Diciembre de 1958. Ante el avance incontenible de las fuerzas rebeldes y la necesidad de emprender los preparativos de la zafra azucarera a iniciarse en enero de 1959, los grandes colonos y hacendados asumieron una actitud abiertamente contrarrevolucionaria. Según ellos no se podía realizar por culpa del Ejército Rebelde, porque este había destruido las vías férreas y no dejaba entrar al territorio ni piezas para las reparaciones ni combustible, y carecían de dinero para pagar a los trabajadores, ya que sus cuentas bancarias radicaban en La Habana, y los bancos les habían cerrado los créditos a causa de la guerra.
Se trataba de un sabotaje a una actividad que daba empleo a miles de trabajadores agrícolas e industriales del territorio bajo la jurisdicción del II Frente. Ante tal situación el Buró Obrero encabezado por Antonio Torres Chedebeau (Ñico), coordinador nacional obrero del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), le propuso al Comandante Raúl Castro Ruz hacer una plenaria azucarera, pero el jefe del II Frente consideró que era preciso abordar no solo esa dificultad, sino todos los problemas de los trabajadores, tanto del territorio libre como de los que se fueran liberando, por lo cual orientó convocar un congreso con representantes de todos los sectores.
Los delegados se eligieron, en los territorios liberados, en asambleas de trabajadores entre todas las organizaciones que se oponían a la dictadura, y en los no liberados, designados en reuniones clandestinas. Tuvieron que recorrer largas distancias a pie, a caballo o cualquier otro medio a su alcance, esquivando al Ejército hasta llegar al lugar de la reunión que ocurrió entre el 8 y el 9 de diciembre en Soledad de Mayarí, con la asistencia de un centenar de delegados.
El Congreso Obrero en armas coincidió con la ofensiva de las tropas rebeldes sobre Songo-La Maya y San Luis, lo que le impidió a Raúl asistir, sin embargo estuvo al tanto de su desarrollo. Debido al ametrallamiento de la aviación batistiana a las zonas campesinas, hubo que interrumpir las sesiones en varias oportunidades.
Entre los acuerdos adoptados sobresalió la decisión de garantizar la zafra con o sin dinero y el apoyo incondicional al Ejército Rebelde.
Al valorar años después la significación de la reunión proletaria, Raúl señaló: “El Congreso, junto a las reuniones de este tipo realizadas por Fidel en el Frente número 1 José Martí, a la plenaria azucarera dirigida por Camilo en el norte de Las Villas, a la asamblea de trabajadores organizada por el Che en el Escambray y otras actividades similares efectuadas en los demás frentes del Ejército Rebelde, marcó un hito histórico en el desarrollo de la alianza obrero-campesina, y por ende, en la delimitación del papel de las fuerzas motrices de la Revolución”.
Un pelotón de combate surgido de un congreso obrero
Finales de noviembre de 1961. Fidel inició las palabras de clausura del XI Congreso Obrero con la terrible noticia del asesinato del alfabetizador de 16 años, Manuel Ascunce Domenech, luego de atroces torturas, y del campesino Pedro Lantigua, a manos de la banda de alzados encabezada por Julio Emilio Carretero.
Un delegado le hizo llegar al Comandante en Jefe una nota con la propuesta de conformar un batallón para capturar a los criminales, pero Fidel consideró mejor crear un pelotón con representantes de los 25 sindicatos nacionales.
Este se constituyó con 33 hombres y una mujer, la doctora Rosa Caballero, y la jefatura se le confió a Rogelio Iglesias Patiño (Pao), quien atendía la esfera de Asuntos Laborales y Sociales en la dirección nacional de la CTC. Su misión no solo era militar, sino la de dar a conocer los acuerdos del congreso, el primero después de la proclamación del carácter socialista de la Revolución.
El pelotón partió al día siguiente hacia Santa Clara, donde el jefe del Ejército del Centro, Comandante Juan Almeida, los puso bajo el mando del capitán Orlando Lorenzo Castro, Pineo.
Fueron 15 días en los que el pelotón se desplazó por agrestes parajes infestados de bandidos, y participó en peines, cercos y emboscadas junto al Ejército y las milicias. Sus integrantes no solo cumplieron ejemplarmente la encomienda de dar a conocer lo tratado en el congreso, sino realizaron un intenso trabajo político encaminado a fortalecer la alianza obrero-campesina, que los enemigos se empeñaban en quebrantar en aquellas zonas. Por la unidad y contra el terrorismo.