista y enviado a la cárcel junto a varios trabajadores bajo la falsa acusación de haber cometido actos terroristas, lo que lo motivó a sostener, como protesta, una prolongada huelga de hambre que puso en riesgo su vida. Cuando por su delicado estado de salud fue necesario trasladarlo a una clínica, se produjo su último encuentro con Alfredo, con quien compartía condena. Este depositó en su mano un billete de cinco pesos que Mella no pudo rechazar ante la insistencia del dirigente proletario; “Tómalo y no seas bobo, no te dejes morir, Tenemos mucho que hacer y aún más que limpiar para triunfar. Come, chico”.

La huelga generó un amplio movimiento de solidaridad y dio lugar al famoso “encontronazo” de su abogado, Rubén Martínez Villena con el tirano Machado, cuya reacción histérica motivó a Rubén a definirlo con un epíteto que quedó para la historia: Asno con garras.

Presionado el régimen para dejar a Mella en libertad pesaban sobre él amenazas de muerte que lo obligaron a abandonar la patria. Ello no impidió que continuara su incansable batallar. En México fue nombrado miembro del comité ejecutivo de la Liga Antiimperialista de las Américas, en cuya representación asistió al Congreso Mundial contra la Opresión Colonial y el Imperialismo efectuado en Bruselas; ingresó en el Partido Comunista de México, logró visitar la Unión Soviética, habló en actos, escribió artículos en diversas publicaciones, y entre sus acciones estuvo la creación de la Asociación Nacional de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba, Anerc, cuyo programa planteaba, entre otros fines, la completa independencia de Cuba y medidas de beneficio social.

Decidido a derrocar la dictadura, Mella se propuso organizar una expedición para comenzar la lucha armada en la patria, planes que compartió con Martínez Villena, principal dirigente del Partido Comunista en Cuba, aunque no fungía como secretario general por considerar que este cargo le correspondía a un obrero. Machado había intentado en vano la extradición de Mella, por lo cual envío tras él a asesinos que truncaron su existencia el 10 de enero de 1929.

No llegó a cumplir 26 años. “En Cuba —dijo de él Fidel— nadie hizo tanto en tan poco tiempo”.

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