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Yanes: maestro de maestros

El próximo sábado 25 de noviembre el gran pintor y dibujante Orlando Hernández Yanes (Cárdenas, 1926-La Habana, 2017) cumpliría 91 años de edad. Pero la inevitable parca nos lo arrebató casi un mes antes de su aniversario, el pasado 28 de octubre, en medio de las inesperadas turbulencias de la tormenta tropical Philippe. Se nos fue el notable maestro de maestros, fiel al proyecto revolucionario y Miembro de Honor de la Asociación de Combatientes de la Revolución.

Además, fue acreedor de muchos lauros, de las medallas Por la Cultura y la Educación nacionales, y la XVIII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba; las distinciones Raúl Gómez García y 23 de Agosto; y la Réplica del Machete mambí del Generalísimo Máximo Gómez.

Hoy me aflige no haberle dedicado, en vida, unas líneas a Yanes, a su obra. Lamentablemente, fue un artífice que, como José Ramón De Lázaro Bencomo, Delarra (San Antonio de los Baños,1938-La Habana, 2003), vivió los últimos años de su vida ignorado por la crítica y por la a veces injusta maquinaria promocional, en gran medida debido a las excitantes preferencias por los “ismos” y los “post” que permearon al arte cubano e internacional desde mediados del pasado siglo, movimiento que generó cierto desprecio hacia la pintura y la escultura de corte clásico y también de aquellas que cultivaban la iconografía épica.

Queda la pena de que su obra, sobre todo en retrato, no fue suficientemente estudiada y difundida. Por el contrario —y tal vez una de las causas de su ostracismo hogareño durante las últimas décadas— fue fuertemente reprendida por quienes no ven a este género como el más difícil y exigente del arte, estrechamente relacionado con el hombre, porque se trata de un ejercicio plástico que constituye el reflejo de nosotros mismos y al que dedicó todo su empeño desde que en la década de los años 40 del pasado siglo se graduó en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro.

Unos meses después, en su primera exposición personal provocó excitación con su serie de 20 cuadros (óleo sobre lienzo) recreados en personas admiradas por él y fueron exhibidos en el Lyceum Tennis Club de La Habana. Luego comenzaron a germinar sus conocidas series, como Niños de la nada y Manfredo, entre otras. En los años 50 viajó a Europa. Su itinerario incluyó Islas Canarias y el Viejo Continente.

En diferentes galerías españolas, durante unos dos meses, se admiró su impronta artística, la cual también llevó a Francia, país en el que los siete años de su estancia fue igualmente elogiada por el público y la crítica al punto de ser elegido miembro de la Escuela de París. En 1957 ganó el primer premio en la Expo Internacional de Pintura y Escultura de la Ciudad Luz.

Al año siguiente recorrió Los Alpes. Allí pintó varios retratos, algunos de los cuales seleccionó para corresponder a la invitación que en 1960 le hizo la célebre Picadilly Gallery, de Londres, donde su arte impactó y motivó que fuera solicitado en los cinco salones que en esa época realizó la asimismo prestigiosa Jeunes Peintres; así como en tres de las muestras de Los Grandes Maestros y los Jóvenes de Hoy, además de otras similares auspiciadas por Comparaisons.

Todos exhibidos en el famoso Museo de Arte Moderno de París. Activo partícipe en la creación de la Escuela Nacional de Arte tras su retorno a Cuba en 1962, Yanes inició el magisterio en este centro. Fue profesor de reconocidos artistas cubanos como Nelson Domínguez y Pedro Pablo Oliva. Alterna su profesión de maestro con el ejercicio de la plástica y comienzan a hacerse célebres sus series Eleguá, Quijotes, Girasoles, y Maternidad.

Entre la profusa utilización de pigmentos, en sus cuadros sobresalen los amarillos, azules y ocres; mientras que sus retratos en grafito o pastel sobre cartulinas recrean imágenes de figuras extraídas del entorno donde vivía. Yanes iluminó el arte de los años 60, 70 y 80.

Llegó a ser uno de los artistas cubanos de mayor proyección internacional; sin embargo, marchó con el dolor de sentirse olvidado. Apenas unos pocos amigos y familiares le acompañaron en su último viaje hacia la necrópolis de Colón.

Para muchos la vida y obra de Yanes perdurarán en el recuerdo. Su arte y su relevante impronta en la cultura nacional no podrán ser ensombrecidos. Seguramente las nuevas generaciones de creadores surgidos de la enseñanza artística revolucionaria, de la cual fue uno de sus impulsores, sabrán defender su legado y ubicarlo a la altura en que supo poner el nombre de Cuba en otros confines del mundo.

De su partida apenas se habló. En un conmovedor texto escrito junto a Katy Dalfonso, titulado Una luz se apaga en La Habana —solo difundido en Internet—, el prestigioso poeta, escritor y periodista Karel Leyva pide que alguien difunda, “al menos, la notica de su fallecimiento como camino de recuperación de su obra y su memoria, ahora que ya no podrá regalarnos su sonrisa sincera y la magia de sus cuadros”. Cumplo aquí tan noble y justo deseo.

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