Hace un año que el corazón de Cuba está en Santiago, y late junto al monolito que desde el 4 de diciembre de 2016 atesora las cenizas del Comandante eterno de los cubanos, Fidel Castro Ruz, en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia.
Desde allí Fidel es luz y ejemplo; desde aquel pedacito de tierra recibe cotidianamente la eterna reverencia de cubanos y extranjeros: una lágrima, una reflexión, un compromiso, una flor… y hasta allí lo alcanza el halo mítico que le acompañó durante toda su vida.
Lo atestiguan quienes custodian sus restos y cuentan que unas palomas resguardan hoy su sepulcro. Quien visite la necrópolis santiaguera en una tarde tranquila o temprano en la mañana, con suerte, puede comprobarlo.
Desde hace meses una pareja de tórtolos se arrulla en las cercanías del monumento funerario que atesora las cenizas del líder. Juntos o por separado, se alzan al amanecer, emprenden vuelo, y cada tarde regresan para posarse en la parte superior de la pirámide trunca del Retablo a los Mártires del 26 de Julio, allí, muy cerquita de la piedra.
Al menos dos veces, cuentan los asiduos, cuando el sol se oculta en el horizonte, se ha visto alguna de estas aves posada sobre la piedra, o sobre el césped que la circunda. Unos dicen que la cuidan, para otros es un símbolo de paz que evoca aquellas otras dos ocasiones anteriores en que hubo palomas sobre los hombros del eterno Comandante en Jefe de los cubanos.
La primera vez fue en el campamento militar de Columbia, el 8 de enero de 1959. Entre gritos y alegría desbordada, La Habana recibía a los barbudos y veía al líder guerrillero transformarse en mito. Palomas habían sido entrenadas para saludar con su vuelo a la caravana, pero al soltarlas se dispersaron.
Fue entonces cuando una paloma blanca emergió de entre la multitud, y se posó sobre el hombro izquierdo del jefe guerrillero, consagrando para la historia aquel momento en que Camilo Cienfuegos le ratificaba que valía el camino escogido: «¡Vas bien, Fidel!».
A 30 años de aquel suceso, en el mismo lugar, otro 8 de enero, pero de 1989, volvió a suceder: una paloma se posó en hombros del Comandante en Jefe, mientras pronunciaba el discurso por el trigésimo aniversario de su entrada a La Habana.
Ahora, en Santa Ifigenia, una pareja de tórtolos lo acompaña en su viaje hacia la inmortalidad.
No se sabe exactamente el sexo de cada cual; la primera llegó unos 15 o 20 días después de que el ejemplo de Fidel fuera sembrado en la necrópolis santiaguera, cual si ese fuera su lugar de siempre.
Cuentan los que viven el día a día del cementerio, que al principio se posaba sobre la pirámide del monumento funerario a los mártires del 26 de Julio hasta que los acordes de la Elegía a José Martí, que acompaña cada cambio de guardia, rompían el silencio del camposanto. Entonces, volaba asustada.
Hoy parece haberse acostumbrado a los sonidos y silencios de Santa Ifigenia, convertido en sitio de peregrinación constante de cubanos y visitantes de las más diversas edades y profesiones.
La segunda paloma llegó unos dos meses después que la primera. Muchos pensaban que era un pichón; más tarde descubrieron que cortejaba a la otra a la hora en que el sol es menos fuerte. Juntas han definido una rutina: vuelan hacia los árboles circundantes y al caer la tarde regresan al monumento.
En días pasados se vio una con ramas en el pico. Los más duchos en temas colombófilos asumen que está anidando y hasta explican de esa manera el hecho de que después de los recientes días de lluvia las palomas ya no se hayan visto tanto.
Mas este hecho no apaga la certeza ni le resta al mito. Protagonistas de la cotidianidad de Santa Ifigenia son enfáticos: los tórtolos volverán trayendo consigo el fruto de su amor, ese que cultivaron a los pies del altar de la Patria, con la complicidad de Fidel, hombre de amor y de palomas.
(Con información de Cubadebate y Juventud Rebelde)