Cuando los rayos del sol pugnaban por hacer desaparecer el señorío de la noche, cientos de cubanos daban la bienvenida al crepúsculo para cumplir con una actividad poco usual desde sus diferentes roles.
Y es que en el ejercicio democrático que resultan las elecciones en Cuba, personas de las más diversas edades se involucran no solo como votantes, sino además como aseguradores de un compromiso por demostrar la voluntad de todo un pueblo por construir su propio destino.
Como periodista, también este domingo salí a la calle más temprano que lo habitual. Mientras iba de un extremo a otro de la ciudad, en el transporte en el que se fueron sumando otros colegas y fotorreporteros del periódico, noté los grupitos de personas que ya esperaban fuera de los colegios electorales, aunque las siete de la mañana era la hora fijada para que abrieran.
En cada uno se cumplió un acto no por formal distante de emotividad: la convocatoria, por las autoridades de las mesas, a dos votantes para ser testigos en la apertura de las urnas y el acondicionamiento de los registros, las boletas.
Y luego, para todos, la invitación a entonar el Himno Nacional. Después las cosas siguieron siendo similares de occidente a oriente, en el llano y en la sierra. Ancianos, jóvenes, negros, blancos y mestizos llegaron para cumplir con su deber ciudadano: si bien hubo algo que marcó la diferencia, pues a quien primero entrara a votar y al joven debutante se les entregaron diplomas de reconocimiento, recuerdo de las elecciones donde eligió a un representante de lo más genuino y diverso del pueblo.