A estas alturas, difícilmente un artista pueda vivir de espaldas al mercado, asumiéndolo con su significado más abarcador. Desde que el arte dejó de ser privilegio casi exclusivo de las élites, desde que su acceso se “democratizó”, las relaciones entre el público y la obra de arte (especialmente en algunas expresiones) suelen estar mediadas por alguna relación mercantil, directa o indirectamente, en mayor o menor medida. El caso es que el arte integra un entramado marcado, necesariamente, por estas ligaduras, que están en la base misma de la organización social, independientemente del proyecto político y económico que la sustente.
El artista (más allá de visiones románticas de su posición) no vive del aire, al artista generalmente no le regalan los frijoles (como se los “regalaban” los grandes señores renacentistas a sus músicos y bufones), el artista tiene naturales aspiraciones de vivir mejor, que no están reñidas (o no tendrían necesariamente que estar reñidas) con sus necesidades de realización profesional, sean cuales fueran esas necesidades, independientemente de las potencialidades de su talento.
El mercado marca derroteros, que coinciden o no con los de la contundencia estética y conceptual; el artista tiene el derecho (casi la obligación) de posicionarse ante esas disyuntivas. Es cuestión de prioridades. Pero nadie (ni institución, ni ente comercial, ni público alguno) tiene la capacidad de decidir por el artista. Se puede influir (y hay influencias muy poderosas), pero la decisión final es del creador.
El tan llevado y traído asunto de las “concesiones” que determinados artistas estén dispuestos a asumir compete en primerísima instancia al artista en cuestión. El resto de los elementos de esta ecuación: el público, la crítica, las instituciones, el propio mercado… actuarán en concordancia con sus funciones e intereses. Algo tiene que quedar claro: hacer arte no es fabricar ladrillos. Por tanto, estas relaciones nunca serán inamovibles y casi nunca son “contables”; están sujetas a subjetividades, consensos y debates que terminan por consolidar jerarquías artísticas.
Una institucionalidad sólida, una política cultural coherente, un proyecto social que garantice el pleno disfrute de las más auténticas expresiones del arte… pueden (tiene que) mediar en la conformación de un mercado para el arte, sin permitir el extremo de que sea el mercado (o fundamentalmente el mercado) el que fije los estándares definitorios del ejercicio creativo.
Algunos piensan que el arte tiene que estar puesto en función de “lo que quiere el público”. Arte para satisfacer. Es discutible. En primer lugar, no se puede hablar del público como si fuera un ente homogéneo: hay muchos públicos. Tampoco el gusto es una constante: en la constitución del gusto inciden varios elementos: la sensibilidad del individuo, pero también la educación, el acceso a un espectro jerarquizado de ofertas, las mediaciones de la crítica y el periodismo… No se puede imponer un gusto, pero se puede contribuir a formarlo.
De cualquier manera, el arte no está solo para complacer. Está igualmente para cuestionar, para garantizar acervos, para estructurar sistemas de pensamiento: son “funciones” que van más allá de la dimensión lúdica, del mero entretenimiento. Y no significa que se pueda descuidar esa dimensión lúdica que, de hecho, es punto de partida: lo que resulte farragoso y aburrido difícilmente podrá calar en la mayoría de los públicos, por muchos valores éticos y filosóficos que atesore.
A las instituciones, al sistema educacional, a la crítica y al periodismo les compete el empeño de elevar el nivel cultural de las personas. No se hace prohibiendo, se hace promoviendo lo mejor, a partir de la reflexión, el debate, la disponibilidad de propuestas contundentes.
El mercado incide en los públicos, pero los públicos también pueden incidir en el mercado. Habrá artistas que seguirán el camino más fácil (y probablemente el más rentable): hacer concesiones para determinados segmentos del público; otros explorarán la manera de llegar a esos públicos sin menoscabos estéticos y formales.