Aunque identificadas, las trabas que limitan el rápido crecimiento de las exportaciones cubanas son aún más nocivas en momentos en que las transacciones financieras de Cuba se segmentan, se incrementa el negativo influjo de la llamada dolarización y se hacen más palpables varios achaques que en mayor o menor medida dependen del propio país, más allá de lo que a todas luces constituye el mal mayor: el bloqueo.
El Plan de Desarrollo Económico hasta el 2030 prevé la integralidad de las acciones vinculadas con la exportación, a la vez que el país apuesta —entre otras cosas— porque la industria agroalimentaria desempeñe un rol cada vez más importante, que las inversiones ofrezcan tecnologías de punta, por potenciar el sector biofarmacéutico, la informática y las comunicaciones, y la salud, así como alcanzar una estrecha alianza entre todos los sectores nacionales apegados a la exportación.
Sin embargo, prevalece la impresión de que cada vez se exporta menos, algo que sin dejar de ser cierto, encuentra alguna explicación en las variaciones de la matriz de exportaciones, en que la rama azucarera dejó de ser la cabeza visible de las ventas cubanas, y en otros factores de no menor importancia, donde lamentablemente se incluye la falta de más coherentes relaciones dentro del país para lograr una mejor exportación.
Ciertamente el comercio exterior no admite improvisaciones, y por eso está diseñada al respecto una política en permanente análisis, aunque, justo es decirlo, se han hecho significativas inversiones, pero habría que hacer otras en aras de elevar la calidad de los productos nacionales, carentes muchas veces de los atributos requeridos.
Todo lo que se exporta hay que envasarlo, de ahí que la industria del embalaje está urgida de la más pertinente inyección financiera con el propósito de dar respuesta a la gran demanda existente. En tal sentido basta señalar el sector biofarmacéutico, necesitado de gran cantidad de envases de cristal.
Pero nada de lo previsto pudiera lograrse adecuadamente si la nación no dispone de especialistas debidamente preparados para asumir un comercio donde no se puede vender si no se conocen los hábitos, costumbres y características del lugar y la población de destino.
Por otra parte, en la industria nacional hay que hablar de una sola calidad, la que tiene y precisa el mercado, así como profundizar en los encadenamientos entre organizaciones que realizan actividades productivas, de servicios y de ciencia, incluidas las universidades, que garanticen el desarrollo rápido y eficaz de nuevos renglones y servicios con estándares de calidad apropiados que incorporen los resultados de la investigación científica e innovación tecnológica, e integren la gestión de comercialización interna y externa.
Cuba es de economía abierta desde tiempos de la colonia; y si bien hace no más de 60 años solo se disponía de unos pocos productos exportables —en especial azúcar y tabaco— hoy no se concibe el desarrollo sin la diversificación que lo sustente.
Crear una real vocación exportadora en todos los niveles, que las decisiones más importantes y estratégicas se fundamenten con estudios de mercado y aumente la participación de las entidades nacionales en el comercio exterior, es un deseo por satisfacer.