Nunca se dejó llevar por la pasión, siempre la sometía a la conveniencia de triunfar. Se empeñaba en conquistar para la idea a todos aquellos a los que se encontraba
Ana Margarita González y Rafael Hojas Martínez
“Respeto a todos los que dicen Yo soy Fidel, es una aspiración verdaderamente extraordinaria, pero es difícil ser como él. Me hace sentir una gran vergüenza todos los días porque no logro consagrarme a mis deberes con la misma pasión, con la misma entereza con que él lo hizo, por encima de mis propias fatigas, como él por encima de las suyas, de dolores, que los tuvo y los padeció austeramente por servir a Cuba”.
Eusebio Leal pone intención en cada palabra; le salen como manantiales, precisas, sin altisonancias cuando habla de Fidel, con quien tuvo la oportunidad de encontrarse infinidad de veces en privado y públicamente.
La entrevista exclusiva para Trabajadores se produjo en el cálido ambiente del despacho de la directora de Habana Radio, en el corazón de La Habana Vieja, acompañados de la acostumbrada gentileza y caballerosidad del Historiador de la Ciudad; debíamos ser breves, mas aseveró: “Tengo poco tiempo, pero usted pregunte tranquila”.
No hubo un orden cronológico en las respuestas; comenzó por donde le fue más cómodo: “El proyecto de la restauración de La Habana es de Fidel, él apreció mucho el trabajo de la Oficina del Historiador. Hay que decir, en puridad de verdad, que desde el comienzo de la Revolución, cuando yo daba los primeros pasos en mi propia formación cultural y vida laboral, ya él había tomado determinaciones en relación con la preservación del patrimonio nacional, previendo que en una Revolución verdadera como la nuestra se produciría una conmoción colosal, y que elementos del patrimonio cultural podrían perderse.
“Él tomó esa determinación, y creo que Celia, cuyo encuentro con ella fue tan importante luego, fue esencial para instrumentar esa voluntad de Fidel en cuanto a su preocupación por los lugares históricos, los documentos de la Revolución… viéndola como proceso histórico.
“Celia era como Fidel, profundamente cespediana, profundamente martiana, tenía la visión de la Revolución como centenario. De ahí que el 10 de octubre de 1968, en su maravilloso discurso en la Demajagua, Fidel hace un análisis que proyecta su concepto sobre la Revolución y el patrimonio espiritual, moral y político del pueblo cubano.
“¿Cuándo lo encontré yo? Habría que decir que antes de 1964. Empecé a trabajar en el gobierno de la ciudad de La Habana en agosto de 1959, y ya a finales de ese año me acerqué a la Oficina del Historiador y conocí al doctor Emilio Roig de Leuchsenring y a su esposa María Benítez.
“Ese momento fue para mí importantísimo, estaba enfrascado en mi propia formación: estudiar para alcanzar el sexto grado en la educación obrero campesina, todo lo cual sitúa mi personalidad como intelectual, como hombre, modelada y creada en el período de la Revolución.
“Soy un hijo de la Revolución. Y mi inclinación y el gusto que tenía por la historia desde pequeño, como por la geografía y las ciencias naturales, la consolida mi encuentro con el doctor Roig y la Oficina del Historiador, sobre todo porque los libros de historia que hasta ese momento buscaba en la biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País, cerca de mi casa en Carlos III, ahora me los brindaba y me los obsequiaba esa oficina. Una vez que el doctor Roig vio mi interés por el tema hizo conmigo lo que con otros jóvenes: me regaló la colección de Historia Habanera y después varios libros, no solamente obras de él, sino de otros autores que consideraba fundamentales para una verdadera formación historiográfica.
“Ahí comencé a acercarme a la Oficina del Historiador con más frecuencia, me hice cotidiano en ella; cuando murió el doctor Roig en 1964, se produjo un golpe terrible sobre esa institución, sobre el círculo de personas, y tan cierta y en gran medida también, me golpeó a mí, porque esa relación con él y con María y las personas que le rodeaban se había convertido en algo muy importante para mi vida y para mi formación humana”.
¿Qué podemos hacer por La Habana Vieja?
“Permanecí trabajando en el gobierno de la ciudad hasta el momento en que Fidel concibió el Decreto 143; le di informaciones, datos, pero él escribió ese decreto, en el cual daba un paso, el más avanzado hasta ese momento dado por ningún país en este continente para la preservación de su patrimonio, creándole fuentes propias para poderlo llevar hacia adelante.
“Él apreciaba mucho la colaboración internacional, saludó la declaratoria de La Habana Vieja como Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco, pero antes de eso, ya la Asamblea Nacional, a su propuesta, había tomado las leyes número 1 y la número 2 de la República, que eran las del patrimonio, y la de los museos y monumentos, un hecho histórico extraordinario. Y eso va a ser siempre una constante en él, en sus intervenciones en la Uneac, en sus diálogos conmigo y con otros intelectuales.
“¿Dónde cuajó el decreto al que me refiero? En nuestro viaje a América del Sur y en el epílogo de este que va a ser en Cartagena de Indias”.
Eusebio Leal Spengler recordó que: “Cuando salimos de Cartagena de Indias, apenas el avión se estabilizó, me llamó en presencia de José M. Miyar, secretario del Consejo de Estado, y de mi colega y amigo Pedro Álvarez Tabío, y me preguntó así: ‘¿Qué podemos hacer por La Habana Vieja?’.
