El envejecimiento acelerado de la población cubana es algo más que un simple vaticinio estadístico. Es una realidad que nos coloca ante nuevos problemas profundamente humanos, de alta sensibilidad y muy complejos de solucionar.
Prácticamente es una norma que en la mayoría de las familias de nuestro país hay un anciano o una anciana, ya sea en la propia casa con sus descendientes o en hogares separados de los parientes más cercanos que deben cuidarles.
Desde el punto de vista laboral existen al menos dos grandes problemáticas a resolver en relación con el envejecimiento: el cuidado de los adultos mayores que ya no tienen condiciones de salud para trabajar y la prolongación o aprovechamiento máximo de su capacidad y experiencia profesional.
Casi con seguridad cualquiera de nuestros lectores podría citar algún caso conocido de amistades o familiares que han tenido que dejar de trabajar por tiempo prolongado para atender a padres o abuelos bajo su custodia o cuidado, o que solo lo logran con muchas dificultades, desgaste físico y emocional, afectaciones económicas e inconvenientes personales.
Como respuesta actualmente existen planes y proyectos gubernamentales que de forma progresiva incrementan las inversiones en los centros de atención a los adultos mayores, pero es muy probable que los recursos que el país logre destinar a tales propósitos no sean suficientes para el ritmo en que crecen esas necesidades.
En consecuencia, hay que concebir y facilitar mejores condiciones a las familias para que puedan asumir el cuidado de sus abuelos y abuelas, con los menores perjuicios posibles para quienes deben sostener con su trabajo la economía del hogar y del país.
De forma paralela debemos fortalecer nuestra cultura gerontológica y adoptar un enfoque más amigable hacia la vejez, lo cual abarca desde la manera en que les tratamos en casa hasta las especificidades que requieren los servicios públicos para incrementar su participación y calidad de vida, junto con la extensión de su vida laboral mediante la creación de regímenes de trabajo diferenciados.
Porque lo cierto es que todavía no conseguimos muchas veces aprovechar los saberes y habilidades de estas personas de mayor edad que todavía gozan de suficiente salud, cuya participación y aporte económico podrían ser más prolongados en el tiempo si les aplicaran horarios especiales o jornadas a tiempo parcial que les permitiera continuar siendo útiles en sus centros de trabajo, antes de la jubilación o incluso después de su retiro.
Un buen ejemplo de ese tipo de freno resulta el impedimento que la legislación actual establece para la contratación de trabajadores jubilados en los mismos puestos o cargos donde laboraban al cesar su vida profesional, lo cual requiere de una aprobación muy excepcional que desestimula esa posibilidad. Sin duda tal limitación no tiene demasiado sentido en un entorno de escasez de fuerza de trabajo.
Así, los sistemas de salud y de seguridad social, junto con las demás instituciones y sectores económicos, deben continuar pensando y aplicando estrategias abarcadoras, en muy diversos frentes, para contrarrestar los impactos que tiene el proceso demográfico del envejecimiento en la reducción del mercado laboral cubano.
Es preciso, pues, desterrar cualquier visión pesimista o medida excluyente hacia la vejez, que en materia de aporte al trabajo no debe ni tiene por qué ser la última, sino que bien podría constituir la carta más sabia en nuestra baraja económica.