Chavely Casimiro Rodríguez se graduó en la Academia de Artes Plásticas de Cienfuegos (hizo los dos primeros años en la de Trinidad), donde aprendió dibujo, pintura, escultura y grabado, “siempre con la idea de regresar a la finca con esos conocimientos teóricos y prácticos para seguir defendiendo la filosofía de la vida familiar en el campo”.
Había nacido en 1994, en la Finca del Medio, en Taguasco, Sancti Spíritus, cuando su padre decidió partir de cero en la recuperación de la propiedad de sus abuelos, cubierta totalmente de marabú, con suelos degradados. “Estudié hasta terminar la secundaria básica lejos de allí, iba y venía todos los días, no soportaba estar fuera y lejos de la familia, quería seguir la evolución de nuestro hogar”.
Agroecología, permacultura —sistema de diseño agrícola basado en el ecosistema natural—, agricultura orgánica eran los términos y las tecnologías que se aplicaron para emprender ese modo de vida, por lo que la niña nunca se interesó por la agronomía ni la veterinaria. “Unos amigos permacultores nos hablaron de la convocatoria para estudiar pintura, me presenté y aprobé.
“Desde pequeña me encantó pintar, y papá disfrutaba verme. Me pasaba todo el tiempo haciéndole dibujos en la espalda mientras él ordeñaba las vacas”. Siempre estaba junto al padre, aprendiendo y viendo cosas bonitas. “Y a mí se me representaban como un cuadro; luego cuando él estaba escribiendo tomaba papelitos y dibujaba vacas y cosas de la finca.
“Vi la televisión por primera vez a los 7 años, no teníamos electricidad. Era constantemente oyendo a papá explicar cosas a todo el mundo. Tenía gran motivación por la pintura porque la asociaba con algo que podría estudiar y seguir siendo campesina.
“Los perros de la casa eran mis bueyes y mis vacas; un rollo porque hasta accidentes tuve que perdí el conocimiento: amarraba a los más grandes y cuando de pronto salían corriendo por un gato que pasaba o un puerco, allá iba yo disparada por el aire. No recuerdo un solo minuto aburrida o que me faltara algo. Mi papá me enseñó a nadar y nos íbamos todos para el arroyo y también a pescar”.
Una vez graduada, asegura que “la pintura sigue conmigo, pero todo lo que se relacione con eso tiene que ser en la finca. No concibo la vida fuera de aquel lugar, y cada vez que estoy lejos de ella la valoro por mil. El nuestro es un proyecto incomparable”.
La joven que va y regresa
Desde los 20 años Chavely ha representado a jóvenes campesinos cubanos en eventos internacionales al exponer la experiencia de la finca. La primera vez fue un curso en Murcia, España, para la formación asociativa y la metodología leader, con enfoque de género como motor para el desarrollo local, en el cual adquirió herramientas para el turismo rural de familias campesinas.
Una segunda oportunidad la llevó a Milán, Italia, a un evento de la Red Joven de Slow Food, organización sin ánimo de lucro a la cual pertenece, donde debatieron el papel en sus respectivos continentes y países, en el futuro de la alimentación, desde otra perspectiva, para la forma de producir y gestionar las relaciones humanas, enfocada en la resiliencia socioecológica.
El evento Terra Madre 2016 la llevó al Salón del Gusto, en Turín, Italia. El tema central: valorizar el rol y la dignidad de quienes cuidan el planeta cada día: campesinos, pastores, artesanos, pescadores, chefs y cocineros. Chavely asistió por el Convivium de la Finca del Medio: Agroecología y Permacultura, Taguasco y al Movimiento de Slow Food en Cuba. Participó activamente en el debate sobre la importancia de la agricultura familiar, su resiliencia socioecológica y el enfoque de la sostenibilidad sobre bases agroecológicas.
La encontré en las redes sociales. Estaba en la Universidad de Berkeley, California, como líder en el desarrollo de la agroecología y de la agricultura familiar resiliente en Cuba.
“Antes me creía que pensaba así porque no tenía otras experiencias, también muchos me lo decían, pero nunca lo dudé: como familia hemos contraído un compromiso social, y haré todo para no defraudar a quienes creen en las teorías de mi padre, en su experiencia y en proyectos socioeconómicos como el nuestro.
“La experiencia en California fue positiva: poder comparar la agricultura orgánica (no es lo mismo que agroecología y permacultura) de un país desarrollado con lo que hacemos en una finca que fue muy degradada, con un clima y unos suelos complicados de entender”.
La finca nos necesita
“Desde aquí veo muy grande lo que hacemos casi sin tecnologías modernas. Le hemos encontrado un encanto a vivir en el campo que no cambio por nada, es una forma diferente.
“Parafraseando al Principito: la finca nos necesita y nosotros la necesitamos a ella; esa es la diferencia, la queremos más porque es fangosa, calurosa y estaba muy pobre, solo nosotros la podíamos querer así por esa extraña filosofía de crear de cero, si hubiera sido como las que veo aquí llenas de uvas, almendras y manzanas, todos la hubiesen querido; me parece que así cualquiera hace agroecología.
“Me gusta dibujar y pintar paisajes, retratos, hacer surrealismo, exponer a través de ellos cómo hay otras maneras de vivir en armonía con la naturaleza, donde tu hogar sea también el lugar de autoempleo, produces tus propios alimentos sanos sin generar desechos, dando el máximo valor agregado, tomando el sol para cocinar, el aire para abastecernos de agua.
“Uno de mis sueños es realizar pinturas murales, esculturas y diversas obras con recursos naturales obtenidos en la finca, como muestra de otras etapas de transición, que sea nuestra galería.
“Tanto me entusiasman los proyectos de mi papá para construir la vivienda que, cuando me gradué, le pedí ser la albañil de la finca, y así ha sido, es puro diseño y rediseño. Soy una más en lo que hacemos; me levanto todos los días temprano y tengo mis vacas para ordeñar como él y mi hermano. Es como vivir dentro de un cuadro que siempre hay que pintar y retocar.
“La agroecología puede ser muy creativa para que los jóvenes quieran vivir en el campo. La finca significaba todo para mí desde siempre, pero viendo lo que nos confirman quienes nos visitan, y lo que he aprendido y siento cuando he participado en eventos de Slow Food, no es mucho decir que si 100 vidas tuviera, se las dedicaría todas a engrandecer la obra de la familia”.