“Le respondí: consolidar el principio de autoridad. A partir de ese momento, trabajó intensamente días y semanas en que él como abogado, hombre de leyes y el gran intelectual que fue, con su visión global de todo el problema, comenzó a modelar el decreto hasta que estuvo terminado y se publicó una vez aprobado por el Consejo de Estado”.
Y Leal, con serenidad, retrotrae vivencias al lado del líder histórico de la Revolución cubana. “En la oficina de Celia Sánchez nos conocimos. La doctora María Antonia Figueroa, testigo excepcional, me recordaba aquel encuentro. Yo estaba muy emocionado con la idea de inaugurar las primeras salas del Museo de la Ciudad para octubre de 1968, en el centenario del Grito de Independencia.
“Celia no vaciló. Me entregó el machete de Máximo Gómez que estaba en la oficina, varias cosas de suma trascendencia, la bandera de Céspedes que originalmente se conservaba en el Capitolio para la sala de las banderas que se iba a fundar en el Palacio de los Capitanes Generales en el Museo de la Ciudad, y poco después ella me citó un día allí; yo esperé afuera y llegó Fidel. “Fue la primera vez que nos encontramos; la segunda vez, con motivo de mi visita a América del Sur, a Venezuela y al Perú —no había relaciones diplomáticas entre Venezuela y Cuba—. Cuando yo regresé, ella me mandó a buscar, y allí, un nuevo encuentro con Fidel”.
El Comandante en Jefe hizo su visita al Museo de la Ciudad de La Habana, pero Eusebio no pudo verlo porque estaba en la Unión Soviética. Luego, en ocasión del develamiento del busto del Libertador Simón Bolívar, al cual asistía por primera vez una delegación de Venezuela, Fidel llegó de pronto y ahí tuvo la oportunidad de hablarle de todos los planes y proyectos con relación al Centro Histórico de La Habana.
“Otro momento peculiar fue el encuentro con Raúl, que casi coincide en el tiempo, y sus consecuencias fueron inmediatas, entre estas su determinación de restaurar las fortalezas de la Cabaña y del Morro, y de encargarme a mí esos trabajos. Por ejemplo: el homenaje anual a los intelectuales destacados, en el Foso de los Laureles, en la Fortaleza de la Cabaña.
“Trabajamos seis años, en la Fortaleza primero y en el Morro después hasta completar su conjunto monumental que hoy es sorprendente para el mundo. Esa es la historia”.
Una impresión inolvidable
Su voz se resiente, se emociona. “Nosotros nos vimos con motivo de la visita de un presidente de América del Sur; me sorprendió su llamada, y concluyendo las ofrendas florales, fuimos a verle adonde estaba hospitalizado. La segunda fue en su casa, acompañé a la doctora Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud.
“La tercera ocasión, solos nosotros, para tratar temas que le inquietaban en relación con el patrimonio, la historia y ciertas cuestiones que quería preguntarme; luego en una reunión de pequeño formato con la intelectualidad, convocada por él en el Palacio de Convenciones.
“Última imagen: cuando lo vi en la exaltación del Comité Central, en la elección de sus miembros, en el VII Congreso del Partido, donde él asistió, pronunció unas palabras memorables, se dirigió a todos nosotros, explicó que había votado por todos y por cada uno, y finalmente nos saludó y se fue.
“Y después, dos veces telefónicamente, para tratar también asuntos de carácter histórico y hacerme algunas preguntas; esas fueron las últimas veces que le vi en vida.
“Su cabeza estuvo activa hasta el último momento, y eso fue para mí una impresión inolvidable. Era todo el tiempo un hombre de la Revolución, un espíritu insomne, trabajaba hasta altas horas de la noche, se empeñaba en conquistar para la idea a todos aquellos a los que encontraba.
“Fidel no improvisaba, se preparaba para cada tema, para cada acción. Calculaba como un león lo que debía hacer en cada momento, en cada instante; tenía ese concepto de la cabeza fría y la mano caliente, nunca se dejaba llevar por la pasión, siempre la sometía a la conveniencia de triunfar, y fue un triunfador.
“Me impresionaba su extraordinaria personalidad, su capacidad de trabajo, su insaciabilidad de conocimientos. Consideraba el principio aquel de Luz y Caballero de que la educación comienza en la cuna y termina en la tumba”.
¡No quiera verlo usted indignado!
“Fidel era todo un carácter. Me refiero a él así porque siempre lo recuerdo como Fidel, nunca lo despojo de todo lo que él significó y que nos imponía a todos los que le rodeábamos en determinado momento, independientemente de que tuviera o no los atributos que lo acompañaban en la vida cotidiana, aún en la enfermedad, cuando uno lo veía sentía la impresión de estar ante un patriarca, ante un hombre de las ideas, ante una persona de experiencia, ante una roca.
“No quiera usted verlo molesto o indignado ante una situación. Ahí recurría a todas las palabras del idioma, era capaz de ser como un volcán, como una tempestad en el tiempo, contenida en el carácter de una persona.
“Cuando me equivoqué, cometí errores o tuve una percepción errada de las cosas, no vaciló en decirlo y en explicarme. Me acuerdo en una ocasión en la cual había un maremágnum creado por un determinado problema en el cual yo había tenido una participación; estaba realmente asustado y acongojado pensando, ¡era mi superior!, y ¡qué superior! Entonces cuando llegó me dijo: ‘Oye lo que te voy a decir, escucha, conozco tus defectos, pero no son estos, así que vamos a partir de eso’. Yo me tranquilicé y esperé.
“Él trataba siempre de ser justo, era un ser humano, no lo vi nunca como una divinidad, lo vi como un hombre grande, como había visto a Martí o a Bolívar”.