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Una mujer a todo tren

En Camagüey vive una mujer, adelantada a su tiempo, que fue la primera en estudiar para auxiliar de maquinistas en Cuba

Belén guarda con orgullo el certificado que la acredita como graduada de auxiliar de maquinistas, algo impensable para la época. Foto: De la autora

Quien la conoce ahora, en los albores de sus 78 años, contempla la calma de sus ojos claros y la suavidad de sus manos, no imagina la fortaleza que define a esa camagüeyana.

Sus padres le pusieron Zoila Belén Merino Castro, mas ella, quien nunca a gustado de acatar sumisamente dictámenes, prefiere que le digan Belén, “es el que más me gusta”, alega.

Nació en esos años en los que todavía se miraba con recelo a la mujer que se alzaba como profesional, pero ella tenía un sueño: seguir los pasos de su familia y adentrarse al mundo de los ferrocarriles.

Y es que gran parte de su ascendencia paterna estaba vinculada con los rieles y los trenes: un tío era jefe de estación, su padre era reparador de vías, otro era retranquero, otro conductor. Conocía de cerca cada ruido, cada pito, cada hierro. Por eso, con apenas 18 años ya fungía como trabajadora de la División Centro-Este del Ferrocarril en Camagüey.

“Luego de pasar muchos exámenes pude entrar como operadora y auxiliar de estación, cuenta Belén, por lo que me movía por varias estaciones y hacía de todo, incluso vender boletines. Después me quedo fija como operadora de movimientos de trenes donde nunca tuve accidentes ni nada, porque si algo tenía claro era que debía ser responsable y demostrar mi capacidad”.

Pero ella quería estar más cerca de los trenes, quería manejarlos. No obstante su anhelo se le escurría. “Manejar solo lo pude hacer alguna que otra vez en el patio de talleres y si me veía la gente enseguida comenzaban a murmurar”, recuerda. Hasta que un buen día escuchó sobre un curso de auxiliar de maquinista.

“Me apunté de inmediato. Muchos me miraban mal porque era la única mujer entre tantos hombres, pero yo quería hacerlo. Eso fue en los años 1967 y 1968. Mis compañeros me respetaban y mi familia no se preocupaba porque estudiara algo complicado, ellos dejaban que hiciera lo que yo quería.

“Y para demostrarlo me esforcé y me gradué con excelente puntuación; pero en esos años aún quedaban oficios prohibidos para mujeres y a pesar de que me mantuve firme, de que intenté de que me lo permitieran, no pude trabajar en este oficio”, recuerda.

Belén nunca se conformó. Era algo que deseaba mucho. El amor que le tenía a los trenes era tan grande que prefirió continuar cerca de ellos y seguir trabajando, en lo que fuera, en el ferrocarril. Hoy ya no labora, es jubilada, pero desde su casa les explica a sus nietos porqué pita así un tren, porqué son útiles, porqué se rompió… e intenta inocularles así, esa pasión.

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