José Martí afirmó: “(…) donde los trabajadores son fuertes, lucharán y vencerán los trabajadores”. Esa fortaleza se logró con la unidad del movimiento sindical el 28 de enero de 1939, fecha escogida por considerar que el mejor homenaje a Martí era llevar a la práctica el llamado suyo a juntarse, que adquiría especial vigencia en aquella coyuntura.
La voluntad de tener al Apóstol como guía fue expresada por Lázaro Peña en la inauguración del Congreso que sesionó durante seis días en La Habana, y del cual emergió la CTC: “Queremos aprender de Martí que unió a todo el pueblo en la lucha contra la España cavernaria y déspota”.
Y muchas lecciones útiles aprendieron de la obra martiana en favor de la unidad los líderes sindicales de entonces, lo que les permitió en menos de cuatro años recuperar al movimiento obrero desarticulado totalmente por una brutal ofensiva reaccionaria desatada tras el fracaso de la huelga de marzo de 1935.
Hasta ese momento los trabajadores habían contado con una organización sindical que cumplió un importante papel en la formación de su conciencia de clase, y llevado al movimiento obrero a un nivel superior de organización y unidad, la Confederación Nacional Obrera de Cuba (Cnoc).
En su hermosa historia de lucha, se distinguieron figuras como Alfredo López, asesinado por el régimen de Gerardo Machado, y Rubén Martínez Villena, bajo cuya conducción la Cnoc desplegó formidables batallas, como la huelga general de marzo de 1930, y el paro que derrocó a la tiranía machadista. Para 1934 la organización se había transformado en la central sindical más poderosa de América Latina.
Contra esta se desató la furia de la reacción. Persecuciones, torturas, asesinatos, cárceles repletas de obreros, estudiantes y profesionales progresistas, envenenamiento en las prisiones, aplicación de la llamada “ley de fuga” para encubrir los crímenes, entre otros métodos, se convirtieron en la actuación oficial del régimen para liquidar a sus opositores.
A partir de esa realidad puede calificarse, sin lugar a dudas, de proeza la labor valerosa, y a la vez inteligente y perseverante, que realizaron los dirigentes encabezados por Lázaro Peña para ir sacando del caos a los sindicatos, devolverles a los trabajadores la confianza en su capacidad de lucha y rescatar sus conquistas, anuladas después de años de duro batallar.
Esa misión de persuasión y movilización fue similar a la realizada por Martí en su tiempo: “Aquí velábamos; aquí aguardábamos; aquí anticipábamos; aquí ordenábamos nuestras fuerzas; aquí ganábamos los corazones; aquí recogíamos y fundíamos y sublimábamos y atraíamos (…)”.
Esos sindicalistas se entregaron a la tarea de sumar voluntades y lograr desde la base, en condiciones difíciles en las que estaba en juego hasta la vida, la unidad consciente dentro de la diversidad. Lo hicieron con el mismo espíritu que lo llevó a cabo Martí: “Razón y corazón nos llevan juntos. Ni nos ofuscamos, ni nos acobardamos. Ni compelemos, ni excluimos”.
De esa manera fueron sacando a la clase obrera del abatimiento en que la había sumido la salvaje represión, convenciéndola de la necesidad de emprender la reorganización de los gremios y sindicatos destruidos y de constituir otros en los sectores todavía no organizados, y movilizándola con ese fin.
Trabajaron para nuclearlos, independientemente de ideologías y tendencias políticas, en sindicatos, y logrados estos, emprendieron la fusión de las organizaciones sindicales paralelas en sindicatos y federaciones de industrias, en las que se fueron agrupando los distintos sectores a escala regional y provincial.
Actuaron con inteligencia para conseguir que la Secretaría del Trabajo reconociera legalmente a estas organizaciones, y fueron creando las condiciones para la celebración de un congreso nacional capaz de agrupar a toda la clase obrera en una central sindical. La Cnoc entregó las banderas de combate a la CTC.
Y fue precisamente el logro de una potente central sindical única, que sumó en un haz a las diversas tendencias y corrientes existentes en las filas de los asalariados para luchar no solo por la defensa de los intereses específicos de la clase obrera, sino también por los de la nación entera, el mejor tributo al Apóstol.
La CTC se convirtió así en el principal instrumento de lucha del proletariado, que lo pondría en condiciones de asumir su papel de clase más avanzada de la sociedad. Una vez más los trabajadores estaban a la altura de su tiempo, como lo hicieran en el siglo pasado —aunque en diferentes condiciones y distante escenario— al llamado de Martí: “Patria —escribió el Maestro— dice, donde todo el mundo lo oiga que ha hallado entre los obreros de Cuba algunos de los hombres que con más decoro y juicio preparan al país al orden y república de su libertad”.
Si un aporte ha realizado la historia de la organización sindical a la nación cubana desde su fundación ha sido educar a los trabajadores a pensar más allá de “lo suyo”, para comprometerse con “lo nuestro”. Y si ello fue relevante en el pasado, en las condiciones del socialismo adquirió mayor valor, ya que por primera vez los trabajadores no laboraban para otros sino para ellos mismos, para sus hijos, para su pueblo.
Correspondió entonces a la CTC inculcarles el derecho y el deber de velar en su colectivo laboral por el cumplimiento del plan, de descubrir reservas productivas, de aportar iniciativas, de vigilar porque las cosas marchen bien, conscientes de que este comportamiento les favorece en lo personal, beneficia al centro y al país, del que cada colectivo es un importante engranaje.
Cuando se prepara el XXI Congreso de la CTC, que coincidirá con el aniversario 80 de la organización, la unidad de sus filas, que se ha preservado ante todos los obstáculos, continúa siendo su principal fortaleza.
Cuando a fines del siglo XIX Martí comprobó la unión de los patriotas exclamó: “Ya somos uno, y podemos ir al fin (…) ¡Ahora a formar filas!”. Hoy los trabajadores cubanos, agrupados en su central sindical única, nacida de su combativa historia, forman filas para asumir los desafíos del momento histórico que vive la nación cubana, y seguir erigiendo esa patria soñada por el Apóstol, que “se levanta sobre los hombros unidos de todos sus hijos”.
Un digno acto de desagravio
Aquel 28 de enero de 1939 la recién constituida CTC protagonizó un acto de desagravio al Apóstol cuya figura había sido ultrajada con la colocación en su estatua, erigida en el Parque Central, de una ofrenda floral por marinos del acorazado nazi Schleisein, de visita en La Habana.
El hecho ocurrido días atrás, había generado una protesta del comité organizador del congreso obrero publicada en el periódico Hoy. El rotativo condenó además la injusta detención y condena a penas de multa a un grupo de jóvenes que expresaron públicamente su repudio a la presencia de los representantes del fascismo junto a la imagen del Héroe.
En revelador contraste frente al gesto de los marinos nazis que tuvieron que depositar su hipócrita ofrenda en medio de un mar de puños indignados, en la noche del 28 de enero el pueblo congregado espontáneamente acompañó con aplausos a la manifestación proletaria, que partió del Parque de la Fraternidad, encabezada por los delegados al Congreso y sus dirigentes recién electos lidereados por Lázaro Peña, secretario general de la también recién constituida Confederación de Trabajadores de Cuba, hasta llegar al monumento donde el Apóstol recibió de ellos, junto a una enorme corona de flores blancas el tributo mayor: la unidad.