Ya estamos en la capital. Ante la muchedumbre, el Comandante en Jefe de las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra de la República está alegre, sonriente, feliz. La barba enredada, demarca el rostro rosado al que la visera de la gorra le da sombra. Lleva su uniforme verde olivo, el fusil colgado al hombro, la canana con pistola a la cintura. Junto a él, sus compañeros, hombres armados rodeándolo con delicada discreción. Viajamos sobre un tanque de ruedas de goma, y detrás, la larga caravana de autos, yipis, pisicorres, camiones, ómnibus; cientos de vehículos y, a cada lado y después, el mar de pueblo dando gritos, saludos, palmadas, cantando. Llevan banderas, pancartas, telas. Hay cabezas descubiertas o protegidas del sol con sombreros, gorras, periódicos, paraguas y sombrillas de todos los colores y estampados. Es un día de arrobo colectivo, de alegría; muchas mujeres lloran como si a través del llanto escapara el dolor reprimido tantos años. “(…) Los rebeldes que no habían estado antes en La Habana, se deslumbran con la ciudad en esta, su primera visita. Al paso por el puerto, recibimos el saludo de los portuarios; braceros, ñáñigos y santeros; muchos con el puño en alto y la franca sonrisa de todos que ilumina el rostro de estos hombres alegres, jaraneros, buenos, como es todo nuestro pueblo. Los que están encaramados sobre el pedazo de la muralla de La Habana, a un costado de la Estación Terminal de Ferrocarriles, saludan entusiastas (…). “Flores son lanzadas por manos femeninas, acompañadas de sonrisas y besos. De las ventanas, fachadas y balcones, penden banderas cubanas junto a la roja y negra del 26 de Julio, que flotan y se abrazan movidas por el viento. (…)